Constanza Pérez
Las escenas del cortometraje Disonancia, que
acaba de ser presentado en Madrid, muestran un
muro de más de 2.700 kilómetros construido por Marruecos en los
ochenta para prohibir
el paso y mantener su control en el Sáhara Occidental. También enseñan el
desierto, repleto
de minas antipersona ocultas en la arena. Según el Servicio de
Naciones Unidas de Actividades Relativas a las Minas (UNMAS, por sus siglas en
inglés), esta es
una de las zonas del planeta con mayor concentración de explosivos de
este tipo.
Pero las imágenes muestran también a tres mujeres, con trajes similares a los de los astronautas, caminando con un aparato que emite un ruido especial, y que se asemeja a los utilizados para encontrar objetos metálicos en las playas. Pero aquí la recompensa es mayor, porque detectar una mina significa salvar vidas.
Tras la
invasión marroquí de 1975, una parte del pueblo saharaui fue desplazada
y se
refugió en campamentos en Tinduf (Argelia), mientras otra permaneció en los
territorios ocupados y una tercera se dispersó en la diáspora. En 2019, un año
antes de que se reanudara el
conflicto que había cesado en 1991, Fatimetu Bucharaya creó SMAWT, un grupo
conformado solo por mujeres para detectar minas antipersona y concienciar a sus
vecinos sobre su peligro. El corto documental Disonancia (2025), de
la directora Raquel Larrosa (Huesca, 34 años), cuenta su historia y también la
de Aicha Babait y Ndoruha Farkuh, periodista y arqueóloga respectivamente, que
se sumaron al trabajo por falta de oportunidades laborales.
En total, fueron alrededor de ocho mujeres las que
conformaron el grupo. “Para ser sincera, la primera vez que me encontré con una
mina me asusté, pero al mismo tiempo sentí de verdad algo como felicidad,
alegría, al darme cuenta de que había encontrado una mina letal”, cuenta la
fundadora de SMAWT en un momento del cortometraje.
Tras la
reactivación del conflicto,
explican, el grupo ha tenido que cambiar su actividad ya que no es seguro
desminar, porque los explosivos están cercanos al muro controlado por soldados
y drones marroquíes. Ahora dedican su tiempo a la sensibilización de la
comunidad saharaui, enseñando en las escuelas los peligros de las minas o
entregando folletos a los conductores que recorren este territorio, considerado
por Naciones Unidas como no autónomo (pendiente de descolonización) desde hace
medio siglo. Están esperando el cese del conflicto para volver a usar sus
trajes: “Seguiremos desminando nuestras tierras, porque son nuestras, y tenemos
derecho a vivir aquí”, afirma Bucharaya.
Uno de los objetivos de Larrosa es que su cortometraje cambie
la visión de la mujer árabe en los medios de comunicación, que “muchas veces”,
opina, “las muestran sin voz”. Ellas fueron las que levantaron el campamento de
refugiados hace 50 años y son ellas las que están protegiendo la vida de su
comunidad, explica.
La película ha sido ya premiada en los festivales
de cine de Huesca y Elche y en el Humans Fest, el Festival
Internacional de Cine y Derechos Humanos de Valencia. Tras su estreno en
Madrid, a principios de septiembre, Disonancia será presentada
en seis festivales españoles, entre ellos el Festival Cine Solidario
Guadalajara (FESCIGU) —clasificador para los Goya—, el Menorca Doc Fest y el
SOCIALMED Festival dels Drets Humans de Valencia. En el plano internacional,
próximamente visitará Irak, Brasil y Canadá.
No es la primera vez que Larrosa aborda el conflicto
sarahaui, que comenzó cuando España se retiró de su antigua colonia en plena
agonía de la dictadura franquista tras la Marcha Verde, una movilización
multitudinaria impulsada por el rey Hasán II, padre del actual rey de
Marruecos. Hizo su primer acercamiento con Skeikima (2017), un
cortometraje documental que habla de los jóvenes que viven en los territorios
ocupados y se ven obligados a estudiar en Marruecos.
Ahora, con Disonancia, habla del mismo conflicto,
pero las cosas han cambiado. Si la anterior película la rodó “medio camuflada”
y sin los permisos necesarios para grabar, esta la hizo con todas las
autorizaciones pertinentes.
Tras años de idas y venidas hacia los campamentos saharauis,
Larrosa ha sido testigo del empeoramiento de las condiciones de vida en Tinduf.
“En cada viaje que he ido haciendo, que han sido varios durante muchos años,
siempre me decía ‘no puede ir peor’, pero desgraciadamente siempre va a peor”,
explica. Más allá de la presencia de las minas, los problemas se multiplican
con la
disminución de ayuda humanitaria, el hambre, la falta de trabajo, el
empeoramiento de salud de niños y mujeres embarazadas o la separación de
familias. “[Los campamentos] no dejan de ser lugares que dependen de una ayuda
exterior que se va a acabar”, asevera.
Según el
informe del Plan de Respuesta para los Refugiados Saharauis (SRRP, por
sus siglas en inglés), publicado en mayo, en 2024 la situación general de
inseguridad alimentaria en los campamentos empeoró respecto a 2018, pasando del
1,5% al 6,5%. Además, debido a la reducción del 30% en las raciones de
alimentos, “el 90% de los hogares se han visto obligados a reducir las raciones
de comida, omitir comidas, vender bienes esenciales o endeudarse”. El SRRP
estima que se necesitan 103,9 millones de dólares (casi 88 millones de euros)
para atender las necesidades prioritarias de los refugiados saharauis en 2025,
“en el contexto de uno de los períodos de mayor escasez de fondos que se
recuerdan”.
La directora tiene esperanza de que proyectos como el suyo o
como SMAWT remuevan lo necesario para cambiar la situación cuando la política
“se estanca”. Larrosa explica que, con los años, se ha dado cuenta de que el
conflicto del Sáhara es un gran desconocido para muchas personas y es “ahí
donde hay que trabajar, sensibilizar y llegar con el cine”.
Tomado de El País / España.