Por Luis Britto García / Opinión
Decía James Bond que una vez es
casualidad, dos veces coincidencia, y tres, un plan preestablecido. Se ha
instaurado en nuestra vida institucional un rito tan repetitivo, que ya no
sabemos cómo calificarlo. Un sujeto salido de no se sabe dónde es encumbrado sin
que nadie sepa por qué a responsabilidades de las cuales no sabe nada: se lo
aclama como el nuevo salvador del mundo y, de repente, se nos notifica que el
malvado desapareció miles de millones de dólares sin que nadie advirtiera
cómo.
Me gustaría que el párrafo anterior fuera una fantasía, pero no, se trata de realismo socialista, o más bien capitalista, puesto que nada hay de socialista en meter la mano en el bolsillo ajeno. Imposible reseñar todas las corruptelas del presente siglo. Mencionaremos ejemplos de tal bulto que resulta imposible escurrirlo. Entre 2003 y 2014 el BCV entregó a la burguesía parasitaria 371.517 millones de dólares a tasa preferencial para supuestas importaciones, que esta realizó solo por US $119.107 millones, guardándose la modesta diferencia de US$ 329.756 millones. En 2014 Edmée Betancourt y Jorge Giordani denunciaron respectivamente que 20.000 o 25.000 millones de dólares habrían sido adjudicados por Recadi para financiar importaciones fantasmas y empresas de maletín. El desorden en Petróleos de Venezuela culminó con la entrega de 4.850 millones de dólares a entes extranjeros sin recibir nada a cambio. En 2018, cuando se proclamaba que “el petro salvará el mundo” advertí que ni el régimen legal ni los controles de dicho criptoactivo estaban bien definidos; ahora resulta que los manejos con la milagrosa criptomoneda nos habrían costado otros US $21.190 millones de dólares. Eligio Rojas y Juan Martorano encapotan todavía más este lúgubre firmamento añadiéndole las tramas de CVG, de Cartones de Venezuela o Cartoven, del Circuito Judicial Penal de Caracas, la de Las Tejerías y la de Fonden.
Inútil lamentarse o amenazar con
cadena perpetua, la cual requeriría complicada reforma de la Constitución. Más
vale prevenir que lamentar. Para ello es preciso 1) Identificar al caiga quien
caiga 2) Definir las herramientas que hacen posible su guiso 3)
Arrebatárselas.
No es difícil adivinar de dónde
vendrá el próximo leñazo. El retrato hablado del caiga quien caiga reúne un
apretado repertorio de rasgos (arrancados de las entrañas de la vida misma) que
se perfilan a continuación. El embaucador no ostenta trayectoria visible. No
trasciende que haya aportado nada a la causa revolucionaria, ni a ninguna
otra.
Simplemente aparece, así no más,
sin que nadie sepa de donde viene, aunque se sospeche dónde va.
El caiga quien caiga se vuelve la
sombra del poder. Su segundo apellido es comitiva. Figura en cuanto sitio no lo
han llamado, y mucho más donde nada tiene que hacer. Como los pícaros del Siglo
de Oro, suple su inopia con apariencias. Es recomendable que en su pasado
figuren sospechosas pasantías en el Opus, Venancham o en ONG financiadas por la
NED. Para nada cuenta que se lo haya visto predicando la venta de PDVSA, la
privatización de ríos, lagos y lagunas o el enjuiciamiento del comandante
Eterno. El Caiga quien Caiga querría estar en Fedecámaras: ellos sabrán por qué
no lo aceptan. Su única estrategia es parecer bien conectado, aunque no se
conoce si con sindicatos de revendedores de tapas, de carros o mafias de
bachaqueros del Clap.
El caiga quien caiga parece
escuálido y habla como escuálido, pero jura ser rojo rojito y nadie duda de su
palabra a pesar de que contradice todos los artículos de los Estatutos del
PSUV. Es fácil reconocerlo por cierta dispersión mental que debería alertar a
quienes sobrevivieron al Día de los Inocentes. El delincuente larga disparates
por el estilo de que es revolucionario mezquinar a los trabajadores salarios
mínimos de 6 dólares al mes; nacionalista entregarle el país a trasnacionales
que no pagarán impuestos; patriótico someter las controversias de interés
público nacional a tribunales extranjeros; y antiimperialista otorgar al
capital extranjero privilegios que se niegan a los venezolanos. Es usual
escucharle que las naciones no existen, que Venezuela no tiene petróleo ni oro,
que hay que dolarizar la economía. Por antonomasia, debemos sospechar también
de todo aquel que escucha tales disparates sin sobresaltarse, y expedir un
alerta roja a quienes además los aplaudan.
Falta saber por qué a semejante
embaucador se le confieren poderes para guisar con los bienes de los venezolanos.
En situación normal, tales conductas llevarían al timador y a sus cómplices a
temperar por tiempo indefinido en el pabellón de internos peligrosos del
psiquiátrico de Bárbula. Pero el estafador te cotorrea: promete todo a cambio
de nada, y termina dando nada a cambio de todo. Te jura que el país se hará
rico fundando bingos y casinos, o que los capitalistas te van a hacer la
revolución. Con tales argumentos, el caiga quien caiga siempre encuentra quien
caiga. No preguntemos por qué, quizá sean cosas del discreto encanto de la
burguesía.