La nueva
democracia blanca de las Trece Colonias, aparentemente fundada en las ideas de
la Ilustración de los filósofos radicales, era mucho menos democrática que la
centenaria confederación de tribus iroqueses. La Liga de las Seis Naciones,
Liga Iroqués o Gran Liga de la Paz, había sido fundada en 1142 con la
integración de diferentes pueblos originarios de Norteamérica como solución a
un período de conflictos y disputas individuales por el poder. Fue una de las
democracias participativas más antiguas del planeta, basada en la búsqueda de
la paz y en la redistribución de la producción colectiva.
Los iroqués aceptaban inmigrantes, pueblos desplazados y hasta a sus derrotados en las guerras. Aunque algunos prisioneros podían ser forzados a trabajar, su servidumbre no estaba ligada a su raza y, luego de un tiempo, solían ser adoptados por familias establecidas.
Los pueblos
americanos ejercían formas más democráticas, menos patriarcales (en muchos
aspectos eran matriarcales) y más equitativas que los europeos. Los ejemplos de
democracia europea se limitaban a grupos pequeños, como en el caso inglés,
luego de la destrucción de las tradicionales tierras comunales, del surgimiento
de la comercialización de casi todo a fuerza de cañón, como fue el caso de las
compañías trasnacionales, de los mismos piratas, los que fundaron un rasgo
típico del occidente capitalista: amables democracias adentro y arriba;
brutales dictaduras afuera y abajo.
En marcado
contraste con las nuevas sociedades capitalistas en Europa, en las Américas el
éxito social se reflejaba en una expectativa de vida mayor y en una mayor
estatura que la europea, debido a mejores condiciones de salud y de trabajo.
Los nativos trabajaban menos horas por día; la mitad de los días al año que los
trabajadores europeos. Habían consolidado un sistema de seguridad social que
protegía a los integrantes más débiles, como los ancianos y los enfermos, una
desigualdad social mucho menor y una frecuencia de guerras internacionales muy
inferior a la europea.
Un ejemplo
conocido de democracia en Norteamérica, siglos antes de la fundación de la
llamada “democracia americana”, fue la federación de pueblos iroqués, que
fundadores como Benjamín Franklin conocían muy bien pero no quisieron mencionar
en los voluminosos debates constitucionales y unionistas. No es difícil
adivinar por qué, si consideramos el racismo crónico de los llamados Padres
fundadores. El mismo Franklin, en una carta a James Parker fechada el 20 de
marzo de 1751, argumentando a favor de la posibilidad de crear una federación
de doce colonias independientes, se refirió a la vergüenza de que los colonos
ingleses no pudieran lograrlo cuando desde hacía mucho tiempo ya lo habían
hecho “seis naciones de salvajes ignorantes”. Según Franklin, “Sería algo
muy extraño que seis naciones de salvajes ignorantes fueran capaces de formar
un plan para tal unión, que haya subsistido por siglos y parezca indisoluble; y
que una unión similar fuera impracticable para una docena de colonias inglesas,
para quienes es más necesaria y debe ser más ventajosa, y de quienes no se
puede suponer que carezcan de una comprensión igual de sus intereses”. Las
13 flechas que ahora sostiene el águila en el escudo de Estados Unidos procede
de una metáfora iroqués: es más fácil quebrar muchas flechas por separado que
quebrarlas todas juntas.
Años más
tarde, poco después de la independencia de las Trece colonias y de la expulsión
de varios pueblos indígenas allende los Apalaches, en 1784, Benjamín Franklin
matizó sus juicios de juventud:
“De
jóvenes, los indios son cazadores y guerreros; de viejos son consejeros, pues
todo su gobierno se basa en el consejo de los sabios. No tienen fuerza [policía],
no tienen prisiones, no hay oficiales que obliguen a la obediencia o inflijan
castigos”. Aunque la imagen popular puede reducir a esta
confederación a una unión de tribus de reducido tamaño, en el siglo XVI su
población excedía la de los estados esclavistas del sur―Virginia, Maryland,
Carolina del Norte, Carolina del Sur y Georgia.
Las
observaciones de Franklin continúan arrojando un tesoro de información que
sería más tarde olvidado: aparte de cazadores, constructores y guerreros, los salvajes
“estudian oratoria; el mejor orador es el que tiene mayor influencia. Las
mujeres cultivan la tierra, preparan los alimentos, cuidan y crían a los niños,
y transmiten el recuerdo de las transacciones públicas. Estas ocupaciones de
hombres y mujeres se consideran naturales y honorables. Al tener pocas
necesidades artificiales, tienen abundancia de tiempo libre para mejorar
mediante la conversación. Ellos consideran que nuestro laborioso estilo de vida
es vil y servil, y que el conocimiento en el que nos valoramos a nosotros
mismos es frívolo e inútil. Un ejemplo de esto ocurrió en el Tratado de
Lancaster en Pensilvania, en el año 1744, entre el Gobierno de Virginia y las
Seis Naciones. Después de que se resolvió el asunto principal, los comisionados
de Virginia informaron a los indios que había en Williamsburg una universidad
con un fondo para educar a la juventud india y que si los jefes de las Seis
Naciones enviaban media docena de sus hijos a esa universidad, el gobierno se
ocuparía de que estuvieran bien provistos e instruidos en todo el saber de la
gente blanca. Una de las reglas de cortesía de los indios es no responder a una
propuesta pública el mismo día en que se hace. Ellos piensan que sería tratarla
como un asunto sin importancia. Para demostrar respeto, se toman un tiempo para
considerar cada propuesta como un asunto importante. Por lo tanto, aquella vez
también aplazaron su respuesta hasta el día siguiente. Cuando su vocero comenzó
a hablar, expresó agradecimiento por la bondad del gobierno de Virginia por
aquel ofrecimiento”.
La
respuesta del vocero iroqués resuena hoy de una forma que cualquier
supremacista moderno encontraría arrogante y otros encontramos de una extrema
sabiduría, inteligencia y coraje intelectual:
“Sabemos”, dijo, “que
ustedes tienen en alta estima el tipo de enseñanza que se ofrece en esos
colegios y que el mantenimiento de nuestros jóvenes, mientras estén con
ustedes, les resultará muy costoso. Estamos convencidos de que ustedes quieren
hacernos un bien con su propuesta y se los agradecemos de corazón. Pero
ustedes, que son sabios, también deben entender que las distintas naciones
tienen diferentes concepciones del mundo y, por tanto, esperamos que no tomen a
mal que nuestras ideas sobre la educación no sean las mismas que las de
ustedes. Hemos tenido alguna experiencia al respecto. Varios de nuestros
jóvenes fueron educados en sus colegios. Fueron instruidos en sus ciencias,
pero cuando volvieron con nosotros ignoraban todos los medios de vida en la
naturaleza. Eran incapaces de soportar el frío o el hambre, no sabían cómo
construir una casa, no sabían cómo cazar un ciervo o luchar contra un enemigo
ni hablaban bien nuestro idioma. Agradecemos su amable ofrecimiento, pero no
podemos aceptarlo. Ahora, para demostrar nuestro agradecimiento, si los
caballeros de Virginia nos envían una docena de sus hijos, cuidaremos mucho de
su educación, los instruiremos en todo lo que sabemos y los convertiremos en
hombres”.
*Jorge Majfud es escritor y
académico. Del libro Historia anticapitalista de Estados Unidos (a
publicarse en 2025). Tomado de Página 12 / Argentina. En la imagen de archivo, Benjamín
Franklin.