Samuel Eduardo Qüenza (*)
Resulta no sólo curioso sino también interesante como motivo de reflexión que algunos profesores universitarios estén utilizando materiales literarios que abordan temas relacionados con la segunda guerra mundial, las relaciones anglo-rusas, el período stalinista de la experiencia soviética y las limitaciones a la libertad de expresión, como material de lectura sugerido u ordenado a estudiantes de reciente ingreso en tareas curiosamente complementadas con preguntas destinadas a dirigir la atención de los investigadores o de los interrogadores –cuando se trata de entrevistas- hacia la realidad política venezolana actual, como si existieran o pudieran existir rasgos coincidentes en una y otra situación.
La obra preferida para el tipo de ejercicio mencionado ha sido predominantemente el ensayo fabulado “Rebelión en la granja” de Orwell sobre cuyas peripecias para hacer posible entonces la edición del libro -comentadas en el prólogo atribuido al propio autor- se pretende centrar la atención de los noveles críticos y analistas literarios.
La primera reflexión necesaria tiene poco que ver con Orwell, la rebelión de los animales de la granja y la libertad de expresión, pues deriva de una pregunta elemental que surge como obvia: ¿cuál es el propósito real perseguido por los promotores de tan curiosa indagación? No se requiere ser muy listo para hallar la respuesta pues el interés declarado en establecer paralelismos entre la Venezuela Bolivariana del siglo XXI y la Europa convulsionada y contradictoria de Churchill y Stalin forma parte de la estrategia diseñada y dirigida por la CIA y el Pentágono para satanizar a Chávez haciéndolo aparecer como el Napoleón o cerdo mayor de la fábula de Orwell. Sabiendo al servicio de cuales intereses algunas autoridades académicas están tratando de alinear a las Universidades Autónomas no hay que hacer grandes esfuerzos para llegar a esa conclusión.
Pero, entrando en la temática misma de la obra comentada, algunas otras reflexiones surgen como evidentes y esclarecedoras del pensamiento del fabulador. Cuando éste, en su rusofobia declarada y en su oculto pero evidente culto al intelectualismo superior, establece un símil entre el ”Hombre” y los dueños o encargados de la Granja, por una parte, y por la otra convierte a los cerdos y demás animales en los autores y actores de la rebelión, ¿ no está acaso pretendiendo presentar su propia visión o concepción sociológica de la clase dominante en la Inglaterra, la Alemania o la Rusia de su tiempo como representativa de lo realmente humano, sin nada que la vincule con las clases dominadas en rebelión, representadas por los animales de la granja?
Una última reflexión, como parte de este análisis parcial, debe ser agregada pues resulta esclarecedora en alto grado, además de negadora de todo paralelismo posible entre la Granja rusa en rebelión de los años cuarenta del siglo pasado y la realidad política de la Venezuela que reivindica al hombre y la mujer en su dimensión plena y en su visión global.
En la fábula que satiriza la Rusia de Lenin, Trotsky y Stalin, Napoleón -o el mayor de los cerdos- y quienes lo acompañan entran en rebeldía pero terminan practicando los mismos rituales, adoptando las mismas creencias y reproduciendo las formas de actuar de los viejos dominadores de la Granja. ¿No es esto una admisión clara de que, en aquel caso, no se produjo ningún cambio real y, en consecuencia, si algo debe ser cuestionado es el sistema capitalista que nunca allá murió sino que siguió rigiendo, enmascarado, aquella sociedad. Evidentemente lo que el autor de marras termina cuestionando a su pesar (y lo tratan de hacer ahora quienes están utilizando su obra) es la misma vieja sociedad capitalista, que en Rusia no llegó a ser sustituida, pero -de ninguna manera- al socialismo, que si es lo que la Venezuela actual aspira construir como creación heroica, para decirlo con frase de Mariátegui.
(*) Profesor universitario UPEL.