Se llamaba Pedro de Mortisac y fue el
último amor de la bailarina Mata Hari, fusilada en Vincennes. Cuentan las
crónicas de los años 30 del siglo pasado que este hombre, hundido por la pena y
abatido por perder a la mujer, se encerró en al Cartuja de Miraflores para
ofrecer a Dios el resto de su vida
La Cartuja de Miraflores encierra
entre sus muros centenarios cientos de secretos; algunos de ellos ya revelados
o a la vista de los visitantes y burgaleses que se acercan al monasterio los
domingos por la mañana para rendir visita y oración al San Bruno más famosos
del orbe. Pero hay otros arcanos que se han quedado anclados en el tiempo, al
abrigo de los muros de piedra.
La revista Estampa del 21 de noviembre de 1931 sacaba a la luz un secreto. Pedro de Mortisac, el últimos amante de la enigmática Margaretha Geertruida Zelle (Mata Hari) había tomado los hábitos cartujanos y residía plácidamente, en el cenobio burgalés.
El periódico madrileño 'El Mundo',
-el de principios de siglo XX, no el actual- fue el primer testigo y heraldo de
que en la Cartuja de Miraflores, en Burgos, había tomado los hábitos un hombre
llamando Pedro de Mortisac. Esta información le llega al redactor de Estampa de
un escritor holandés, Heymans, quien aporta el dato de que se conoció el dato
tres años después de la muerte de la Mata Hari. En 1920.
El rotativo madrileño recogía la
noticia así: «En el convento de cartujos de Miraflores, cercano a Burgos, ha
ingresado un monje, descalzo y demacrado. Es el último amante de Mata-Hari, la
bella bailarina, a la que los franceses fusilaron como espía, que trata de
hacer penitencia por haber amado con locura a aquella mujer, de cuerpo de diosa
y encantos de demonio. Ese hombre tan fascinado por Mata- Hari, que no puede
vivir sin ella, no es otro que Pierre Mortisac, el brillante miembro del (ilegible)
mundo de París y Londres».
Y ¿cómo llega a saberse esta
información? Según el redactor de la revista Estampa Vicente Sánchez Ocaña, que
escribió una extensa crónica sobre este caso, un informador burgalés con
iniciales J.R. de Ll. le daba cuenta del «padre B..., antiguo amante de Mata
Hari, que cuando ella fue fusilada en Vincennes renunció al mundo y vino a
esconder su desesperación en el convento de Miraflores».
Lo cierto es que hasta antes de que
cambiara su identidad civil por la religiosa en el convento burgalés, la vida
de Mortisac era un enigma. El escritor Gómez Carrillo dice en el libro 'El
misterio de la vida y de la muerte de Mata-Hari' que su nombre era el reseñado,
pero que era muy difícil saber su origen. Nadie sabía si era español, francés o
inglés. Pero es un dato que poco importa porque hay otros que sí dan cuenta de
su enigmática personalidad.
Dice Carrillo que Mortisac fue
educado por los jesuitas en Deusto y que hablaba a la perfección varios
idiomas. Su rica ascendencia le permitía vivir en lujosas viviendas en la zona
más noble de San Sebastián o de Londres. Y su fortuna familiar le permitía
vivir aventuras y lujos sólo al alcance de los más sibaritas.
Como su biógrafo explica, era un don
Juan que «seducía por seducir, por dominar, por satisfacer infernales apetitos
de lujuria, sin pararse nunca a examinarlas consecuencias de sus fantasías».
Sin embargo un terrible suceso en forma de suicidio de una adolescente inglesa
tras una tórrida relación con el joven Mortisac, le llevó a la más absoluta
reclusión y silencio.
Sólo le sacó de esa cárcel metafórica
una enigmática mujer. Y ocurrió en París, adonde llegó después de la aventura
con lady H que se sumergió en el misterioso mundo oriental atrapado por la
cultura japonesa.
Se equivoca
usted
Antes de ingresar en los cartujos,
Mortisac deambuló por las afueras de Burgos durante días. Un vecino de los
alrededores lo alojó en su casa y el forastero ayudó en las tareas agrícolas de
la familia. Cuando se despidió, el huésped entregó como pago por la acogida el
poco dinero que llevaba encima y alguna joya.
Sánchez Ocaña así lo relataba en la
revista Estampa: «El labriego que le había tenido en su casa, ya había muerto
cuando yo fui a Burgos y una hija, que era su única familia, se había casado y
vivía en Madrid; así que no pude comprobar si la anécdota era verdadera». Sin
embargo, sí pudo contactar con un «mendigo, un vagabundo, que me contó que una
crudísima mañana de invierno, que iba de camino, mal envuelto en unos harapos,
tiritando de frío, se acercó a Pedro de Mortisac, que entonces vivía en una
choza a orillas del rio, y que, al verle tan mal abrigado, se quitó su chaqueta
y se la dio. Qué Dios se lo pague —le dijo él—. Y Mortisac le replicó:
¡Págamelo tú también! ¡Reza por una mujer que ha muerto y por un hombre que va
a morir! Aquel día—decía el mendigo—debía de tenerla intención de suicidarse».
Según los testigos con los que habló
Sánchez Ocaña, en el cenobio había un cartujo identificado como «el hermano
B... el mismo que me dice en su carta el señor R. de Ll. Al parecer era un
hombre retraído y taciturno de vida ascética. Su alimentación era sólo con
vegetales; dormía en el suelo y permanecía en total silencio».
En cierta ocasión, un sacerdote vasco
acudió a visitar la Cartuja. Cuando vio a Mortisac le reconoció al primer golpe
de vista. Quiso saludarle y abrazarle porque fueron compañeros en Deusto:
«¡Mortisac!... ¿Tú aquí, Mortisac ?» Pero el lego le miró impasible y contestó:
«Se equivoca usted, hermano. Yo no soy esa persona que dice. Esa persona ha
muerto».
También vivió otra anécdota con una
mujer extranjera, muy bella, que llegó a Burgos en un «suntuoso automóvil».
Ella sabía que Mortisac andaba por estos lares. Muy decidida, se fue a la
Cartuja con la intención de hablar con él. Pero los monjes se negaron a
recibirla. Así que, disfrazada de campesina, se decidió a «rondar por los
alrededores» de la Cartuja para aprovechar y hablar con él, en un paseo de los
cartujos.
Cuenta Ocaña que «tres días estuvo
aguardando por las cercanías de la Cartuja, hasta que, por fin, una tarde, el
hermano B... salió con otros dos religiosos. Al verlo, la dama corrió hacia él,
llorando,— i P e d r o !... ¡Pedro!… Pero el hermano B..., sin volver siquiera
la vista hacia ella, giró sobre sus talones y se volvió al convento».
En su visita a Burgos, Sánchez Ocaña
le pudo ver. Sus amigos se lo señalaron: «Aquél es el hermano B… Pero estábamos
tan lejos que no pude más que entreverlo. Era un fantasma, alto, un poco
encorvado que caminaba lentamente».
¿Quién era
Mata Hari?
La literatura y la prensa de la
época, retrató a Margaretha Geertruida Zelle, más conocida por su nombre
artístico Mata Hari, como una 'femme fatal'. Había nacido en Leeuwarden, Países
Bajos, en 1876, y era bailarina. El papel couché de la época la había
encumbrado como una diva, pero la verdad es que su vida fue muy desgraciada
desde su juventud. Estuvo casada con un hombre que la maltrató, un oficial del
ejército colonial holandés, Rudolf Campbell Mac Leod.
Ella le acompañó a las campañas
coloniales, en concreto a Java y Sumatra. Sus biógrafos apuntan a que allí
aprendió las exóticas danzas folclóricas balinesas, y tuvo al parecer dos
hijos, uno de los cuales murió envenenado por su niñera.
Se divorció de su marido, que se
había convertido en alcohólico, y regresó a Europa donde mostró sus habilidades
en el baile y su extrema belleza en locales de variedades en París. Su
desgracia se acrecentó cuando su ex marido le negó volver a ver a la hija que
le quedaba viva.
Y entonces, Margaretha tuvo que
sobrevivir por su cuenta y creó el personaje de Mata Hari, que en malayo
significa 'Ojo del Día', en referencia al sol. Apenas había cumplido 40 años
cuando Europa vivió su Primera Guerra Mundial. Vivía en un mundo de sospechas y
amoríos y se contaban por decenas sus escarceos eróticos con militares. Murió
en condiciones horribles cuando, tras aceptar encargos de espionaje por
necesidad económica, fue acusada de ser una agente doble y fue fusilada por los
franceses en 1917.
Tomado de Burgos Conecta / España.
Titulo original: El secreto del cartujo de Burgos: el último
amante de Mata Hari.