Por Mónica Gallo
Ella cautiva con su hablar de chamita, sus lentes como
los ojos de los gatos que ama y sus canas audaces y rebeldes. Es Marité Irimia.
Comunicadora social de título, poeta y pintora por amor y apasionada en cada
paso que da.
Tiene un solo libro de su autoría publicado
en 2021 y disponible en Amazon. Se
lanzó tarde a cantar con palabras su poesía, peor lo hizo con todos los hierros
(como decimos en Venezuela): no solo lo escribió, sino que lo ilustró.
El poemario de Marité Irimia, Desnuda Imperfección, es
un canto a la vida, a sus pequeños detalles, a su jardín, a sus gatos, a sus
matas de cambur (banano, plátano), aguacate y sus helechos.
Por su puesto que la pluma es lo de ella. Estudió comunicación social en la Universidad Católica Andrés Bello de Caracas, pero encontró la pintura “de verdad” (¿O la pintura la encontró a ella?) en el año 2017, cuando su esposo le regaló el primer lienzo “pequeñito”. Antes de eso solo “vestía botellas” con colores y figuras.
Previamente tuvo la oportunidad de hacer lo propio con
la escritora Marinés
Lares su
trilogía de la Venezuela Musiúa, una serie de tres libros con “cuentos de la abuela” que narra la historia de una familia
inmigrante venezolana en Estados Unidos, donde las dos culturas se superponen
para crear una identidad.
Marité Irimia: los gatos y la belleza cotidiana
Los
cuadros de Marité Irimia tienen ese encanto de lo pueril y lo sublime de la
belleza cotidiana. La lluvia, la ropa tendida al sol, la mujer en la cocina,
las macetas del jardín y sus gatos, entre otros temas son los que la inspiran.
Solo
quien vive a plenitud como Marité puede ver la belleza de esos pequeños detalles.
Ella “eran de perros hasta el año 2000”.
Fue
en ese entonces cuando un amigo de la familia les llevó a Zara, una pequeña
gatita rescatada que era para su hija y que terminó siendo “su compañera de
vida”.
Tanto
es así que emigró con ella de Caracas a Estados Unidos, donde por accidente
terrible murió. Pero, fue solo el principio.
Con
un nuevo marido vino una nueva oleada felina y tuvieron 7 gatos. Hoy solo
quedan Crash y Rushky Valentino, a quienes califica de “amores intensos”.
Como
a todos los que amamos a los gatos, Marité se maravilla de la relación que los
bigotudos tienen con los humanos, menos sumisa que los perros y más de “igual a
igual”.
Yo
no puedo decirlo más que con sus propias palabras (que, obviamente, comparto)
“El
gato se relaciona desde sus propios términos, no quiere esto decir que no
ame. Nos queremos enormemente, pero no
hay esa necesidad desmedida de agradar constantemente, el gato conserva su
individualidad. Aparte de eso, me enamora su inteligencia”.
El peso del inmigrante
Marité
Irimia es parte de la estadística: una unidad de entre 7 millones que huyeron
de Venezuela debido al chavismo que arrasó la economía con más potencial de la
región.
Descendiente
de gallegos en Venezuela, retomó la migración como camino a una vida nueva,
pero lleva sobre sus hombros la maleta invisible que todo inmigrante lleva: la
nostalgia, la añoranza, los colores, sabores y olores.
Echa
de menos El Ávila (las montañas que rodean Caracas) que solía subir todas las
tardes y, por supuesto, a sus hijos, migrantes también que ahora “están regados
por el mundo”.
También
extraña “los amigos, el sentido de solidaridad de la gente”. Sin embargo, no
todo es malo en ese mar de añoranzas porque “todo eso la inspira”.
Para
Marité Irimia, “la nostalgia es una gran fuente de inspiración”. Eso nos enseña
que donde otros ven dolor, ella ve creación de cosas hermosas, aunque esto
nunca deje de doler.
El Estado y la cultura
Desde
la óptica muy venezolana, le preguntó a Marité cuál debe ser el papel del
Estado en la cultura.
Entendiendo
que en Venezuela el chavismo mezclo vilmente Estado, nación, territorio,
gobierno e instituciones, reflexiona y no duda al decir:
“Como
en muchas otras actividades, el Estado debe apoyar mas no intervenir ni
controlar, mucho menos censurar”.
Para
los que nos leen fuera de Venezuela aclara que:
“El
hecho de construir un teatro, un espacio cultural, no implica que las
autoridades puedan decidir qué se exhibe allí”.
Esto
es común en Venezuela, donde primero el chavismo y luego el madurismo decide
quién y cómo se presenta dónde y por qué.
Marité y su canto a la esperanza
Conversar
con Marité es el equilibro perfecto de la madurez de una Señora (sí, con
mayúscula) y la eterna alegría de una joven. Es sin duda, una mujer empoderada
y maravillosa.
Su
risa, sus palabras, su mandibuleo caraqueño, su sencillez al hablar hacen que a
uno le provoque un camión de cervezas y muchos tequeños para pasar la tarde en
su patio de cambures, aguacates y gatos.
Cree
que con la pintura y la escritura culmina un camino de comunicadora,
investigadora y docente, práctica que califica como “hermosa” (…) “la amé”.
Pero
dentro de esa pasión también hay pragmatismo y añade sin titubeo que si no
hubiera sido escritora tal vez habría desarrollado aptitudes musicales en lugar
de ser una mujer dedicada a la pintura.
El sueño de Marité
A
diferencia de las nuevas generaciones que todo lo tienen a un clic de distancia
para enmcontrarse en cualquier parte del mundo, Marité divide sus sueños en
dos:
Para
la humanidad sueña, “con un mundo justo, donde la gente pueda vivir
decentemente sin preocuparse de sobrevivir cada día”.
No
desea un futudo en el cual los niños teman a ser niños debido a la pedofilia y
aboga por un mundo con “solidaridad, empatía y comprensión”
Firmemente
convencida dice que “eso evitaría la mayoría de los problemas que tenemos en el
mundo”.
Sus
sueños como ser humano, madre y artista es que su entorno “hijos y nietos” sean
felices. Pero, no queda allí Marité desea dejar “si huella” para que “alguien se
alegre el día” con “la belleza de un poema o de una pintura”.
Así
es ella. Simple, humilde, artista, madre, amiga… así es Marite Irimia, cuya
entrevista me reconcilió con la vida.