Se cumplen 40 años del
fallecimiento del secretario general del PC italiano y del ‘sorpasso’ a la DC.
Compromiso democrático, rechazo de la polarización y europeísmo hacen de su
liderazgo un modelo todavía inspirador
Andrea Rizzi / Opinion.
Hace 40
años, en las elecciones europeas celebradas el 17 de junio de 1984, el Partido
Comunista Italiano logró superar por primera y única vez en una convocatoria
electoral de alcance nacional a la Democracia Cristiana. Era el triunfo póstumo
de un político extraordinario: Enrico Berlinguer. Visto desde aquí, desde el
erial político contemporáneo, su figura se yergue titánica, inspiradora,
conmovedora.
Berlinguer
había fallecido pocos días antes, el 11 de junio. Un ictus le golpeó el día 7,
mientras pronunciaba un discurso en un mitin en Padua. Tan solo las
desgarradoras imágenes del hombre que, pese al grave sufrimiento por el
accidente cerebrovascular, resiste en el estrado para terminar su intervención,
dicen tanto: de un inquebrantable sentido del deber, del servicio público, de
la fuerza interior y de la dignidad.
Más aún diría el funeral celebrado en Roma. Una muchedumbre realmente oceánica inundó las calles para rendirle homenaje —qué patéticas en comparación suenan las pretensiones de ciertos partidos actuales que celebran como triunfos manifestacioncillas de poca monta—. Sin duda había ahí muchos ciudadanos que no eran comunistas, que mostraban su respeto a un hombre admirable. Entre ellos, Giorgio Almirante, líder del fascista MSI. Cuentan quienes estaban ahí que, cuando se supo que iría, hubo cierta inquietud en la dirigencia comunista. ¿Cómo recibiría la muchedumbre al fascista? Giancarlo Pajetta, dirigente histórico del PCI, que aparece en Léxico familiar de Natalia Ginzburg todavía en pantalón corto y ya antifascista, dijo: le recibiré yo mismo. Hasta el líder fascista reconoció la grandeza de ese hombre.
¿En qué
reside esa grandeza? Resulta impresionante releer hoy sus escritos, discursos,
entrevistas. Componen un monumento que encarna la altura de miras política.
Berlinguer,
como es notorio, es el líder que impulsó el compromiso histórico, la política
de apertura del PCI a la colaboración con la DC. En esa decisión había sin duda
cálculos tácticos de interés del partido, pero también sin duda ninguna una
noble disposición a pensar en el interés democrático del conjunto del país.
Tras el derrocamiento de Salvador Allende en Chile, Berlinguer tuvo claro que
el PCI no habría podido gobernar con normalidad si hubiese logrado una mayoría
parlamentaria. Habría habido una reacción, tal vez un golpe. Pensó que era
necesario afianzar una imagen de responsabilidad y credibilidad, consolidar una
legitimación y tratar de influir por esa vía. En paralelo, Berlinguer quería
evitar a toda costa una polarización brutal del país en tiempos muy oscuros.
¿Les suena?
Lean lo
que escribió en uno de los tres artículos en los que planteó el compromiso
histórico, publicados en Rinascita: “La contraposición y el choque frontal
entre partidos que tienen una base en el pueblo y por los cuales importantes
masas de la población se sienten representadas, conducen a una ruptura, a una
verdadera escisión en dos del país, que sería fatal para la democracia y
arrollaría las mismas bases de la supervivencia del Estado democrático. (…) La
tarea de un partido como el nuestro no puede ser otra que el de aislar y
derrotar drásticamente las tendencias que apuestan por la ruptura vertical del
país”. Qué abismo con los polarizadores profesionales de hoy día.
Hay una
célebre foto que retrata a Berlinguer y Aldo Moro, su contraparte
democristiana, otro hombre justo, que se extienden sobre una mesa que les
separa para darse la mano en 1977. Berlinguer y Moro estaban, de alguna manera,
proyectándose más allá del muro de Berlín mucho antes de que cayera. Como es
notorio, la infame banda terrorista de las Brigadas Rojas secuestró y asesinó a
Moro. El PCI de Berlinguer mantuvo un leal apoyo externo a los Gobiernos
democristianos en oscuros años de plomo.
El
compromiso histórico no prosperó. En la DC ganaron planteamientos más
derechistas y avanzaron podredumbre, juego sucio, corrupción. Berlinguer, que
no era un dogmático, fue modificando la estrategia. Sus posiciones de entonces
resuenan hoy fortísimas. En una entrevista concedida para las elecciones
europeas de 1984 se oponía a quienes “recomiendan volver atrás, a la Europa de
las patrias”. “No es pensable que la vía de salida a la crisis de la Comunidad
Europea pueda consistir en el repliegue de cada Estado en su peculiar identidad,
en el encerrarse en la particularidad de sus intereses. (…) No tiene sentido
para quienes tengan un mínimo de mirada de largo plazo. (…) De la crisis no
emerge la necesidad de cada nación de retirarse en sí mismo, sino la necesidad
de una Europa realmente unida desde el punto de vista político, realmente
independiente en el plano internacional, finalmente autónoma en la iniciativa”.
¿Les suenan los conceptos de Europa de las patrias, de necesidad de autonomía?
Ya antes
él había dicho que se estaba mejor bajo el paraguas de la OTAN que bajo el del
Pacto de Varsovia. Es difícil evitar que la mente se dirija a Jean-Luc
Mélenchon y sus instintos polarizadores, euroescépticos, anti-otanistas. Da la
sensación de que va medio siglo por detrás de Berlinguer.
Hay
mucho más. Berlinguer es por supuesto el hombre que cortó definitivamente los
lazos del PCI con la URSS —relación que había alejado del partido a figuras
como Calvino— en nombre de una adhesión inquebrantable a los valores
democráticos, marcando el camino del eurocomunismo; el político que denunció la
putrefacción del sistema partidista con una lucidez asombrosa —la llamada
cuestión moral—, señalando su conversión en máquinas de poder y clientelismo
alejadas del interés colectivo; el líder que planteó la idea de una moderación
del consumo para proteger el medioambiente; que introdujo en el discurso
público la reflexión sobre el difícil camino a la felicidad de las personas en
el sistema capitalista.
Roberto
Benigni, quien protagonizó un film de Giuseppe Bertolucci de 1977 titulado Te
quiero Berlinguer, dijo recientemente de él que tenía “la pureza de un niño”.
Es célebre en Italia una imagen en la que el actor-director —culto estudioso de
La Divina Comedia— coge en brazos al entonces secretario general del PCI en un
acto público, le balancea, y a este se le ve sonreír, alegre. Como un niño, tal
vez.
Esta no
quiere ser una alabanza nostálgica e ingenua. Berlinguer no era perfecto,
cometió errores. No logró gobernar. Pero fue una fuerza benéfica para el país,
y en él y en su liderazgo hay valores indiscutibles que brillan como un ejemplo
necesario hoy en esta Europa atribulada.
Un
editorial de este diario publicado tras su muerte y titulado Después de
Berlinguer incluía estas dos observaciones: “Una de las características más
acusadas de la personalidad de Berlinguer era la de que nunca se doblegaba a
las exigencias de la táctica política”; “el estilo de éste era particularmente
dialogante; necesitaba tener en torno suyo a un equipo para discutir antes de
tomar la decisión”. Ambas cualidades parecen fundamentales en la Europa
contemporánea.
La
crónica del funeral escrita por el entonces corresponsal de EL PAÍS en Roma,
Juan Arias, decía: “Berlinguer puede descansar en paz. Es difícil que un ser
humano pueda ser despedido con una explosión de afecto como la que recibió ayer
el desaparecido secretario general del PCI”.
Tuvo una
enorme grandeza humana, hecha de honradez, cortesía, aspiraciones morales, que
le granjeó el respeto de todos; tuvo una enorme grandeza política, hecha de una
visión progresista noble, de largas miras, que antepuso el interés democrático
colectivo a cualquier beneficio partidista.
¿Cuál
sería su propuesta política hoy, en tiempos de ultraderechas retrógradas y
peligrosas, de derechas en oscurísima deriva hacia ser ultraderechas ellas
mismas, de izquierdas entregadas al tacticismo y a la polarización que él
aborrecía?
Desde
aquí abajo, algunos te echamos tanto de menos, caro Enrico.
Tomado
de El PAIS / España.