Por Simón García / Opinión
Soy un observador. No un activista político.
Un
observador que asume exponerse. En dos de las acepciones de la palabra.
Una, la
de ver, interpretar y tratar de explicar el sentido de la dinámica política. Y
dos, correr un riesgo de penalización por tener una voz diferente al interés
del poder.
El
observador se ocupa, se hace cargo y entra a formar parte de lo que interpreta
o explica. No es neutral.
Pero en
política se puede ser neutral cuando entre dos partes que contienden, no se
inclina hacia una. Una indecisión que generalmente lleva a la indiferencia.
La opinión que trasmito no es neutral porque me opongo a la cultura autoritaria dónde sea que ella aparezca.
Si el
Estado que vigila, controla y garantiza orden pasa a ser un ente que vulnera
derechos humanos, persigue, encarcela y reprime a sus ciudadanos por protestar
pacíficamente, entonces estamos ante el peor de los mundos posibles para todos.
Aun
teniendo una visión de conjunto sobre la actual situación, no parece posible
que hoy se pueda determinar el desenlace de los movimientos que están
realizando los principales actores ante el cambio de situación que se produjo
el 28 de julio. El timón lo tiene el gobierno, con una tripulación que quiere
otro rumbo.
Ese
domingo electoral trastocó el retrato previo de muchos porque la política no la
fija un plan, sino el cruce de distintos planes y la aparición de
factores sorpresivos y azarosos que para justificar su inadvertencia los
especialistas llaman cisne negro.
Nuestro
cisne electoral se compone de una serie de elementos, entre los que habría que
ver:
1) una inusitada ventaja del ganador, imposible de rebanar, por lo
que el gobierno no intentó las operaciones de acarreo de votantes después de
las seis.
2) un triunfo atribuible a la sociedad descontenta, más los aportes
de votantes opositores y chavistas. Estos últimos, para defender sus principios
o sus expectativas, decidieron no votar por Maduro.
3) Hubo alegría popular por el triunfo de Edmundo y una aceptación
normal del cambio de gobierno que debía producirse según lo que establece la
Ley Electoral y la Constitución.
4) La observación independiente internacional calificó el Boletín
del CNE de falta de transparencia, acto apresurado y sin respaldo en actas,
5) Para ayudar a que el gobierno no se entrampara en imponer a la
brava el Boletín No 1, varios gobiernos solicitaron que el CNE mostrara
resultados desglosados por mesa, cuya autenticidad pudiera comprobarse y
cotejarse con los publicados por el Comando de campaña de Edmundo González.
A todos
estos eventos los separamos y denominamos momento inicial.
Este
momento inicial se cierra con la decisión de la Sala Electoral de la Corte
Suprema de Justicia.
Su
dictamen no resuelve el problema porque no hay correspondencia entre esa
institución, la oposición y organizaciones que se colocan más allá de la pugna
gobierno/oposición, dentro y fuera del país.
No hay entendimiento.
La
tranca obliga a pasar del momento inicial a otra fase, que políticamente es la
de un interregno, que legalmente se cerraría con la toma de posesión el 10 de
enero del candidato proclamado como ganador.
Es muy
probable que el cierre del interregno no dé por concluido el litigio jurídico y
político. Pero obligará a examinar la situación y a considerar posibles
opciones para la negociación de una solución, satisfactoria para el país,
aunque no sea enteramente bien vista por gobierno y oposición.
Después
del 10 de enero se abrirán nuevas fases políticas que exigirán innovar las
perspectivas de las fuerzas democráticas de cambio. Es posible que fuerzas
autoritarias de cambio, que existen en la alianza ganadora y contribuyeron a
los resultados electorales del 28 de julio, llamen a abandonar el camino
electoral y a dejar de lado la lucha por hacer vigente la Constitución Nacional
en todos los demás ámbitos dónde el gobierno la pisotea.
Pasados
momentos y fases, al final se producirá un desenlace que resolverá
democráticamente el conflicto de poder creado por el gobierno.
La
sociedad lo resolverá porque la contradicción principal de este ciclo es que
una institucionalidad aferrada a un modelo estado céntrico frena el desarrollo
económico, social, cultural, ambiental y humano del país.
Resolver
positivamente esta contradicción de ciclo político exige que el gobierno y el
PSUV reconfiguren sus programas para aliar su versión de justicia social con
una aceptación de la libertad y los principios universales de la democracia.
El
escollo está en una maraña de intereses que conforman una alianza en torno a
Maduro para tomar las decisiones de poder, donde la dirección del PSUV no tiene
el peso que debería tener.
Los
caminos de la resistencia eficaz deben estar llenos de inteligencia, sentido
común y perseverancia para mantener las tres rutas para triunfar jurídica,
electoral y políticamente: presencia en la gente para expresarla en las
instituciones; ejercer siempre el voto como acto democrático y guiarse siempre
por el faro de la Constitución Nacional.