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22 septiembre, 2025

Un precioso y recordado regalo

 Por Juan C. Sánchez H.*

Las memorias más queridas suelen nacer de los encuentros inesperados. Así ocurrió aquella tarde de septiembre de 1963, cuando el destino me tendió la mano en forma de amistad y de libros.

Recién había llegado a San Carlos, dejando atrás mi pueblo natal, El Pao, con la ilusión de continuar mis estudios en el Liceo. Caminaba por los alrededores de la plaza Bolívar, en un costado frente a la actual panadería Manríquez. Allí funcionaba entonces un viejo bar atendido por un español llamado Camilo, donde el futbolito retumbaba con risas juveniles y la refrescante polarcita sellaba la complicidad de las tertulias.

Fue en la salida de ese lugar cuando vi por primera vez a Eli Mercado y a Faver Páez. Apenas cruzaron sus miradas conmigo, comenzaron a hablar en aquel peculiar dialecto inventado por algunos jóvenes: un juego de palabras dichas al revés. Mira se transformaba en rami, loco en colo, y así iban tejiendo frases en clave. Ellos ignoraban que yo también dominaba ese lenguaje secreto, aprendido en San Carlitos, el caserío donde había crecido junto a mis hermanos. La sorpresa de entendernos en ese código común abrió la puerta a algo más que un pasatiempo: fue el comienzo de una complicidad que aún recuerdo con cariño.

Pronto descubrí que aquellos muchachos no sólo jugaban con el idioma: también caminaban con un libro bajo el brazo, orgullosos de lo que llamaban el sobaco cultural. Era su manera de mostrar que las letras también formaban parte de la vida cotidiana, como un amuleto o un estandarte. Entre risas y conversaciones, Faver Páez me extendió una invitación que marcó para siempre mi destino: me llevó a su casa, muy cerca de allí, y con una generosidad que todavía me conmueve, me entregó una caja llena de libros.

Aquel gesto, sencillo en apariencia, se convirtió en uno de los regalos más valiosos de mi existencia. No era sólo papel encuadernado: eran ventanas abiertas a mundos insospechados, semillas de conocimiento que me acompañaron en mis primeros pasos de formación en el Liceo. Desde entonces comprendí que los libros no se limitan a ser leídos: se heredan, se comparten, se ofrecen como puentes hacia otros horizontes.

Por eso guardo aquel recuerdo como un tesoro luminoso, un símbolo de amistad y de esperanza. Porque aquel septiembre de 1963 no sólo conocí a Eli Mercado y a Faver Páez: conocí también la grandeza de un gesto desinteresado que me regaló, para toda la vida, la certeza de que la verdadera riqueza se encuentra en lo que se comparte

*Antropólogo y Médico Cirujano, exiliado en Buenos Aires Argentina. Imagen: foto de la ciudad de San Carlos, estado Cojedes.