Por Simón García / Opinión
Estamos atrapados en un túnel
desde hace 25 años. El llamado socialismo del siglo XXI lo abrió con sus
políticas económicas y su modelo de Estado. El túnel es un infierno. La mayoría
de la población, como lo demostró la elección del 28 de julio quiere cambios y
volverá a expresarlo en todas las elecciones que se hagan mientras persista
esta crisis de socialización de la pobreza, recortes de los derechos y pérdida
de justicia social.
Es evidente que las decisiones de Trump para sacar del país a las petroleras extranjeras, su imposición de aranceles a quienes compren nuestro petróleo, la deportación masiva de venezolanos y el respaldo a la pretensión de Guyana de despojarnos de territorios en los que tenemos titularidad histórica, afectan al interés nacional y agravarán las condiciones de vida de los venezolanos.
En medio de la reaparición del
gran garrote autoritario en la política exterior neocolonial de Trump es
incomprensible que sectores de oposición consideren que la intervención
extranjera e incluso una acción militar, sea una forma legítima y válida para retornar
a la democracia cediendo soberanía. Un cambio de vergüenzas, absolutamente
inaceptable.
Todo este complicado cuadro se
entrelaza con la conducta que la oposición social al gobierno adoptará
definitivamente el día de las votaciones. En este momento las encuestas hablan
de la existencia de una explicable renuencia a votar, aún a sabiendas que eso
le entrega una victoria al régimen. Pero mucha gente considera, con motivo, que
el desconocimiento del voto anula su ejercicio.
Empleo el término oposición
social para abarcar a quienes exigen un cambio en la política de Maduro, aún si
comparten algunos aspectos del proyecto del PSUV. Esta distinción, más allá de
los partidos y su dedicación a la lucha política por el poder, fue el motor del
28 de julio y el fundamento para proponer una política de alianzas por el
cambio con entendimiento, reconciliación y avances parciales hacia la
democracia.
Los partidos ya han adoptado
decisiones que no tendrían por qué conducir a una guerra a muerte para
exterminarse a sí mismos.
Esta autodestrucción ocurre
porque detrás del debate sobre votar o no, se está acometiendo una ofensiva
para imponer la hegemonía de un sector de la oposición sobre otros, a los
cuales se les satanizar para excluirlos de un equipo dirigente que debe ser plural
si quiere ser representativo del variado arco de fuerzas del descontento. Si
una fuerza se propone dirigir todo ella sola, mermará condiciones y logros y
propiciará una pelea dentro de la oposición que no deberia primar ante la
necesidad de repetir la victoria del 28, esta vez en unas elecciones regionales
que descentralizan la lucha y empodera a liderazgos directamente enraizados en
sus comunidades.
Mientras más votos menos fuerza
para el autoritarismo. Votar es la acción de un país que no se rinde, que le
concede importancia a la lucha, ahora en cada Estado y municipio del país, para
responder al deseo de todos de vivir mejor, aún en las condiciones no
democráticas que imponen las fuerzas conservadoras y sin ideales que ocupan el
poder ejecutivo nacional.
¿Vamos también a dejar de luchar
por el salario y las pensiones porque el gobierno desconoce esos derechos?
El voto no se puede desarticular
de la defensa ideal ni de la práctica social de la democracia, porque es una
condición de su existencia.
Además de una herramienta de
protesta, es un instrumento esencial para fortalecer la cultura y las
decisiones democráticas en los eventos electorales. Pero también en los asuntos
de la vida asociativa cotidiana y en las relaciones que hay que
crear permanentemente en todos los espacios sociales donde sea posible, aun si
es en pequeña escala y aún si hay que desconfiar de instancias tan
contrarias a las reglas democráticas como el CNE.
El que proclama la democracia
debe practicarla contra todos los obstáculos para impedirla.
Sus contenidos refieren a
valores, reglas y vivencias entre los ciudadanos y entre éstos y el Estado. Sus
formas tienen que ver directamente con el voto y con no dejar que desaparezca
ese voto universal, directo y secreto, que el Estado autocrático quiere que no
ejerzamos más. Pero la experiencia histórica indica que siempre hay que
combatir al autoritarismo, incluso con los votos.
Todos sabemos que el objetivo del
oficialismo en esta elección de gobernadores y Asamblea Nacional es sacar del
camino a fuerzas de resistencia a la sustitución del Estado constitucional de
Derecho por un Estado Comunal. Es el primer paso para la desaparición
definitiva de gobernaciones y Alcaldías, para eliminar el voto individual y
secreto e imponer decisiones con manos alzadas en Asambleas Comunales que ya
están recibiendo atribuciones que no les corresponden. No votar es normalizar
esa situación y aunque hoy no se tenga conciencia de ello, es asestarle otro
golpe a la democracia.
¿Vamos a permitir que eso ocurra?
O vamos a rebelarnos con nuestro voto, exigir condiciones de transparencia y
contribuir a la libertad, la paz y la prosperidad de Venezuela.
¿Nos abstenemos para seguir
en el pasado o nos armamos de valor cívico y responsabilidad de ciudadanos para
arriesgarnos a ser testigos de mesa y defensores del voto, votando para abrir
rendijas a un porvenir democrático?
Votar es mantener encendida una
luz para salir del túnel.