¿Es Venezuela un asunto de las izquierdas? Si lo es, ¿lo es
al modo en que lo fue la URSS? Si así fuera: ¿vive la izquierda en un dejá vù
constante con la historia?
El problema de las elecciones -y de la democracia- se resuelve si el tribunal nacional electoral exhibe las actas con los resultados de la votación del 28. Corroboradas las actas, santa legalidad. Si por el contrario eso no ocurre y la oposición prueba con sus propias actas que el resultado final fue otro que el que declaró el tribunal nacional electoral, entonces habrá que revisar todo el andamiaje del acuerdo electoral que llevó a la oposición venezolana a confiar en ese tribunal, y a dar por bueno un mecanismo electoral dado por muy seguro por muchísimos observadores. Entonces sabremos si hubo o no algo de real en la denuncia de fraude o si hubo un manejo torpe de la situación por parte del oficialismo.
Pero el asunto que puede concernir
al mundo de las izquierdas no se limita exclusivamente a la transparencia del
mecanismo electoral. En Venezuela no se juega sólo la limpieza de unos comicios
presidenciales, sino la interpretación de un fenómeno político de particular
intensidad en el continente que es el devenir del chavismo. Quiero decir: de un
proceso político que tomó forma cuando las oligarquías venezolanas y el
gobierno de EEUU -junto a otros de la región- le declararon la guerra a la
rebelión popular igualitarista que experimentó Venezuela luego del Caracazo del
89, y de ahí para adelante.
Esa guerra híbrida, que es parte
esencial de la configuración de la situación venezolana presente, no hizo sino
crecer hasta la muerte de Chávez y más acá. Numerosos actos de violencia
armada, boicots institucionales y baja impuesta del precio del petróleo forman
parte de una estrategia que combinadas con los límites del propio proceso
-acentuadas durante el madurismo- detonaron la creación de una situación
catastrófica en la economía que, como sabemos, dio lugar a la migración de casi
8 millones de venezolanos.
Al mundo de las izquierdas le toca a fondo la historia de aquella
alza de masas, de esa rebelión plebeya y de su estado actual de impasse o
retroceso. Le ha toca denunciar a sus enemigos y sin dudas lo ha venido
haciendo. Pero le toca también -esto es seguramente lo más difícil- comprender
por qué esa revolución se desaceleró, se bloqueó, se burocratizó, y/o no supo
-al menos por el momento- profundizar y expandir aún más sus efectos
democratizadores iniciales. Toca pensar la decadencia de los actores estatales
(militares, burócratas y burgueses que se forjaron en ese proceso) en abierta
decadencia.
Ahí está el problema de la
izquierda: en la pérdida de entusiasmo popular por la revolución como creación
y defensa de nuevas igualdades populares. Y ese problema no es solo venezolano.
Lo que no se puede admitir es que el balance de ese proceso lo haga la
ultraderecha golpista, proimperialista y ultraneoliberal. Porque eso significaría
simplemente aniquilar el mundo propio de las izquierdas. Simplemente no es
admisible que se le exija a las izquierdas que adopten el punto de vista de las
derechas reaccionarias.
La izquierda es -si ha de ser algo-
el trabajo de vincular cada vez más democracia y socialismo (el socialismo
jamás fue un modelo: es el pasaje de la enfermedad del capitalismo a un nuevo
tipo de sociedad a inventar). La derecha, en cambio y como sabemos, es la
defensa -todo lo autoritaria que haga falta- de un orden que hoy solo sabe
existir como neoliberalismo en descomposición. Ese es el campo de nuestras
diputas durante el siglo XX y lo es en lo que va del XXI.
Tomado de Página 12 / Argentina. Imagen:
AFP