Por Carolina Robino
para la BBC Mundo
Hablar con Joan Manuel Serrat (Cataluña, 1943) es casi tan
bonito como escucharlo cantar.
El cantautor español -para muchos el mejor de todos junto al
cubano Silvio Rodríguez- es un gran contador de historias, y es generoso con
las anécdotas que comparte.
Hace unas noches lo escuché en una conversación con el
escritor nicaragüense Sergio Ramírez en el Teatro Lux de Ciudad de Guatemala y,
aunque algunas de las preguntas que le hizo son similares a las de esta
entrevista, las respuestas tenían otros detalles, otro tono, otra forma de
narrar.
A los 81 años, Serrat tiene una memoria prodigiosa. Va
revelando sus recuerdos y pensamientos como si estuvieran dentro de matrioskas
rusas o fueran capas de cebollas, ese vegetal que inspiró uno de los poemas más
hermosos de Miguel Hernández y que él convirtió en una canción inolvidable.
El autor de canciones tan emblemáticas como
"Mediterráneo", "Cantares", "Lucía" y
"Penélope" habló con BBC Mundo en el marco del festival Centroamérica
Cuenta, que se celebra en Guatemala entre el 19 y el 24 de mayo.
Joan Manuel Serrat, qué se siente ser la banda sonora de la
vida de tanta gente?
¡Uf! Sería un acople tremendo, ¿no? Entiendo lo que quieres
decir y pues me siento en parte orgulloso y en parte responsable.
¿Responsable de qué?
Responsable de que las cosas ocurran de esta manera, de que
ocurran porque yo he escrito las canciones, las he cantado, he tenido la
posibilidad de compartirlas y he empujado este carro que las han convertido en
bandas sonoras de la gente.
Por fortuna, la banda sonora de cada quien es una banda muy
diferente, cada quien se la hace a su medida y a su tiempo.
Algunas son absolutamente personales y los motivos y las
canciones que eligen son de cada uno, pero hay otras que son comunes, canciones
que se han quedado en la memoria colectiva y que entonces se convierten más en
un himno que en otra cosa.
Como una banda social
Una banda común, sí…
Nos enamoramos con Serrat, sufrimos la muerte con Serrat, nos
consolamos con Serrat. Es un registro de emociones muy amplio, ¿no?
Sí, y hace que la vida de uno tenga un cierto sentido.
Pero aclaremos que no es conmigo que se enamoran, se enamoran
con una canción mía, y eso es diferente porque paso de ser cómplice a ser... Ni
siquiera llego a ser observador; lamentablemente, porque sería muy divertido
ser observador de esto.
Hablemos de América Latina, que ha tenido en tu vida y en tu
carrera un papel bastante relevante desde que eras muy joven. ¿Qué significa
América Latina para ti?
América Latina es en cierta manera un conjunto de
territorios, y cada uno de ellos ha formado parte de mi vida.
Sin duda, yo tengo una gran relación con la región, que se ha
dado por interés propio. Yo me he sentido muy partícipe de su historia. Han
ocurrido tantas cosas aquí que me habría sido imposible pasar por ella de otra
manera.
El cariño de la gente me ha hecho sentir parte y mi
curiosidad, partícipe. Me ha tocado compartir tiempos realmente
extraordinarios, bellísimos y tiempos, como diría Mario Vargas Llosa, muy
recios, muy difíciles, en los que he experimentado pérdidas personales
cercanas, desapariciones de amigos que de un día a otro dejamos de ver, de
saber de ellos, y que aún hoy no sabemos a ciencia cierta de qué manera
concreta desaparecieron.
En fin, mi vida está hecha de retazos de América Latina,
porque he dejado retazos de mi vida en cada una de estas experiencias.
Uno de esos momentos recios fue tu exilio en México en 1975,
donde te quedaste luego de que el gobierno de Franco dictara una orden de
búsqueda y captura en tu contra. Si cierras los ojos, ¿cómo ves a ese hombre
que no podía volver a España?
Era un hombre triste que procuraba divertirse todo lo que
podía.
Tenía una tristeza del exilio que me acompañaba por más que
mantuviera la ilusión y el espíritu en alto, y tuviera la certeza de que esto
se acababa, que no duraba más de cuatro días.
Me era muy difícil desprenderme de ella y me hizo muy difícil
la escritura.
Si tú me preguntas cuándo escribí una canción, puedo más o
menos saber la época, pero no tengo nunca la certeza. La única certeza que sí
tengo es que yo en aquellos años no escribí absolutamente nada.
Lo intenté, sí, pero lo que aparecía era muy seco, muy
triste.
Y entonces lo sustituí por una cosa que me fue muy bien.
Cuando se acabaron los conciertos que me habían llevado hasta allí en aquel
viaje, y seguía sin poder volver a España, decidí hacer una gira por mi cuenta.
Quiero decir que compré un camión, nos metimos con los
músicos y los técnicos todos allá arriba, y con mi empresario -que sigue siendo
el mismo que tengo ahora, René León, igual que el de España es José Navarro
desde hace 50 años- empezamos a fantasear, a crear con papel y lápiz una ruta y
le dimos la vuelta a la República.
Tocábamos donde buenamente se podía. Donde había un teatro
grande, si estaba libre, lo alquilábamos; donde no estaba libre, pues otro más
chico o un auditorio.
Montamos así una gira que para mí fue sumamente educativa,
porque es la que me hizo conocer México, descubriendo un país inmenso, mágico,
maravilloso. Y conmigo hospitalario e inolvidable.
¿Te acuerdas de qué te salió cuando volviste a España después
de estar ese tiempo sin escribir en México?
Sí, lo primero que quise fue trabajar en un disco con poemas
de Joan Salvat Papasseit, que era un poeta maravilloso, muy cercano a mí, no
tanto por el lenguaje, sino por el barrio.
Y después ya inmediatamente vinieron otros discos. Fue una
época muy productiva.
Piensa también que cuando yo regreso a España la vida florece
por todos los lados. Franco ha muerto y la libertad sube por los quioscos, las
calles, los teatros, y se derrumba la moral nacional católica que teníamos
allí.
La gente empezaba a vivir una vida más libre, más descarada,
y los movimientos artísticos también florecieron mucho. Había mucha espuma y
mucho fuego para poner la olla.
Me imagino que tienes muchos hitos en América Latina. A mí
personalmente, porque lo viví, se me viene a la cabeza cuando volviste a Chile
en 1990 tras el regreso de la democracia y cantaste "Volver a los 17"
en el Estadio Nacional. Fue un momento muy emocionante para el país, para el
público. ¿Cómo lo viviste tú?
Para mí fue tremendo.
Primero porque hacía poco más de un año que había intentado
entrar a Chile cuando fue el plebiscito de 1988. Y no me dejaron entrar. Me
tuvieron retenido durante un tiempo y me devolvieron a España.
Iba con una delegación muy amplia de gente española,
incluidos políticos, y curiosamente a mí fue el único que me retuvieron.
Luego, cuando volví, Patricio Aylwin ya había asumido, y eran
otras las circunstancias, aunque todavía había presos políticos. Yo estuve
visitando gente en las cárceles que no tardaron mucho en salir, pero que
todavía estaban ahí.
Y debo confesar que el ambiente que se respiraba en general
era de un gran temor al gobierno militar, porque mis propios amigos y
compañeros, cuando conversábamos en espacios abiertos, hablaban con mucha
precaución de las cosas.
¿Y Violeta Parra y "Volver a los 17"?
¡Ah! La Negra…
Yo tengo unos personajes que pueden ser muy curiosos, pero
forman parte de mi educación profunda sentimental con América Latina: Violeta,
Yupanqui, Gardel.
Por tu padre, ¿no? que era tanguero
Sí, era muy tanguero… Y bueno, alguno más.
Pero el único disco entero que hiciste de un poeta
latinoamericano fue de Mario Benedetti. ¿Por qué Benedetti?
Porque le tengo mucho cariño. Y hablo en presente porque lo
tengo siempre presente.
Benedetti es uno de los poetas más cantables que yo he
conocido, y uno de a los que más le gustaba que le cantaran las canciones.
Fíjate que se han hecho barbaridades con Benedetti, como con
muchos poetas musicados, pero a él nunca le importó nada, nunca discutía. Él,
como Miguel Hernández, decía que la poesía es una canción que debe salir
soplada por los poros.
Y era muy agradecido con quien le musicaba poemas. Creo que
de todos, Mario fue el poeta que más promocionó la poesía cantada. Les gustará
más a unos que a otros, pero así es.
O sea, fue por eso, pero también y sobre todo, porque estaba
en España, y podía hablar con él y contestaba rápidamente a las propuestas.
Era muy consciente de que no es lo mismo la letra de un poema
que la de una canción, y que en muchos casos es necesario, si quieres ajustar
bien ambas cosas, que el poeta sea muy tolerante.
Como yo nomás había musicado poetas difuntos, no tuve nunca
la posibilidad de poder hablar con ellos para tratar de modificar nada, para
saber qué habrían pensado (Antonio) Machado o Hernández, por ejemplo. Así que
nunca modifiqué nada.
En cambio, ahora que tenía al poeta vivo, sí agradecí que nos
viéramos constantemente.
Hace casi dos años y medio que hiciste tu última gira,
"El vicio de cantar", pero no has parado. Estás recibiendo premios,
viajando, participando en charlas, en eventos. Al final, más que un retiro se
podría decir que hubo una transformación de Serrat, ¿no?
¡Ah! Es que el vicio de cantar está hasta sus últimas
consecuencias en uno, pero ahora lo reservo solo para ocasiones en las que
coincidan muchas cosas.
¿Pero estás disfrutando todas estas otras actividades, esta
otra relación con el público?
Sí, bueno, unas más que otros. Es como en la vida: hay
lugares a los que vas con todo, feliz de poder ir y gozar, y hay otros a los
que vas porque sabes que tienes que ir. Pero no por eso tienes que ir con un
sentimiento de infortunio.
Yo procuro ser feliz en el lugar que tengo, pero a veces voy
extraordinariamente feliz y motivado y emocionado y a lo mejor no me responde
el alma de la misma manera.
Pero esto me ha ocurrido siempre y espero que me siga
ocurriendo.
Pocas personas tienen una carrera tan exitosa y lograda como
la tuya. Creaste un mundo y hasta existe un adjetivo nacido de tu apellido:
serratiano. ¿Cómo combatiste el ego y mantuviste los pies en la tierra?
No tengo un método, pero sea lo que haya hecho no me ha ido
mal. Además, porque no he esperado a tener 80 años para saber que todo pasa muy
deprisa y que hoy eres fuego y mañana olvido.
Entonces más vale la pena no enamorarse de algo que es tan,
tan voluble.
Hablas mucho de Viana, este pueblo en Navarra al que
comenzaste a ir en la adolescencia y en el que te sientes muy a gusto. Dices
que allí eres simplemente Juanito. ¿Quién es Juanito?
Pues el mejor amigo de un albañil.
A mí mis padres me dejaron caer ahí en un verano determinado
porque no tenían dónde meterme, y ahí hice los amigos que se hacen normalmente.
Mis mejores amigos son casi todos de la infancia.
Y a mis hijos cuándo les preguntan de dónde eres, dicen de
Barcelona, pero si les preguntan de qué pueblo, entonces dicen de Viana.
No te voy a preguntar cuál es tu canción favorita, porque ya
sé que no lo contestas, pero entonces te voy a contar cuál es la mía, que es
"Elegía", del disco de Miguel Hernández. En 2023 Orihuela, el pueblo
donde él nació, te nombró hijo adoptivo. Cuéntanos de esa canción y de esa
historia tan redonda, tierna y dolorosa.
Bueno, a ver, a mi modo de ver, "Elegía" es un
poema tan desgarrador y tan maravilloso; es una canción de amor extraordinaria
del desgarro del que sigue vivo, como si hubiera cometido algún grave pecado
viviendo mientras el amigo muere.
Y cuando le puse la música reconozco -y perdona la
inmodestia- que acerté mucho.
Quizá no es una de las canciones más fáciles, pero fíjate que
después de tantos años sigue siendo una canción que cuando la toco en medio de
un concierto provoca una emoción que notas como te viene del público, te viene
a las manos, ¿sabes?
Tienes un público que está ahí y viaja contigo a aquella
canción.
¿Y por qué elegiste cantar "Esas pequeñas cosas" en
la ceremonia de entrega del Premio Princesa de Asturias, uno de los últimos que
has recibido?
Porque tiene todos los requisitos que yo creía que la
ajustaban a las circunstancias: es corta, es muy bonita, sencilla, popular. Y
la podía tocar con un violín.
Pero te digo que fue mucho más emocionante todavía cuando
tuve que bajarme del escenario y salir a la calle y pasar por debajo de un
túnel hecho con gaitas que tocaban por encima de tu cabeza.
Para terminar, uno de los últimos eventos en que participaste
fue una charla con la periodista Rosa María Calaf sobre hacerse mayor, y entre
muchas cosas dijiste, me llamó la atención esta: "Tengo 81 años y pienso
seguir haciendo cosas en defensa de mi familia, de mi pueblo y sobre todo en
defensa propia". ¿Qué cosas quieres hacer en defensa propia? ¿Qué quieres
decir con eso?
Quiero decir que al llegar a los 80 años esta sociedad
ingrata en la que vivimos tiene una cierta tendencia a no solamente permitir
que uno se jubile, sino a jubilarlo obligatoriamente.
Y no solamente le saca el trabajo, sino que le saca los mapas
de la vida con los que uno se mueve. Se le retira también el derecho a ser
visible y se acaba convirtiendo en un ser invisible que va de aquí para allá.
Yo no pienso renunciar a mi visibilidad ni a mi derecho a ser
útil. O sea, sigo siendo un ciudadano útil. ¿Qué me quieran utilizar para una
cosa u otra? Pues para las que me gusten, me dejaré, y para las que no me
gusten, no me dejaré.
Y si creen que no soy útil, pues entonces me buscaré otras
posibilidades.
Quiero decir que tengo todas las ganas de vivir, y no me las
van a quitar mientras pueda sentir esa maravilla que es la vida.
Esto a pesar de que corren tiempos bien recios, en los que
todo está puesto en tela de juicio y la sensibilidad del hombre parece que
desaparece y que no es buena sentirla, que no es bueno dar ni vivir en un mundo
sensible y menos en un mundo solidario y, por tanto, en un mundo justo.
Es decir, las razones por las cuales la justicia y el mundo
se tienen que mover están todas relacionadas con el sistema económico, con el
sistema financiero.
Y yo que viví toda mi vida pensando que los valores estaban
en otro lugar, pienso seguir defendiéndolos y hacerlo con independencia de los
gurús del futuro y de las aves de mal agüero.
No me rindo de defender que el hombre merece una vida más
justa, más solidaria. Merece un futuro mejor.
Tomado de BBC Mundo.