En diálogo con LA NACION de Argentina, el director europeo de
la agencia de la ONU advierte que la retórica antimigrante y los recortes de
EE.UU. siguen definiendo las oportunidades para millones de refugiados
La crisis migratoria y de refugiados en Europa sigue
siendo uno de los desafíos humanitarios y políticos más complejos de
la actualidad. A una década de la impactante fotografía de Aylan Kurdi, el niño
sirio hallado sin vida en una playa de Turquía que reveló al mundo la tragedia
en el Mediterráneo, los sistemas de acogida de refugiados han
evolucionado, aunque
las tensiones políticas y sociales persisten.
A raíz de la llegada masiva de solicitantes de asilo y la gestión de poblaciones desplazadas por conflictos bélicos, Philippe Leclerc, director de la oficina europea del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), analizó en una entrevista con LA NACION el delicado equilibrio que enfrenta Europa entre la protección de los más vulnerables y la presión de los debates internos sobre seguridad, empleo y política migratoria.
En este contexto, Acnur desempeña un papel central en la
asistencia y protección de refugiados, mientras lidia con los efectos de recortes
presupuestarios de Estados Unidos y otros países y políticas
migratorias cada vez más restrictivas. La complejidad del fenómeno se refleja
no solo en la llegada de personas desde Siria o Sudán, sino también en la
migración latinoamericana y la situación de los ucranianos en Europa.
-A una década de la impactante foto de Aylan Kurdi que expuso
la tragedia, ¿qué cambió para los refugiados que cruzan el Mediterráneo?
-Los sistemas europeos están ahora más organizados para
recibir solicitantes de asilo, con un pacto de la Unión Europea (EU) acordado y
que se implementará el próximo año. La cantidad de llegadas ha disminuido
significativamente: de 500.000 personas en Lesbos en 2015 a 90.000 en toda
Europa este año. Sin embargo, la confianza del público en estos sistemas sigue
siendo baja. La migración continúa siendo un tema central en los debates
políticos, y muchos europeos todavía prefieren priorizar el control
fronterizo antes que la protección de las personas.
-¿Qué lección considera que Europa no aprendió aún?
-La lección que Europa no aprendió es que las necesidades de
la gente deben atenderse cerca del lugar de la crisis de la que huyen. Sudán,
que es el conflicto más grande que estamos presenciando hoy, tiene millones de
personas desplazadas por la guerra, una situación desastrosa: mujeres que son
violadas casi de manera sistemática, niños que deben huir, hombres que también
son perseguidos. Si no se brinda apoyo cerca de la crisis, la gente recurrirá a
los traficantes y contrabandistas para acercarse a otros países, que no siempre
están preparados para recibirlos.
-La semana pasada en Madrid, una española de 14 años presentó
una denuncia contra un marroquí de 17 y políticos de ultraderecha utilizaron
este caso para reforzar un discurso antiinmigrantes que los vincula con la
delincuencia y la violencia sexual. ¿Cree que en el sistema bidireccional entre
los políticos y la ciudadanía se genera un círculo de retroalimentación con la
retórica de extrema derecha?
-Los políticos suelen aprovechar la migración como un atajo
político, aunque sea una solución incorrecta, y muchas veces basándose en
datos falsos o engañosos. Frente a este relato, la primera reacción de muchas
personas es decir: “queremos fronteras fuertes, queremos muros para que
esta gente no llegue a nuestras puertas”. En la mayoría de los países europeos,
incluida España, los migrantes no cometen más delitos que los nacionales;
en algunos casos, incluso menos. Sin embargo, repetir estas narrativas influye
en la opinión pública, reforzando demandas de políticas más duras. Se trata de
un uso deliberado de estadísticas erróneas, no por ignorancia, sino como
estrategia para distorsionar la realidad. En el corto o mediano plazo, esta
táctica permite a ciertos partidos ganar apoyo y escaños en el Parlamento. El
problema es que, al repetirse, parte de la ciudadanía termina cayendo en la
trampa. Por eso desde nuestro lugar debemos brindar datos precisos e
instituciones confiables que impidan manipular a la opinión pública.
-El nuevo presidente de Polonia, Karol Nawrocki, vetó un
proyecto de ley que extendía la ayuda humanitaria a los refugiados ucranianos.
A más de tres años de la invasión rusa, ¿cómo cambió la situación sociopolítica
y laboral de los refugiados ucranianos en Europa?
-A pesar de los debates políticos, la respuesta institucional
fue exitosa: más de 5 millones de ucranianos fueron recibidos en Europa
durante más de tres años, con alrededor del 64% empleados en Polonia,
contribuyendo aproximadamente un 2,7% al PBI del país. En Suiza, casi el 40% de
los ucranianos ya no dependen de asistencia y son autosuficientes. Pero esta
inserción tiene un costo: Ucrania pierde población clave para sostener su
economía y su esfuerzo militar, ya que pierde trabajadores, consumidores y soldados.
Es una de las paradojas más marcadas de la situación que enfrenta Kiev. Sin
embargo, persisten desafíos, como preparar a los refugiados para un
eventual retorno a Ucrania y apoyar a los grupos vulnerables que no pueden
incorporarse al mercado laboral. El veto en Polonia refleja una postura
política que ignora estas complejidades y podría perjudicar tanto a los
refugiados como a la sociedad que los recibe.
-¿Cómo afectaron los recortes presupuestarios de Trump en
Acnur y otros programas internacionales a su agencia y sus programas en Europa?
-Los recortes de Trump, que suspendieron contribuciones
de Estados Unidos que históricamente representaban el 40% del presupuesto de
Acnur -alrededor de 2000 millones de dólares-, limitaron gravemente
nuestra capacidad para proteger y asistir a refugiados en todo el mundo,
incluida Europa. Se tuvieron que recortar programas para personas
vulnerables y cerrar oficinas, especialmente en países de los Balcanes. Además,
muchos países europeos también redujeron sus presupuestos de ayuda al
desarrollo, para reforzar sus sistemas de defensa ante posibles amenazas.
-Se observa una tendencia creciente en América Latina:
personas que originalmente querían migrar a Estados Unidos, especialmente desde
el Caribe y Venezuela, ahora se dirigen a Europa debido a las políticas
migratorias más estrictas de Trump. ¿Qué puede decir sobre este fenómeno,
especialmente respecto a los venezolanos, uno de los casos más emblemáticos?
-La migración desde América Latina, especialmente desde
Venezuela, hacia Europa aumentó. Países como España y Alemania se
benefician económicamente de esta mano de obra, que ahora es necesaria debido a
cambios demográficos. Islandia, un país que no comparte idioma ni tiene
una cultura similar, -y cuenta con tan solo 390.000 personas- es quizás uno de
los destinos más curiosos, donde más de 2000 venezolanos solicitaron asilo.
A diferencia del pasado, el asilo se canaliza mejor para quienes realmente
huyen de la persecución. En Europa, los canales legales de migración,
temporales o estacionales, se están ampliando, ofreciendo beneficios económicos
a los países receptores y protección a los migrantes vulnerables. Esto puede
ser un factor positivo, que ayude a restaurar la confianza de la población
europea en los sistemas de gestión migratoria.
Tomado de La Nación / Argentina.