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14 abril, 2024

EL FANTASMA DE MARÍA ANTONIETA

Por Ricardo Emilio Quero* / Especial para Entre Todos Digital.

       Nacida en Viena el 2 de noviembre de 1755, es María Antonieta uno de los personajes más emblemáticos de la historia. Una gran contradicción tratándose de una mujer carente de cualquier condición especial que la distinguiera del resto de los mortales. Llegada al mundo como archiduquesa de Austria y descendiente de los emperadores del Sacro Imperio Romano Germánico, parecía estarle reservada una auténtica y apacible vida de cuento de hadas con castillos y príncipes azules incluidos.  El 16 de mayo de 1770, en el palacio de Versalles,  se celebra su boda con Luis Augusto, el heredero a la corona francesa. Esa tarde, en París, ocurre una tragedia que, aparte la fecha de su nacimiento, muchos han considerado como una premonición fatal: 132 personas mueren como consecuencia de un incendio producido por los fuegos artificiales con los que se festejaba el enlace real. No obstante su primera entrada oficial a París, el 8 de junio de 1773, sería apoteósica. Nada hacía presagiar el odio que buena parte del pueblo francés sentiría por ella con el correr de los años. Múltiples factores la inmensa mayoría ajenos a su propia responsabilidad incidirían para que se llegase a tal extremo de animadversión.

       El 10 de mayo de 1774 cuatro años después de su llegada a Francia fallece Luis XV y el esposo de María Antonieta se convierte en rey de Francia con el nombre de Luis XVI. Aunque en ese momento aún es temprano, muy pronto comenzarían a circular los primeros libelos pornográficos contra ella. El hecho de la no consumación del matrimonio hasta siete años después de la boda sería un factor a favor de los que buscaban presentarla como una pervertida y amante de los placeres carnales, incluso lésbicos. La mencionan allí como la Mesalina francesa. Con la  apertura de los Estados Generales en mayo de 1789 se daría inicio a una etapa fundamental que desencadena lo que sería la Revolución Francesa, etapa en la cual la popularidad de María Antonieta desciende a los niveles más bajos. Ya en ese momento se le ha bautizado como ‹‹La loba austríaca›› o simplemente ‹‹La austríaca››. Su impopularidad sería tal que se ha llegado a afirmar que si ella no hubiese existido tal vez la Revolución Francesa no habría ocurrido.

       Cuando la revolución irrumpe ya hace cierto tiempo que María Antonieta ha construido una especie de refugio para aislarse un poco de las intrigas y  pugnas cortesanas, tan habituales en el Versalles de la época. Se halla ese refugio ─‹‹La Aldea››─ en las adyacencias de lo que se conoce como “El pequeño Trianón” un palacio que Luis XV construyera para Madame du Barry  su última favorita, y que posteriormente su nieto Luis XVI obsequiara a su joven esposa.  Allí, después de una serie de mejoras a su gusto, la soberana disfrutaría de diversiones y paseos con el reducido círculo social que tiene acceso a su compañía. En ese lugar se halla la tarde del lunes 5 de octubre de 1789 cuando, avisada de que una muchedumbre la mayoría mujeres armada y reclamando pan se acerca a Versalles por el camino de París, debe volver apresuradamente al gran palacio. Jamás habrá de volver a pisar tan idílico rincón. En octubre de 1793 comparece ante el tribunal revolucionario que la sentencia a la guillotina.    

        Abandonados aquellos escenarios después de la revolución algunos hechos misteriosos apuntan a que la archiduquesa no se habría resignado a dejar tan amados y bucólicos lares. El caso más famoso se remonta al 10 de agosto de 1901 se cumplían 109 años del asalto al palacio de Las Tullerías, que pone fin a la monarquía gala, cuando Charlotte Anne Moberly y Eleanor Jourdain, dos damas inglesas egresadas de Oxford que visitan Versalles, deciden acercarse a la aldea, y que en ese entonces no tendría el aspecto original por las restauraciones a las que había sido sometida. Al parecer las dos mujeres se extravían. Dos caballeros vestidos con trajes no correspondientes a la época les indican el camino a seguir. Más adelante se toparían de improviso con otro personaje que habla un francés arcaico, y que como apareciera se  habría esfumado. Instantes después observan a unas jóvenes en una fuente y, junto a una estructura circular con adornos chinos y sostenida por varias columnas, a un individuo de capa y sombrero y con marcas oscuras en el rostro que les causa repulsión. Otra cosa extraña es cuando hace acto de presencia un muchacho de traje oscuro y zapatos con hebillas que indica en alta voz: ‹‹¡Por aquí, buscad la casa!›› Seguidamente cruzan  un puente y acceden a un prado donde contemplan a una mujer de pelo rubio y adornada con un sombrero blanco. Se halla sentada en el césped, sostiene  un papel entre sus manos y  parece estar dibujando. Una de las circunstancias que le añadía un toque de misterio a aquella escena es la total ausencia de efectos de luz y sombra. Asimismo los árboles parecieran estar petrificados; ni una hoja se mueve. Esto sería un elemento que no cuadraría si se hubiese tratado de una especie de representación teatral.

     Tiempo después las dos inglesas realizan una nueva visita al lugar y descubren algo sorprendente: el escenario es distinto al que ellas vieran la primera vez. Por ejemplo, no hay rastros del puente que cruzaran; pero en una cuidadosa investigación y correspondencia con investigadores e historiadores se enteran de que dicho puente existía en la época de María Antonieta. Con respecto a la mujer que vieran sentada en el césped la identifican como la propia reina al contemplarla en una pintura que de ella ejecutara el pintor sueco Adolf Ulrik Wertmüller. Igualmente reconocen a algunos de los demás personajes. El hombre de las marcas en la cara sería el conde de Vaudreuil, quien padeciera viruela. La estructura donde este fuera visto sería lo que se conoció como ‹‹El templo del amor››, el cual fue destruido en tiempo de la revolución. Y con respecto al muchacho que las conminara a ir a ‹‹la casa››, en sus pesquisas averiguaron que tales palabras fueron dichas a María Antonieta por el mensajero que el 5 de octubre de 1789 a todo galope llega desde Versalles a darle aviso de la multitud que, amenazadora, se acercaba al palacio.

      Años después, en 1911, en Londres, las dos británicas darían a la luz una obra,  bajo el título de AN ADVENTURE, donde narran su inusual experiencia.

       ¿Fábula, fantasía, ilusión, invención o realmente un viaje en el tiempo…? Con seguridad nunca lo sabremos. Pero lo que sí es indudable es que no es este el único testimonio que da fe de este tipo de casos. Incluso el autor de estas líneas conserva nítida una experiencia vivida hace un poco más de cuarenta años, y que le hace presumir que tal vez no sea imposible aquello que señala que  ‹‹de que vuelan, vuelan…››

*Historiador y profesor jubilado.