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15 julio, 2024

“Soy rey de Roma y estoy por encima de la gramática”

Por Orlando Arciniegas *

¡Vaya soberbia! Del tamaño de las que produce el poder o el dinero, cuando se hallan separados, algo que suele durar poco, pues uno busca al otro, como el perro a su amo. Fatalmente. Pues bien, la arrogante frase fue de Segismundo de Luxemburgo (1368-1437), emperador del Sacro Imperio Romano Germánico ―desde 1433 hasta su muerte en 1437― durante la realización del Concilio de Constanza (Alemania), en cuya ciudad imperial la Iglesia Católica se procuró la solución de la división papal existente, el Cisma de Occidente, nombrando como único papa a Martín V en 1417. Este concilio ecuménico se efectuó entre los años de 1414 y 1418, siendo su principal impulsor Segismundo, checo de origen, pero que, por educación y preferencia, llegó a considerarse a sí mismo como húngaro. 

Segismundo, descendiente también de emperador, no dominaba bien el latín. La lengua litúrgica, y en la que, según García Márquez, hablaron durante mucho tiempo la Iglesia y su Señor, y todos los santos entre sí; y que, claro está, resultaba de uso obligatorio en dicho concilio para poder hacerse entender entre obispos escandinavos, alemanes, húngaros, polacos, italianos, españoles. Segismundo, como es de suponer, debió hablar mucho entonces, lo que exasperó a uno de los cardenales con exquisito dominio del latín. En una de esas varias ocasiones, el aludido cardenal tuvo la osadía de corregir públicamente al emperador. ¡Más vale que no! Solo imagínense por un momento el rostro contrariado de Segismundo.  

“Ego sum romanus et super grammaticam”, dijo. Literalmente: “Soy romano y superior a la gramática”. Lo que Segismundo quiso decir era “Soy Rey de Roma (uno de sus tantos títulos) y estoy por encima de la gramática”, pero se olvidó de la palabra *‘rex’*, es decir, rey. El cardenal del caso depuso todo intento de corrección y prefirió guiarse más por el lenguaje corporal de Segismundo, que no escatimó, como poderoso, en mostrar la dimensión de su furia. El concilio, pese al mal latín del emperador propulsor, llegó a feliz término. La Iglesia Católica alcanzó su reunificación y volvió a regirse por un único papa. Pero haber introducido allí la consideración de las doctrinas propugnadas por los teólogos y reformadores, el inglés John Wycliffe y el checo Juan Hus, que fueron declaradas heréticas, empañó el alcance histórico de este concilio.

*Historiador / En la imagen, retrato de Segismundo de Luxemburgo.