Por Simón
García
Años de militancia, entre 1958 y
1999, acumulan una experiencia que dificulta ver con lentes nuevos las
incertidumbres y realidades en la situación política actual, tanto en sus exigencias
de fondo como en la cambiante dinámica de lo que aflora a su superficie.
Distinguir lo uno de lo otro es fundamental para no errar.
María Corina Machado respondió como le correspondía desde su condición de candidata presidencial y también de figura que busca fortalecer su liderazgo sobre la base de sustituir al histórico. Una tensión difícil de resolver entre labor unitaria y propósito de sacar de la escena a partidos y dirigentes históricos. Aún si fuera ineludible, no parece ser el momento.
Pero lo actual y principal es que
María Corina elevó el volumen frente al régimen que la inhabilita. No podía
ofrecer una rosa blanca en medio de otra ola represiva contra opositores y las
protestas reivindicativas de maestros, jubilados y trabajadores. En el fragor
de esa lucha pacífica la rosa podría ser confundida con una bandera, preludio
de una rendición.
Pero puertas adentro de una
oposición tan fragmentada y diestra en devorarse entre sí, es hora de oír, sin
descalificar, las opiniones que expresan enfoques distintos.
Si se quiere validar un auténtico
liderazgo alternativo no se puede inducir en los ciudadanos la relación
autoritaria que el régimen le aplica a la sociedad civil y política.
En el lenguaje de la democracia
existe el punto y seguido, no la imposición de la palabra “punto” que separa,
concluye y pretende taponear el debate sobre un tema.
Es probable que el móvil más
importante del apoyo a María Corina sea la percepción de su clara capacidad de
triunfo frente a Maduro. Todavía mucha gente indica que votaría por x si es un
candidato unitario. Y aquí es donde aparece algo novedoso: una nueva ciudadanía
cuya extensión no puede establecerse sin caracterizarla, ubicarla y medirla.
Hay también un nuevo electorado en el que la desesperación por encontrar un
final a la destrucción se religa con emociones y razones. En correspondencia,
el liderazgo tiene que moverse conectado a esa exigencia profunda de cambio y
no al inútil modelo de dirigir dando patadas, produciendo fidelidad y creando
una bola de nieve sin conciencia.
No se puede socavar la estrategia
fijando un Index de temas prohibidos porque la historia reseña que es un
procedimiento para que la información - y la decisión - quede en pocas manos y
se haga pública cuando sólo quede la opción de acatarla. Por eso algunos, para
evitar la digestión democrática del tema, repiten que todo el que opine sobre
el asunto es un agente del gobierno. Y punto.
Hoy, afortunadamente, el primer
anillo de la candidata y ella misma admiten que la negociación es la mejor
opción. Evidencia que no estamos frente a la prédica extremista de antes y que
la María Corina de hoy no es la de ayer. Una mudanza que refuerza el apoyo a su
lucha contra las inhabilitaciones, la suya y la de Capriles.
Si la estrategia es la que debe mandar
ya es oportuno pensar en un mecanismo para escoger, preventivamente, la
eventualidad de otra opción candidatural.Nombres idóneos hay.
El argumento de que asumir esa
decisión le permite al régimen escoger al candidato de la oposición es desarmar
la estrategia si no se logra revertir la inhabilitación de María Corina.
La gente no quiere abstención ni
está dispuesta a declinar su decisión en aras de convertir al gobierno en un
gran elector. Ya se encontrarán modos para no ser víctimas de estas formas de
ceder el poder a Maduro.
La estrategia manda sobre los
líderes que la encarnan. Su vigencia depende no sólo de sus carismas sino de su
contribución para ensanchar una unidad sin exclusiones y abrirle camino a una
transición hacia la democracia. Para ellos hay que crear los estímulos para que
el gobierno, poderes e instituciones del Estado, las bases populares que
sostienen al campo dominante aprecien que la negociación es mejor a que caigan
en un precipicio como el de Nicaragua.
Texto tomado de TAL CUAL / Caracas.