Por Ricardo Emilio Quero* / Especial para Entre Todos Digital.
Nacida en Viena el 2 de
noviembre de 1755, es María Antonieta uno de los personajes más emblemáticos de
la historia. Una gran contradicción tratándose de una mujer carente de
cualquier condición especial que la distinguiera del resto de los mortales.
Llegada al mundo como archiduquesa de Austria y descendiente de los emperadores
del Sacro Imperio Romano Germánico, parecía estarle reservada una auténtica y
apacible vida de cuento de hadas con castillos y príncipes azules incluidos. El 16 de mayo de 1770, en el palacio de
Versalles, se celebra su boda con Luis
Augusto, el heredero a la corona francesa. Esa tarde, en París, ocurre una
tragedia que, aparte la fecha de su nacimiento, muchos han considerado como una
premonición fatal: 132 personas mueren como consecuencia de un incendio
producido por los fuegos artificiales con los que se festejaba el enlace real.
No obstante su primera entrada oficial a París, el 8 de junio de 1773, sería
apoteósica. Nada hacía presagiar el odio que buena parte del pueblo francés
sentiría por ella con el correr de los años. Múltiples factores ─la inmensa
mayoría ajenos a su propia responsabilidad─ incidirían para que se llegase a tal extremo de
animadversión.
El 10 de mayo de 1774 ─cuatro años después de su llegada a Francia─ fallece Luis XV y el esposo de María Antonieta se convierte en rey de Francia con el nombre de Luis XVI. Aunque en ese momento aún es temprano, muy pronto comenzarían a circular los primeros libelos pornográficos contra ella. El hecho de la no consumación del matrimonio hasta siete años después de la boda sería un factor a favor de los que buscaban presentarla como una pervertida y amante de los placeres carnales, incluso lésbicos. La mencionan allí como la Mesalina francesa. Con la apertura de los Estados Generales en mayo de 1789 se daría inicio a una etapa fundamental que desencadena lo que sería la Revolución Francesa, etapa en la cual la popularidad de María Antonieta desciende a los niveles más bajos. Ya en ese momento se le ha bautizado como ‹‹La loba austríaca›› o simplemente ‹‹La austríaca››. Su impopularidad sería tal que se ha llegado a afirmar que si ella no hubiese existido tal vez la Revolución Francesa no habría ocurrido.
Cuando la revolución irrumpe ya hace cierto tiempo que María Antonieta
ha construido una especie de refugio para aislarse un poco de las intrigas y pugnas cortesanas, tan habituales en el
Versalles de la época. Se halla ese refugio ─‹‹La Aldea››─ en las adyacencias de lo que se conoce como “El
pequeño Trianón” ─un palacio que Luis XV construyera para Madame du Barry ─su última favorita─, y que posteriormente su nieto Luis XVI
obsequiara a su joven esposa. Allí, después de una serie de mejoras a su
gusto, la soberana disfrutaría de diversiones y paseos con el reducido círculo
social que tiene acceso a su compañía. En ese lugar se halla la tarde del lunes
5 de octubre de 1789 cuando, avisada de que una muchedumbre ─la mayoría
mujeres─ armada y
reclamando pan se acerca a Versalles por el camino de París, debe volver
apresuradamente al gran palacio. Jamás habrá de volver a pisar tan idílico
rincón. En octubre de 1793 comparece ante el tribunal revolucionario que la
sentencia a la guillotina.
Abandonados aquellos
escenarios después de la revolución algunos hechos misteriosos apuntan a que la
archiduquesa no se habría resignado a dejar tan amados y bucólicos lares. El
caso más famoso se remonta al 10 de agosto de 1901 ─se cumplían
109 años del asalto al palacio de Las Tullerías, que pone fin a la monarquía
gala─, cuando Charlotte Anne Moberly y
Eleanor Jourdain, dos damas inglesas egresadas de Oxford que visitan Versalles, deciden acercarse a la aldea, y que en ese entonces no
tendría el aspecto original por las restauraciones a las que había sido
sometida. Al parecer las dos mujeres se extravían. Dos caballeros vestidos con
trajes no correspondientes a la época les indican el camino a seguir. Más
adelante se toparían de improviso con otro personaje que habla un francés
arcaico, y que como apareciera se habría
esfumado. Instantes después observan a unas jóvenes en una fuente y, junto a
una estructura circular con adornos chinos y sostenida por varias columnas, a
un individuo de capa y sombrero y con marcas oscuras en el rostro que les causa
repulsión. Otra cosa extraña es cuando hace acto de presencia un muchacho de
traje oscuro y zapatos con hebillas que indica en alta voz: ‹‹¡Por aquí, buscad la casa!›› Seguidamente cruzan un puente y acceden a un prado donde
contemplan a una mujer de pelo rubio y adornada con un sombrero blanco. Se
halla sentada en el césped, sostiene un
papel entre sus manos y parece estar
dibujando. Una de las circunstancias que le añadía un toque de misterio a
aquella escena es la total ausencia de efectos de luz y sombra. Asimismo los
árboles parecieran estar petrificados; ni una hoja se mueve. Esto sería un
elemento que no cuadraría si se hubiese tratado de una especie de
representación teatral.
Tiempo después las dos inglesas realizan
una nueva visita al lugar y descubren algo sorprendente: el escenario es
distinto al que ellas vieran la primera vez. Por ejemplo, no hay rastros del
puente que cruzaran; pero en una cuidadosa investigación y correspondencia con
investigadores e historiadores se enteran de que dicho puente existía en la
época de María Antonieta. Con respecto a la mujer que vieran sentada en el césped
la identifican como la propia reina al contemplarla en una pintura que de ella
ejecutara el pintor sueco Adolf Ulrik Wertmüller. Igualmente reconocen a
algunos de los demás personajes. El hombre de las marcas en la cara sería el conde
de Vaudreuil, quien padeciera viruela. La estructura donde este fuera visto
sería lo que se conoció como ‹‹El templo del amor››, el cual fue destruido en
tiempo de la revolución. Y con respecto al muchacho que las conminara a ir a
‹‹la casa››, en sus pesquisas averiguaron que tales palabras fueron dichas a
María Antonieta por el mensajero que el 5 de octubre de 1789 a todo galope
llega desde Versalles a darle aviso de la multitud que, amenazadora, se acercaba
al palacio.
Años después, en 1911, en Londres, las
dos británicas darían a la luz una obra, bajo el título de AN ADVENTURE, donde narran
su inusual experiencia.
¿Fábula, fantasía, ilusión, invención o
realmente un viaje en el tiempo…? Con seguridad nunca lo sabremos. Pero lo que
sí es indudable es que no es este el único testimonio que da fe de este tipo de
casos. Incluso el autor de estas líneas conserva nítida una experiencia vivida
hace un poco más de cuarenta años, y que le hace presumir que tal vez no sea
imposible aquello que señala que ‹‹de
que vuelan, vuelan…››
*Historiador y profesor jubilado.