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14 diciembre, 2009

BURKA: CARCEL DE TELA



Se dice que esta prenda se introdujo en Afganistán a principios del siglo XX, durante el mandato de Habibulla (1901-1919), quien impuso su uso a las más de 200 mujeres de su harén, para evitar que la belleza del rostro de estas tentara a otros hombres. Los velos eran de seda con finos bordados y las princesas de Habibulla tuvieron incluso burkas bordadas con hilos de oro.

Así el "burka" se convirtió en una vestimenta lujosa utilizada por la mujer de clase alta, quien de este modo era "aislada" del pueblo llano, evitando así su mirada.


Históricamente es una prenda propia de las Pashtunes y han sido las tribus pashtunes las grandes defensoras del burka. De hecho, el rey Amanullah, que sucedió al mencionado Habibulla, intento una modernización del país, la cual incluía la eliminación del uso de la prenda. Pero cuando su mujer, la reina Soraya Tarzi, apareció en publico sin el burka se produjo un gran escándalo. Sus intentos de occidentalizar Afganistán, le valieron la oposición y rebelión de las tribus pashtunes. Finalmente, tuvo que abdicar y huir a la India en 1929.

El “BURKA completo” se hizo obligatorio en Afganistán cuando los talibanes (Talibanes: Grupo integrista islámico, surgido en las escuelas coránicas de Pakistán. En su mayoría pertenecen a la etnia Pashtun) llegaron al poder después de la salida de los soviéticos, imponiendo de esta forma una prenda capaz de garantizar el control sobre el cuerpo de la mujer, ya que cubre los ojos con un ‘velo tupido’ que impide que quien la usa pueda ver normalmente, puesto que el ‘enmallado’ limita la visión lateral haciendo perder la ubicación espacial, volviendo a la usuaria dependiente de otra persona para poder desplazarse con eficacia, especialmente en espacios abiertos.

Uno de los objetivos del “velo tupido” es evitar que el rostro y los ojos sean visibles. El burka ejerce fuerte presión sobre la cabeza (pesa unos 7 kilos), aumentando la fatiga al caminar. La extensión promedio de la prenda es hasta la altura de los pies, no solamente para cubrir todo el cuerpo, sino para garantizar mayor dificultad en el desplazamiento, impidiendo especialmente que se pueda correr con ella.

El BURKA actual no es un vestido, es una CÁRCEL de TELA que somete a las mujeres a la dificultad de no ver con claridad nada que no se encuentre a un metro de distancia frente a sus ojos. Produce una visión de "anteojeras", que hace perder la vista de los ángulos laterales estrechando el campo visual que aparece, detrás de las celdas del tejido que se abre a la altura de los ojos, "enrejando" todo lo percibido. Las miradas de estas mujeres están presas, como sus cuerpos.

Una dirigente de la organización clandestina de mujeres afganas RAWA*, confirma esta idea cuando dice:
“...Es como una cárcel. Da calor y aísla. Las mujeres no pueden reconocerse. Las que necesitan gafas, no pueden usarlas. Es como si, además, fueran casi ciegas. El tejido que cubre sus ojos debe ser suficientemente tupido pues a algunas mujeres les pegan por llevar los agujeritos demasiado grandes. Para las mujeres, la obligación de llevarla ha sido un trauma, porque es humillante, dificulta todos los movimientos y también ver...”

A menudo, la poca visibilidad que permite la pequeña abertura provoca, al cruzar las calles, serios accidentes que llevan a estas mujeres a la muerte.

A partir de las imposiciones del régimen ultrarradical y fundamentalista talibán que prohibió cantar, bailar, tocar música, practicar deportes e incluso volar cometas, pasatiempo nacional afgano, las mujeres afganas tienen la prohibición de: pasear solas por la calle, trabajar, estudiar e incluso recibir asistencia médica salvo en hospitales destartalados sin agua, electricidad, ni quirófano, al que sólo se va a morir. Sólo los médicos varones tienen derecho a ejercer en los hospitales, pero no tienen derecho ni a atender ni a operar a una mujer.

Cuando una mujer está embarazada, los afganos dicen que está enferma. El 97% de las mujeres afganas dan a luz en sus casas porque tienen prohibido acudir a médicos varones y casi nunca disponen de medios de transporte para llegar a un tratamiento médico.

La maternidad Malalai está rodeada de un muro de cemento construido por los talibanes, con dos ventanucos diminutos. Del otro lado acampan los hombres que esperan a las mujeres internadas. Hablan con sus esposas a través de los ventanucos.

Un informe reciente de Médicos por los Derechos Humanos indica que el 40% de las mujeres afganas mueren durante su período de fertilidad por complicaciones en el parto.

NO HAY MIRADA



Debajo de la burka, la mirada de la madre no existe. No existe su rostro, su voz se distorsiona y es imposible el contacto con su piel. Tampoco existe para ellas la mirada del hijo al amamantar. No hay vínculo ni sostén a través de este soporte básico y constituyente de un otro.

Esa vida de ínfima categoría es vivida con la amenaza de los castigos por la infracción: jóvenes vigilantes que trabajan para el Ministerio de la Promoción de la Virtud y la Prevención del Vicio patrullan las calles con látigos, palos y kalashnikovs en busca de una uña pintada, un tobillo al aire, una carcajada; dispuestos a denunciar a esas mujeres que, sin posibilidad alguna de defensa legal, soportan penas como la lapidación, amputación, tortura, flagelación o la ejecución pública.


ESTADÍSTICAS

A siete años de la invasión propiciada por EEUU, y con un crecimiento exponencial del conflicto armado, se puede afirmar con rotundidad que las condiciones en que viven mujeres y niñas en el Afganistán actual resultan desgarradoras y poco ha cambiado para ellas, a pesar de las promesas de la comunidad internacional.

Y ya no sólo en las zonas del sur y del este que están controladas por los talibán, sino en buena parte de los lugares dominados por la coalición internacional, como Helmad, bajo jurisdicción británica.

* Pese a la igualdad utópica de la nueva Constitución de 2004, las mujeres todavía pueden ser compradas, vendidas o transmitidas como parte de una herencia.
* Como en el tiempo de los talibanes, siguen también los matrimonios forzados, la violencia doméstica y la falta de trabajo.
*Hay una ciudad donde las mujeres salen de sus casas dos veces en su vida: cuando se casan y van a vivir con el marido, y cuando mueren.

A lo largo de 2007, 165 mujeres, víctimas de violencia de género, intentaron quitarse la vida. El 87% de las afganas afirma padecer violencia, en el ámbito doméstico. La mitad de las denuncias son por abusos sexuales. Los casos de violencia contra mujeres y niñas aumentaron en febrero de 2008 un 40% en relación a los datos del mismo mes en el año anterior. El 60% de las mujeres es víctima de matrimonios forzados. La mitad de los casamientos son de jóvenes que aún no han cumplido los 16 años, aunque la ley lo prohíbe. Las niñas suelen ser entregadas como restitución por una disputa, deuda o crimen, según las leyes tribales-, pero también por la pobreza extrema que sufre el país. Un padre puede recibir entre 600 y 1.500 euros por su hija. Lo que equivale a tres años de suelo de un trabajador.



*RAWA. Grupo de mujeres intelectuales que bajo el liderazgo de Meena Keshwar fundaron en 1977 la Asociación Revolucionaria de Mujeres de Afganistán.
A Meena el trabajo social y su lucha contra las posturas de los fundamentalistas le costo la vida.
El 4 de febrero de 1987 fue asesinada por agentes de la policía secreta afgana y sus cómplices fundamentalistas en Quetta, Pakistán.