Por Ayelén Oliva
La carga de nostalgia con la que Sergio Ramírez mira a
Nicaragua, a cuatro años de su exilio en Madrid, no solo no le nubla la vista,
sino que se convierte en alimento para su escritura.
"Uno es escritor esté donde esté", le dice a BBC
Mundo Ramírez, también periodista, ensayista y abogado por la Universidad
Nacional Autónoma de Nicaragua.
Una de las voces literarias más relevantes de Hispanoamérica,
Ramírez recibió una decena de premios, entre ellos el Premio Cervantes en 2017,
que lo consagró como el primer autor centroamericano en alcanzar el máximo
reconocimiento de las letras en español.
Además de la literatura, con 14 novelas publicadas, ensayos y
relatos, la vida pública de Ramírez está unida a la política, aunque hace más
de 30 años se haya distanciado de ella.
Ramírez participó en la Revolución Sandinista de 1979 que
derrocó al régimen de Anastasio Somoza, ha sido vicepresidente de Nicaragua de
1985 a 1990 durante la presidencia de Daniel Ortega y, tras su ruptura con el
sandinismo, se convirtió en uno de sus principales críticos.
Exiliado en España desde 2021, Ramírez es uno de los 94
nicaragüenses declarados "traidores a la patria", despojados de su
nacionalidad y desposeídos de sus bienes, incluida su casa en Nicaragua.
Autor de obras tan emblemáticas como "Margarita está
linda la mar", "El cielo llora por mí" y "Adiós
muchachos", con su último libro, "El caballo dorado", vuelve a
demostrar su capacidad de sorprender, ahora desde la fantasía.
BBC Mundo habló con él en el marco del Festival Centroamérica
Cuenta, del que es fundador, que se realiza en Guatemala del 19 al 24 de mayo.
Usted suele describir al exiliado como aquel que padece el "síndrome de la maleta abierta". A cuatro años de haber salido de Nicaragua, en medio de un máximo histórico de personas forzadas a salir de sus hogares en el mundo, ¿cómo convive con el hecho de no poder volver a su país?
El síndrome de la maleta abierta implica que el exiliado no
se resigna a quedarse, sino que espera siempre regresar, implica las
incertidumbres y las esperanzas que pesan sobre todo exiliado.
En mi caso, a medida que el tiempo pasa, la perspectiva de
regreso cambia.
Hace cuatro años que salí al exilio, de manera que la
permanencia fuera de Nicaragua se vuelve una costumbre, pese a lo que uno
quisiera.
Uno se adapta a un nuevo medio y, a pesar de que uno sabe que
posiblemente no pueda regresar, la esperanza está siempre presente como un
lejano resplandor.
¿Cómo cree que incide el exilio en su escritura?
Hay que sacar el mejor provecho en las circunstancias que a
uno le tocan.
Uno es escritor esté donde esté, sea aquí, mirando mi país
desde lejos con una carga de nostalgia que no deja de ser un alimento para la
escritura, o en Nicaragua.
Pero escritor soy de las dos maneras.
¿Cuál es el riesgo de la distancia a la hora de escribir
sobre Nicaragua?
El riesgo es perder los cambios de la propia lengua. Uno
tiene que cuidar que la memoria no traicione el lenguaje.
En la medida en que uno se aleja de su país corre el riesgo
de perder el lenguaje oral, el lenguaje diario, la propia lengua, que es parte
del patrimonio del escritor.
Dentro del español, cada país tiene sus propios matices que
están cargados de las vivencias de la infancia, de la vida afectiva y del habla
popular.
El escritor está hecho de esos matices.
¿Y qué hace para evitarlo?
Intento buscar mis propias voces, escucharme dentro de mí,
hacerme pruebas para comprobar que sigo metido dentro de esa lengua y que no he
salido de ella.
De todas maneras, los latinoamericanos tenemos la ventaja de
que el español peninsular es completamente distinto y nos cuesta mucho
traducirnos a él. Por ejemplo, me siento un impostor usando el vosotros,
no me sale.
Esas son las defensas que el organismo tiene para cuidar su
propio idioma.
La distancia, al mismo tiempo, suma perspectiva. ¿Cómo ve a
Nicaragua?
Desde el horizonte de Europa y Estados Unidos, Nicaragua es
un país demasiado pequeño para los agitados intereses mundiales que están en
juego por estos días.
No es más que un país marginal en el plano internacional y
eso la lleva al olvido.
Cualquier atrocidad que ocurre en Nicaragua la conocemos por
la red de exiliados o por la atención de las distintas comisiones
internacionales de Derechos Humanos, pero no se ve ni en los periódicos.
En el orden de las prioridades internacionales, Nicaragua
está completamente desaparecida y ese olvido favorece a la dictadura.
¿Cree que hemos normalizado, de alguna manera, lo que pasa en
Nicaragua?
El olvido es la normalización.
Pasa algo similar con Venezuela, aunque se habla un poco más
de este país, tal vez cada vez menos.
Ya no causa escozor el hecho de que, por ejemplo, le hayan
robado las elecciones a Edmundo González por una inmensa cantidad de votos.
En la última elección presidencial en Venezuela se la comparó
mucho con Nicaragua. ¿Qué piensa de eso?
Venezuela es un país más complejo. Venezuela sí está en el
tablero internacional, al menos por el asunto del petróleo y sus riquezas
naturales.
Venezuela tiene una posición estratégica, mientras que
Nicaragua económicamente es marginal.
Maduro lucha por estar dentro del escenario internacional,
mientras que Ortega renunció a él.
Nicaragua está cortando todas sus amarras con el mundo: rompe
relaciones con otros países, sale de organismos internacionales, no participa
de ninguna cumbre.
La diferencia entre Venezuela y Nicaragua está en la voluntad
de aislamiento, del "no se metan conmigo, yo no me meto con nadie",
de la idea absurda de que puedes sobrevivir aislado del mundo.
Nada se parece más a la dictadura de Ortega de estos días que
a la del doctor [José Gaspar Rodríguez de] Francia en Paraguay (1820-1840), que
se aisló totalmente del mundo.
Mencionó a Rodríguez de Francia en Paraguay y pienso en
"Yo, el Supremo", la gran novela paraguaya de Augusto Roa Bastos,
publicada en 1974, basada en esa historia. ¿Las grandes tragedias políticas
funcionan como alimento para la literatura?
Esa es la gran contradicción que vive un escritor.
Los escenarios complejos, los abismos de desigualdad, la
corrupción sistemática, los fraudes electorales, las dictaduras prolongadas
resultan el mejor alimento para la escritura.
Mientras que la democracia es para la literatura más
aburrida.
Pero, a fin de cuentas, uno es un ciudadano que lo que quiere
es vivir en democracia en su propio país.
Entonces, preferiría tener que buscarme otros temas para
escribir.
Y eso es lo que ha hecho en su último libro, "El Caballo
Dorado", una historia construida con más elementos de la fantasía que
cualquiera de sus otras novelas. ¿Por qué eligió ese registro?
El escritor tiene que procurar no ser nunca previsible.
El hecho de ocuparse de la realidad puede hacer que uno corra
el riesgo de convertir a la literatura en un instrumento de lucha política. Y
eso me parece deleznable.
Hay que alejarse de esos peligros buscando la diversidad de
temas, dejando que la imaginación vuele sola.
La literatura es un asunto del lenguaje, de la imaginación y
de la experimentación constante.
Eso no quiere decir que dentro de la realidad uno no pueda
penetrar de manera original.
Pero si uno explora caminos distintos, la escritura se
mantiene más saludable.
El mes pasado murió Mario Vargas Llosa, quien además de ser
uno de los más grandes novelistas de lengua española ha sido un actor político
relevante para Perú, así como usted lo es para Nicaragua. ¿Cómo ve el cruce
entre literatura y política en América Latina?
Cuando Mario Vargas Llosa perdió las elecciones ante Alberto
Fujimori, yo acababa de perder unas elecciones en Nicaragua contra Daniel
Ortega.
Tenía, al igual que él, una derrota electoral sobre las
espaldas, con la diferencia de que yo había estado en el poder.
Ahora pienso, qué hubiera sido de Mario si hubiera sido
elegido presidente del Perú, si hubiera tenido que enfrentar a Sendero
Luminoso, si hubiera tenido que gobernar un país tan contradictorio, tan
dividido y de tantos contrastes.
Me parece que ocurrió lo que convenía, que Vargas Llosa
volviera a la literatura y, como fruto de aquello, pudiera escribir un gran
libro como es "El pez en el agua" (1993), en el que cuenta la
historia de esa campaña.
En Estados Unidos, Norman Mailer (1923-2007) se presentó en
1969 como candidato a alcalde de Nueva York, pero aquello fue una rareza, algo
visto como un absurdo.
En América Latina no pasa eso, aquí este vínculo es producto
de una larga tradición.
¿Qué piensa del presidente Bernardo Arévalo en Guatemala?
El paso de Arévalo por la presidencia de Guatemala es
trascendental para América Latina.
Si Arévalo logra entregar el poder a otro gobierno civil
demostrará que es posible que un presidente civil, desarmado, que gobierna con
la palabra y la razón, puede sobrevivir a un ambiente de corrupción orgánica
donde muchos elementos conspiran en contra de la democracia.
Si logra terminar su mandato, eso ya será un triunfo.
Vinculado a la calidad de nuestras democracias, usted ha
dicho que existe una gran distancia entre el ideal constitucional y la realidad
en América Latina...
El ideal constitucional en América Latina, en tanto propuesta
intelectual liberal de la Ilustración, ha estado distanciado de la realidad
debido a sus luchas de facciones, el caudillismo, los militares, los golpes de
Estado.
¿Qué pasa en el caso de Nicaragua, que reformó hace poco la
Constitución para incorporar la figura de "copresidente", algo que ya
existía en los hechos? ¿La Constitución se amolda a la realidad?
En Nicaragua esta brecha se ha cerrado. Se ha cerrado para
mal.
La realidad se corresponde exactamente con la Constitución.
Es decir, hicieron una Constitución a la medida de la realidad.
Nicaragua es una monarquía bicéfala bajo el nombre de
república.
La Constitución menciona la figura del "copresidente”,
marido y mujer, y no menciona la división de los poderes del Estado sino uno
solo: la Presidencia, que está por encima de los otros. Es una entelequia
absurda.
En su novela "Tongolele no sabía bailar" aparece la
idea de una pesadilla de Estado disfrazado de institucionalidad que se asemeja
mucho a la realidad que describe de Nicaragua...
Sí, en Nicaragua tenemos una pesadilla constitucional que
está a la vista de todos: la realidad elevada al rango de Constitución. Esta es
la gran novedad. Ni Cuba ni Venezuela tienen un modelo así.
En Venezuela existe la ficción de que hay jueces, de que hay
un procedimiento, que existe una sentencia.
En Nicaragua no existe nada de eso. Nicaragua no se presenta
ni siquiera como un modelo a seguir en América Latina. Simplemente está ahí.
En cambio, existen otros líderes que sí se proponen como
modelos para la región. Ese es el caso de Bukele, con su propuesta conservadora
del siglo XIX, y Milei, con su desmonte del Estado y el liberalismo a ultranza.
Relacionando a Bukele y Milei, usted los describió como parte
del "nuevo despotismo desilustrado". Imagino que lo piensa en espejo
al "despotismo ilustrado" de las antiguas monarquías absolutistas.
¿Puede explicarnos este concepto?
Tanto Milei como Bukele representan regímenes que ofrecen la
autoridad absoluta, algo que ha sido un clásico para América Latina, y ahora
con el agregado de un lenguaje ideológico vinculado al mundo digital.
En lo que se refiere a países pequeños como El Salvador, la
situación es deleznable. Es un presidente que ofrece su país como cárcel a una
potencia extranjera. Si antes el enclave era bananero, ahora es un enclave
carcelario.
¿Por qué "desilustrado"?
La desilustración la vemos en el peso de los eslóganes y de
las ideologías.
Esto no tiene que ver con derechas o izquierdas, sino con la
instalación de modelos autoritarios que no admiten más que el pensamiento
único.
Tanto Milei como Bukele se presentan como una ruptura con lo
establecido, que incluye al orden conservador, no solo rompen con la izquierda
sino con la "casta".
No hay que perder de vista que son gobiernos populistas de
derecha con popularidad. Existen también los gobiernos populistas sin
popularidad.
Pero estos son gobiernos que tienen un respaldo importante.
Eso es nuevo.
¿Y por qué cree que se da este fenómeno?
Me parece que tiene que ver con el desgaste del sistema
democrático en América Latina.
A pesar de que la democracia ha logrado grandes avances en el
siglo XX, le ha costado demostrar su capacidad para cerrar los grandes abismos
económicos y sociales en la región más desigual del planeta.
Eso genera una gran desconfianza en los sectores populares y
un descrédito en el sistema democrático.
En ese contexto, aparecen los líderes que se presentan con
mucho éxito en contra del sistema, aunque vienen desde adentro del mismo.
La clave está en ver si las instituciones democráticas son
más fuertes que las personas o las personas más fuertes que las instituciones
democráticas, ya que no existe mejor sistema que la democracia, por muchas
imperfecciones que tenga.
Por último, en "Adiós muchachos" usted se despidió
de la política, incluso después de haber hecho el intento de participar en
espacios distintos al Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN). ¿Qué es
lo que vio en la política que no le gustó?
Yo nunca habría transitado la política si no hubiese sido
porque se trataba de una revolución juvenil, improvisada e idealista, en un
momento en que un país entero se alzó contra una dictadura.
No hubiera estado bien perder esa oportunidad de la historia
de Nicaragua, de América Latina, de ser partícipe en mi rol de intelectual de
aquel intento de cambio.
Pero ese proyecto fracasó desde sus cimientos éticos. No pudo
realizar sus propuestas idealistas.
Entonces, llegó un momento en que si me quedaba en la
política, me hubiera quedado como un político cualquiera. Y esa no era mi
vocación. Mi vocación siempre ha sido escribir.
¿Le pesa su paso por la política?
No tengo ninguna nostalgia de la política.
Salí del escenario político en 1996, hace 30 años, pero
todavía muchos me siguen definiendo como un escritor y político. Es una piedra
con la que tengo que cargar.
No así la escritura...
La escritura es mi vida. Si no fuera escritor sería muy
desgraciado. No podría ser un pensionado de la tercera edad si no fuera
escritor.
La escritura es un oficio al que no se renuncia nunca.
Uno no puede dejar la escritura y ponerse a cultivar bonsáis.
La escritura no tiene tercera edad, mientras haya memoria e imaginación.
¿Hay algo nuevo en la literatura que lo entusiasme?
Las escritoras mujeres. El siglo XXI es el siglo de las
escritoras.
Hay una enorme floración de mujeres en la narrativa.
Hoy, cuando se habla de mujeres en la escritura, se habla de
literatura latinoamericana.
Tomado de BBC Mundo / Imagen: GETTY.