Por Daniel Kersffeld / Opinión.
La sorpresiva muerte de Ebrahim
Raisi (foto) en un accidente cerca de la frontera entre Irán y
Azerbaiyán, ha propiciado una crisis inédita y cuyas repercusiones excederán,
con mucho, a la realidad política de la nación chiita.
Indefectiblemente, la trágica
desaparición de este mandatario ocupará desde ahora un lugar protagónico en la
escena política de Medio Oriente, dado el tenor de las relaciones establecidas
por Irán con Turquía y con Arabia Saudita y, de manera particular, con Israel,
con el que mantiene una histórica conflictividad. De igual modo, sus efectos se
percibirán en las terminales políticas y militares, reconocidas y clandestinas
que, desde hace años, Teherán sostiene en Yemen, Líbano, Irak, Siria y Gaza.
Por otro lado, la capacidad de procesamiento de uranio para la fabricación de armas nucleares convierte a la actual crisis sucesoria en el país persa en un acontecimiento de impredecibles consecuencias para la política exterior de Estados Unidos, Rusia, China y la Unión Europea.
Con un pasado como fiscal en
distintas provincias, y demostrando en todo momento su compromiso con la línea
dura del chiismo y su lealtad con la teocracia gobernante, Ebrahim Raisi fue
elegido presidente tras imponerse en la contienda de 2021.
Sucedió en el poder al moderado
Hasán Rohani en unas controversiales elecciones marcadas por la ausencia de
candidatos reformistas y moderados, y por la más baja participación electoral
en la historia reciente del país. En un giro político de amplias consecuencias,
el gobierno inconcluso de Raisi supuso el regreso al poder de los ultraconservadores
y un nuevo empoderamiento de aparatos militares como el Cuerpo de la Guardia
Revolucionaria Islámica.
Pero ahora, el golpe por la muerte
de Raisi es doble: no sólo desaparece el presidente de Irán, sino quien también
era el candidato natural para convertirse en el próximo líder supremo en
reemplazo de Alí Jamenei, de 85 años y con graves problemas de salud.
Se podría agregar un tercer
elemento de tensión ya que la muerte del canciller Hossein Amirabdolahian, otro
pasajero en el helicóptero siniestrado, priva al elenco gobernante de quien se
pensaba que podía ser el principal cuadro de recambio para la facción
ultraconservadora hoy dominante.
En un sistema altamente
personalista y centralizado, la abrupta desaparición de uno de los vectores de
poder posibilitará en un corto plazo el ascenso de otras figuras de relieve
institucional, pero con menor capacidad de intervención política.
Son los casos del del presidente
del Parlamento, Mohamad Baqer Qalibaf, y el jefe del aparato judicial,
Gholamhosein Mohseni Ejei. Ambas figuras, junto con el vicepresidente Mohammad
Mokhber, deberán convocar a nuevas elecciones en menos de dos meses, tratando
de mantener aceitado un aparato que luce envejecido y con casi nulas chances de
recambio o de incorporación de nuevas figuras.
Frente a la incertidumbre, hoy la
suerte del régimen dependería de una única persona, Mojtaba Jamenei, el hijo
del Ayatola, y a quien muchos ven como el sucesor del fallecido gobernante. Más
allá de su origen, es poco lo que se sabe sobre esta persona.
Con 54 años y profesor de teología
en un seminario de Qom, Mojtaba Jamenei no tiene un cargo formal en el Estado
aunque desde hace casi dos décadas incide directamente en las políticas de
seguridad: desde el nombramiento de funcionarios a la supervisión de sectores
clave de la burocracia iraní.
Su nombre comenzó a trascender como
uno de los principales socios políticos del ex presidente Mahmud Ahmadinejad:
su rol fue clave en la reelección que obtuvo en 2009, así como también en la
dura represión contra el Movimiento Verde, conformado espontáneamente por
colectivos ciudadanos que insistían en el carácter fraudulento de la contienda
presidencial.
A fines de agosto de 2022, y de
manera sorpresiva, la Asamblea de Expertos conformada por 88 clérigos de
principal nivel designó como ayatola a Jamenei, pocas semanas antes de que
estallaran las movilizaciones en protesta por la muerte de Mahsa Amini y que
por varios meses surcaron a todo el país. Como ocurrió 13 años antes, también
en ese momento resultaría señalado como uno de los principales responsables de
los actos represivos en contra de los manifestantes.
El eventual ascenso al poder de
Mojtaba Jamenei representaría hoy a los paramilitares y clérigos más radicales
que se han consolidado en los últimos años como los actores más poderosos de
este Irán en crisis y que, sobre todo, se han fortalecido como principal
instrumento de contención frente al crecimiento de las protestas sociales
motivadas en el aumento de la pobreza y en la violación a los derechos humanos.
En cualquier caso, el nombramiento
de Jamenei no dejaría de generar ataques y acusaciones en contra de la clase
política y religiosa por incurrir en nepotismo, una de las prácticas más
denostadas del anterior gobierno del Sha y a la que el régimen de los ayatolas
pretendió desterrar desde su llegada al poder en 1979.
En medio de suspicacias y
sospechas, de versiones de atentados planificados por otros gobiernos y de
fuertes tensiones dentro el cuerpo gobernante, el sistema político iraní
enfrentará su más difícil desafío para asegurar su supervivencia en el tiempo.
Pero esta vez el peligro no
provendría tanto del exterior como de las tensiones internas que, en su
multiplicación descontrolada, amenazan con provocar una crisis irremontable del
sistema político.
Tomado de Página 12 / Argentina. Imagen: EFE.