Por Pedro Téllez*
Recientemente remodelado, El Museo al Aire Libre
Andrés Pérez Mujica tiene un nuevo paisajismo que potencia las obras
de tres dimensiones y que permite visualizarlas mejor, mientras caminamos por
este oasis artístico también conocido como La Plaza de las Esculturas, con
obras de los ochenta, de los noventa y de los primeros años del siglo XXI.
En el vértice del Museo al Aire Libre está, de Víctor
Valera, la escultura titulada “Esquema”. La serialidad se hace
tridimensional: el orificio se hace cilindro y el movimiento no será lateral,
sino prospectivo, el plano pasa a tercer plano, adquiriendo movimiento. Una
obra filosófica del maestro venezolano, donde la sencillez escapa de la simplicidad.
Si este es el vértice del parque, a un costado “La
Bacante”, de Andrés Pérez Mujica, una copia monumental que sacrifica la
ligereza de bailarina de la pieza original, de menor tamaño, que se puede
admirar en La Casa de los Celis.
El parque lleva el nombre del gran escultor valenciano del
siglo XIX. Es necesario destacar la que probablemente sea la mejor
pieza de Cornelis Zitman. La siesta 3/8 con una durmiente influenciada por el
arte zen. Sin duda, la mejor del parque.
Tenía anterior ubicación, más discreta, y ahora está en la esquina de mayor tránsito, que sin embargo no perturba su sueño. El traslado puede justificarse, pues la obra fue víctima de un hurto y luego apareció (no así como la escultura de Narváez, que brilla por su ausencia y que fue hurtada poco después de su inauguración).
Por su valor artístico y económico, hasta por su material, la
obra de Zitman debería tener mejor anclaje a la base, pues luce libre, pero no sé si me
equivoco. Forma parte de la colección inicial del Museo de las Esculturas y
desde un principio destacó por su silencioso carisma.
El bronce trasmite el descanso, parece flotar la figura en un
sueño profundo. Esa levedad de la pieza de Zitman es la que tiene la pieza
original de Pérez Mujica y que se pierde en la copia. Una especie de aura de
levitación, que hace contrapeso al noble material.
Fue premiado ese «sueño tres octavos» en una bienal de
escultura de Japón. Creemos que ahora se la colocó muy alta, pues antes
tenía mejor perspectiva casi al ras del suelo.
Vigila el sueño ajeno el ave de rapiña, con atmósfera de
pesadilla: siempre sorprendente la escultura de Alexis Mujica. El
águila fue una de las últimas piezas en incorporarse a la colección.
Carlos Zerpa: como la rosa es un corazón rojo Ferrari con
espinas. El
humor, más bien ironía, tan característica de sus trabajos no está aquí
ausente: una mirada pop en su representación del centro de las emociones.
En frente, cruzando la calle, en una galería privada, estaba
una escultura de Jesús Soto mirando al parque en su virtualidad. Y aprovechamos
ahora de solicitar un Soto para la ciudad, y que pudiese muy bien complementar
está maravillosa colección.
Volviendo de lo figurativo a la abstracción, Rafael Martínez
y su Pirámide, le da
otra vuelta de tuerca al problema de la cuadratura del círculo. Está vez
diríamos que es la cuadratura del triángulo. Tres cubos, poniendo acento en sus
esquinas y disposición, conforman una anti pirámide.
Otro desafío, racional el de Rafael Martínez e irracional el
de Javier Level, es Autorretrato con caballo y luna, a caballo entre lo surreal
y el cubismo, sin adentro ni afuera, como la conciencia, como la
auto-representación.
Del injustamente olvidado Salvatore Zagami, un díptico donde
la transparencia se espesa, formas orgánicas capturadas en plástico, con el
misterio de los inicios de la vida. Sigue en la senda el monumental
“Sol” de Pedro Barreto, fuera plateado pero de interior azul.
Artista que trabaja la madera, como Harry Abend, pero que
aborda ahora otro material, y la mano del ebanista deja su impronta en el metal
o en la piedra.
Libardo Espinel con Infancia recuperada del niño a caballo (había otra pieza de un niño
como en una fuente que ahora no la veo), los grupos familiares de Marieta
Bergmann o Jorge Seguí, “Boomerang”, de Adolfo Estopiñán, recientemente
incluida, o las construcciones de Colette Delozzane y de Belén Parada, que
pasan de la cerámica escultórica a la escultura urbana propiamente dicha.
Una especie de obelisco de Carlos Mendoza es su base e
interior: escultura dentro de la escultura y leyendas escritas con soplete,
hendidas las cicatrices del soplete escribe sus mensajes que nadie lee, pues
las esculturas de este parque dialogan entre sí, con los árboles, como en un
poema de Montejo, y con el eventual visitante, pasante, entre la ciudad y el
parque. En uno de los epicentros de Valencia, donde la Calle de los
Cafés es la calle de las esculturas.
Tomado de “Ciudad Valencia” / Valencia.
*Intelectual y médico psiquiatra valenciano.