El siempre polémico Avi Loeb afirma
que en su incursión en el Océano Pacífico halló unas «esférulas cósmicas» que
se corresponderían con material artificial llegado de fuera de las fronteras
del Sistema Solar
Lejos de pararse, y a pesar de las críticas por parte de la comunidad científica, la búsqueda de civilizaciones extraterrestres por parte del físico de la Universidad de Harvard, Avi Loeb, no hace más que intensificarse. Después de afirmar que Oumuamua, el primer objeto interestelar captado por la tecnología humana, era en realidad una nave espacial alienígena varada, Loeb acaba de volver de una expedición al fondo del Océano Pacífico para encontrar restos de un misterioso meteorito, denominado IM1. Allí dice haber encontrado 50 pequeñas «esférulas cósmicas« que, según asegura, coinciden con los restos de un vehículo extraterrestre venido de más allá del Sistema Solar.
Todo comenzó en 2019, cuando al
físico de Harvard, quien presidió el departamento de astronomía de Harvard de
2011 a 2020, y actualmente dirige el Proyecto Galileo en la misma universidad,
le llamó la atención uno de los registros del Centro de Estudios de Objetos
Cercanos a la Tierra (CNEOS, por sus siglas en inglés), de la NASA. En enero de 2014,
el Departamento de Defensa de EE. UU. observó un meteorito que ingresó en la
atmósfera terrestre y finalmente explotó sobre el Océano Pacífico Sur, cerca de
Papúa Nueva Guinea. Fue bautizado como CNEOS 20140108 o IM1.
Este cuerpo llamó la atención Loeb
porque viajaba muy rápido y, además, explotó mucho más bajo que la mayoría de
los meteoritos. «El objeto era más duro que todas las otras rocas espaciales
registradas en el mismo catálogo de la NASA, era un valor atípico en la
resistencia del material», explicó para el medio The Independent.
Él y su colega de Harvard, Amir Siraj
(astrofísico con el que ha firmado otros artículos, incluidos varios que
señalan que Oumuamua es un objeto extraterrestre), calcularon con un 99,999 por
ciento de confianza que IM1 había viajado a la Tierra desde otra estrella. Los
resultados los publicaron en un artículo en la revista 'The Astrophysical
Journal Letters'.
Más allá del papel
Ahí no acabó su interés sobre IM1
(que, según se señala en el anterior artículo, en realidad se trata de dos
objetos, IM1 e IM2). Usando una combinación de datos del Departamento de
Defensa y lecturas de sismología, Loeb calculó un área aproximada donde habían
caído los restos del citado meteorito. De forma paralela, consiguió, de mano
del magnate estadounidese Charles Hoskinson 1,5 millones de dólares (casi 1,4
millones de euros) de financiación para costearse una expedición que rescatase
dicho material (y que incluía entre su equipo a Rob McCallum, el fundador de
EYOS Expeditions y ex consultor de OceanGate que, además, había alertado sobre
el sumergible Titán).
Para recolectar los restos, el grupo
contaba con una especie de remolque magnético de un metro de ancho que era
remolcado tras el barco, atrapando los fragmentos férreos. Una semana después
del comienzo de la búsqueda, el equipo encontró unas «pequeñas perlas
metálicas» de medio milímetro de diámetro. Al principio, el material se
semejaba a fragmentos de hierro corroído; sin embargo, al analizarlo más en
profundidad, el equipo determinó que lo más probable era que fueran una
aleación de acero y titanio, también conocida como S5 o acero resistente a los
golpes. La resistencia del acero S5 está muy por encima de la de los meteoritos
de hierro, por lo que de ahí podría venir, según plantean, su origen
artificial.
Voces discordantes
Las voces que no están de acuerdo con
los argumentos de Loeb no se han hecho esperar. En un extenso artículo
publicado en el portal The Conversation y
escrito por la profesora en Ciencias Planetarias y Espaciales de la Open
University, Mónica Grady, se ponen en tela de juicio muchos de las razones que
el físico de Harvard esgrime. Por ejemplo, 'esférulas cósmicas' como las que ha
encontrado el equipo de Loeb ya se habrían hallado en otras expediciones, si
bien serían difíciles de identificar, ya que estos cuerpos habrían sido
contaminados tras su llegada a la Tierra.
«Las gotas del espacio son esféricas
porque se solidifican a partir del material fundido arrancado de la superficie
de los meteoritos a medida que atraviesan la atmósfera», señala Grady. «Expediciones
a lo largo del siglo XX han encontrado esferas cósmicas en el fondo del océano,
pero se ha vuelto más difícil identificarlas (...) Sin un análisis real de la
composición de las esférulas y una comparación con análisis de meteoritos (y
contaminantes terrestres comunes), no es posible identificar ninguna como
extraterrestre», señala.
En cuanto a ser el primer material
originado fuera de nuestro Sistema Solar que la Humanidad tiene entre sus
manos, Grady dice que es una afirmación falsa. «Esto simplemente no es cierto.
Tenemos una gran cantidad de material interestelar en la Tierra. Es casi seguro
que parte de él se encuentra en el fondo del océano, pero no en la forma
recopilada por Loeb», señala.
Además, incide que el medio
interestelar (el espacio entre las estrellas), no está vacío, sino que contiene
varias moléculas diferentes que se originaron antes que nuestro vecindario
cósmico. O los residuos de las estrellas que estuvieron antes que nuestro Sol y
que explotaron en supernovas hace miles de millones de años. «Parte de este
material viene en forma de diminutos diamantes o zafiros, raros recuerdos de
estrellas que vivieron y murieron antes de que naciera el Sol. Estos granos se
convirtieron en parte de la nube de polvo que colapsó para formar el Sistema
Solar y finalmente fueron transportados a la Tierra en meteoritos».
¿Una nave extraterrestre?
En cuanto al origen extraterrestre y
que se trate de restos de un vehículo alienígena, Grady indica que se
necesitarían pruebas exhaustivas para analizar su composición y edad, además de
descartar contaminación terrestre e incluso contaminación de material del
propio Sistema Solar. La primera de las preguntas ha sido respondida: los
exámenes preliminares muestran hierro con algunas trazas de metales y cantidades
«insignificantes» de níquel, lo que apoyan la teoría de que no provienen de
meteoritos dentro del Sistema Solar; sin embargo, para la investigadora de Open
University, esto solo prueba que «lo más probable es que haya sido contaminado
en la Tierra».
Loeb ha afirmado que analizará más en
profundidad las muestras. «La prueba más convincente sería que una de estas
esférulas fuese más antigua que el Sol, lo que la identificaría como
interestelar», indica Grady. Sin embargo, y aunque esto sería algo muy destacable,
sería muy difícil afirmar que su origen es artificial. «Para ello, no estoy
segura de qué prueba sería lo suficientemente convincente. ¿Quizá el autógrafo
del ingeniero alienígena que construyó la nave espacial?», dice la
investigadora.
Loeb no rehúye la polémica
Sus afirmaciones sobre objetos
extraterrestres han levantado un intenso debate entre la comunidad científica,
si bien hay muchos que opinan que las pruebas en las que se basan sus
argumentos son bastante endebles. Loeb ha calificado a todas estas voces
discordantes en más de una ocasión como «personas estrechas de miras».
«En este asunto yo he decidido salir
de la zona de confort, cosa que muchos no hacen -afirmó en una entrevista para ABC-. Sí,
mis ideas son una especulación, pero una especulación muy probable y que es
necesario investigar. Si hay extraterrestres avanzados, habrá tecnología, tanto
actual como, más probable, de antiguas civilizaciones ya extintas. Se necesita
una nueva disciplina en ciencia, la arqueología espacial. Tenemos un mensaje en
una botella, y hay que descifrar ese mensaje. La civilización que la hizo
podría estar muerta ya«.
En
la foto, una de las 'esférulas cósmicas' halladas por Avi Loeb en el fondo del
Pacífico, frente a Papúa Nueva Guinea AVI LOEB. Texto tomado de ABC /
España.