Luis Fuenmayor Toro* / Opinión
En artículo reciente, explicaba que, normalmente, las consideraciones que se hacen para los presos comunes son muy diferentes de las hechas para los presos políticos. Para la generalidad de la gente, el preso común es un delincuente, es decir ha atentado contra personas o bienes materiales por motivaciones individuales, propias, impulsado por la satisfacción de deseos o necesidades de distinto tipo y grado. El preso político, en cambio, no es visto como un delincuente, con excepción del gobierno que lo mantiene recluido y los seguidores fanáticos de éste. De hecho, normalmente se habla de delitos políticos y delitos comunes, y los detenidos por ellos son recluidos en distintos ambientes o deberían serlo. En el pasado, esto se cumplía como es debido, pero la llamada revolución bonita parece que pierde su belleza en muchos casos y éste es uno de ellos.
El intercambio de prisioneros es una práctica muy antigua,
que se entiende claramente y se ve con simpatías en los casos de guerra: las
partes en conflicto intercambian sus presos, los cuales en principio son
equivalentes, pues se trata de soldados y oficiales de distinto grado
enfrentados por los intereses de sus respectivas patrias. Sus intereses los
igualan, independientemente de que la razón esté en alguno de los lados y no en
ambos, o simplemente no exista una razón aceptada universalmente. El país “A”
quiere que liberen a sus combatientes apresados por el país “B”, mientras éste
quiere a los combatientes suyos en poder del país “A”. Es nítida y transparente
esta negociación, la cual será recibida por todos como positiva desde el punto
de vista humano.
En otros intercambios, las cosas no son tan claras ni tan
evidentes, aunque pese a estas diferencias, el intercambio se podría entender y
declarar procedente. Así, se podría dar el mismo tratamiento al intercambio de
presos, no necesariamente políticos, entre dos países, sin que los mismos estén
en guerra, ni enfrentados de alguna manera. Ambos países podrían estar
interesados sólo en que sus nacionales no estén presos en otro país y, por lo
tanto, acuerdan intercambiarlos para que cada quien regrese a su país de
origen. Podría tratarse, y sería el caso más diferente y complejo, del
intercambio de presos considerados políticos o injustamente recluidos en el
otro país negociante, para intercambiarlos por presos de éste a quienes se les
da la misma connotación. Este intercambio generalmente se da entre países
enfrentados en alguna forma, pero sin estar en guerra. Este último, es el caso
del intercambio con EEUU que trajo a Venezuela a Alex Saab.
Un último caso, retorcido, pero que el pragmatismo amoral o
ignorante considera válido, es intercambiar presos políticos de un país por
nacionales de ese mismo país secuestrados en otro. O sea, presos de la misma
nacionalidad: unos cautivos como políticos en su país y otros secuestrados por
un país distinto, por lo que no son equivalentes. Es como el rescate que pide
un secuestrador. Un intercambio así se realizaba hacia los años sesenta del
siglo XX, entre secuestradores de aviones que pedían como rescate, para liberar
a los pasajeros, la libertad de sus presos en distintos países. Y se repitió
mucho hasta que los estados dejaron de acceder a estas siniestras peticiones.
Hoy hay quienes piden que se haga con los venezolanos secuestrados por Bukele:
cambiarlos por presos políticos venezolanos. O sea, dar luz verde al secuestro
futuro de venezolanos en cualquier país, para intercambiarlos por presos
políticos o no que estén en Venezuela, o por lingotes de oro del Banco Central
o por divisas convertibles. ¿Se entiende? ¿Es eso lo que se quiere?
Tomado de Costa del Sol FM.
*Exrector de la UCV. Candidato a diputado a la Asamblea
Nacional por Caracas en la tarjeta de Lápiz.