José Ospina-Valencia* /
Opinión
Este 7 de agosto, Gustavo Petro cumplió un año como
Presidente. Petro es un demócrata, pragmático economista, pero también un
obstinado moralista, político intransigente y visionario, opina José
Ospina-Valencia.
La paradoja del presidente de Colombia no podía ser mayor ni
más amarga: Gustavo Petro construyó toda
su vida política de más de 30 años, como un estricto investigador e implacable
crítico del paramilitarismo y el narcotráfico y su poder corrosivo desde las
alcaldías hasta el Congreso y su impacto en el Palacio de Nariño, que hoy él
habita.
A pocos días antes de cumplir un año en la presidencia, su
propio hijo mayor puso al borde del fracaso su proyecto de
vida: la justicia social y la paz en Colombia.
Aún es imposible vaticinar las consecuencias jurídicas y políticas y qué tanto
éstas vayan a afectar la gobernabilidad y el mandato entregado a Petro.
La corrupción, el mayor lastre de Colombia
Si bien casi todas las campañas electorales de los últimos 40
años en Colombia han sido contaminadas por dineros ilegales o no reportados y
han violado los límites del gasto, hasta ahora nunca un presidente le había
pedido personalmente a la Justicia investigar, menos en su campaña, y mucho
menos en su entorno familiar. En otros casos, la Fiscalía nunca quiso
investigar o cuando lo hizo, fue atacada por el presidente de turno.
En los últimos 13 años, en Colombia se han denunciado 57.582
casos de corrupción; de estos, el 93,99 % (54.122) se quedan en la impunidad,
sin condena, capturas o en etapa de indagación, revela la Secretaría de
Transparencia de la Presidencia.
Fiscalía politizada, Justicia selectiva
Lo cierto es que la forma efectista de la reciente imputación
contra el hijo de Petro tenía una mera intención: quemar pública y
estruendosamente las banderas de la moral que Gustavo Petro ha ondeado.
Para muchos sigue siendo insoportable que el Presidente de la
República dé clases de ética cuando menciona las atrocidades cometidas
durante el conflicto contra campesinos, afrocolombianos e indígenas. Petro, el
ejecutor de la ética kantiana, es injusto cuando en sus críticas contra algunos
periodistas y medios que venden propaganda y mentiras por información, ataca a
toda la prensa por igual.
Ahora, Petro parece acatar las recomendaciones de la
Fundación para la Libertad de Prensa (FLIP). Parece haber entendido que el
Ejecutivo no está para corregir, y mucho menos para censurar.
Petro, moralista e intransigente
Petro es un obstinado moralista en medio de un desierto de
moral. En el Congreso, a pesar de haber constituido una coalición parlamentaria
con la que logró pasar un ambicioso Plan de Desarrollo y una reforma
tributaria, poco tiempo después la rompió rechazando entregar cargos a figuras y
partidos políticos como retribución para adelantar las reformas estancadas:
salud y pensiones.
Desde luego que duele pactar con opositores con fama de
corruptos, pero cuando un gobernante no cuenta con mayorías propias es
necesario llegar a consensos con los partidos democráticos elegidos: se trata
del país, no de la propia vara de convicciones. El resultado de la
inflexibilidad de Petro: las reformas del Gobierno se encuentran paralizadas.
El cambio hacia una sociedad de virtudes no se da por el
automatismo de haber elegido a un moralista como presidente; es un largo
proceso. Pero el triste caso de corrupción de su propio hijo puede tener un
efecto positivo en Gustavo Petro: aceptar que la realidad no es siempre la que
pensamos.
Urge un Acuerdo Nacional
Petro puede hacerlo. Lo demostró el pasado 20 de julio en la
instalación del segundo año del Legislativo ante el Congreso en que él mismo
fuera estricto investigador y senador de la oposición, elegido como el mejor en
2006. Gustavo Petro ha sido el primer presidente en la historia de Colombia
que, tras su discurso, se sienta a escuchar la réplica de la oposición, que
tampoco cuenta con mayorías.
Y Petro parece abandonar su intransigencia para regresar al
diálogo con la oposición. En esa misma sesión propuso un "Acuerdo
Nacional”.
En vista del cambio climático, Gustavo Petro recordó en esa
misma sesión lo vital de emprender la transición energética y la
descarbonización de la economía colombiana. Nunca antes un presidente se había
fijado este objetivo para Colombia, a pesar de que aún muchos no comprenden,
nieguen y menos quieran pagar porque llueva cuando tiene que llover o salga el
sol cuando tiene salir, y eso en dosis saludables.
Transición energética, educación, el peso y la paz
Aquí también Petro es dos en uno: activista y Presidente. Uno
que se ha propuesto una misión imposible: hacer en 4 años lo que al partido
alemán Los Verdes le ha costado 43 años de luchas: hacerle entender a una
nación que lo que está en juego es nada más ni nada menos que la sobrevivencia.
A pesar de que por estos días pende sobre Colombia una nube
de perplejidad, bajo la administración de Gustavo Petro se han logrado
importantes avances: tras años de trabas, Colombia fue el décimo cuarto país en
ratificar el Acuerdo de Escazú, que busca garantizar los derechos de los
defensores del medio ambiente. En 2022, la deforestación se redujo en 29,1%,
respecto al año anterior, pasando de 174.103 hectáreas (ha) deforestadas en
2021 a 123.517 ha en 2022. La cifra más baja en nueve años.
Por otra parte, el Gobierno bajo el economista Gustavo Petro,
que ha guardado el pragmatismo económico por el que se ha caracterizado
Colombia, ha recuperado varios de los valores económicos perdidos en la
pandemia. Según el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE),
en junio de 2023, la tasa de desempleo del total nacional fue 9,3%, una
disminución de 1,9 puntos porcentuales. Además, en lo que va de 2023, el peso
colombiano se ha revaluado en 14,3%, liderando el ranking de
las monedas de mercados emergentes más revaluadas frente al dólar, de acuerdo
a The Financial Times.
El 31 de julio Petro sancionó la Ley 2307 de 2023, que
establece la gratuidad de los programas de pregrado en las universidades
públicas.
El pasado 5 de agosto, quedó opacado un evento que podría ser
el principio del fin de la última guerrilla armada en Colombia: el
inicio del cese al fuego bilateral con ELN. El fin de la lucha por el
poder con las armas también es posible.
El cambio es posible
Por lo pronto, es la sobrevivencia de su propio mandato por
la que algunos preguntan, pero el caso jurídico también ha tenido otro efecto
inesperado. Entre la oposición se arraiga poco a poco el consenso de que si le
va mal al Gobierno de Petro le va mal a Colombia. Una conclusión salida del
temor de que la cuenta de un fracaso también se la pueden pasar a la oposición.
Es hora de detener la degradación del debate público, tanto
por parte del Ejecutivo como de la oposición y de sendos seguidores sectarios de
ambas partes.
No en vano, el líder del partido liberal y ex presidente
César Gaviria, recomienda ahora que la "información sin verificar no debe
ser usada para debilitar la posición del presidente Petro”. Y que, como
oposición también "estamos obligados a luchar para que Petro termine su
periodo”. Tan imposible no es un "Pacto Nacional” por el país, uno que
incluya un programa especial contra la corrupción en todas sus formas y
niveles. El cambio no solo es posible, sigue siendo necesario.
* Periodista de DW /
Alemania.