América Latina -con
excepción de Uruguay, Chile y Costa Rica- sacó una vez más malas notas en el
índice mundial de corrupción dado a conocer este martes por Transparencia
Internacional.
Transparencia Internacional presentó
este martes su índice de percepción de corrupción 2022.
Parafraseando al célebre Gabriel García Márquez, podría
hablarse de la “crónica de una mala noticia anunciada”. Una vez más, el
continente latinoamericano presentó niveles altos de percepción de corrupción.
El instrumento clasifica 180 países y territorios según las
percepciones de corrupción en el sector público, en una escala de 0 a 100, en
la que cero equivale a "muy corrupto" y 100, a una muy baja
corrupción.
El promedio de las Américas se mantiene en 43, y casi dos tercios de los países obtienen una puntuación inferior a 50.
DW entrevistó de manera exclusiva a la presidenta de la
organización, Delia Ferreira Rubio, quien, desde su estudio en la Ciudad de
Buenos Aires, analizó causas, consecuencias y perspectivas del fenómeno en
Latinoamérica.
DW: ¿Cuál es el balance principal que deja este nuevo
índice para América Latina?
Delia Ferreira Rubio: Una asignatura pendiente, reiteradamente pendiente. Si
uno analiza Latinoamérica, con excepción de Chile y Uruguay, y en menor medida
Costa Rica, estamos muy por debajo del promedio global. La mayoría de los
países están por debajo de los 40 puntos, y en una escala de 100, estar ahí es,
claramente, un problema.
Es el caso de Colombia, Argentina, Brasil, Ecuador, Panamá,
Perú, El Salvador, República Dominicana, Bolivia, México, Paraguay y Honduras.
O sea, en Latinoamérica estamos mal. Y muchos países están en una situación de
estancamiento.
A mí me preocupa mucho, porque esto va junto con el deterioro
de la democracia, la falta de respeto por la independencia del Poder Judicial,
que, a su vez, conecta con las investigaciones de corrupción y la necesidad de
que haya consecuencias, es decir, de que no haya impunidad.
Eso significa que, si hay altos grados de
corrupción, el periodismo informa, la sociedad civil denuncia, y no pasa nada,
lo único que se genera es falta de confianza en las instituciones.
Y se conforma un círculo vicioso...
Yo digo que incluso es peor que un círculo: es un espiral,
porque va creciendo. Si hay instituciones que no funcionan, es una oportunidad
para la corrupción. Y una vez que la corrupción está, esas instituciones
funcionan aún peor.
Además, en nuestra región, vemos que en los países que
avanzaron contra la corrupción, apenas cambian los gobiernos, empiezan a cuestionarse
los resultados de investigaciones anteriores.
Hay gobiernos autoritarios o populistas, que llegan al
gobierno de manera democrática, pero lo primero que hacen es usar el poder que
han adquirido para tratar de eliminar los controles, atacar al Poder Judicial y
atacar a los medios de comunicación. Como el gobierno de Bukele, en el
Salvador, o el gobierno de Guatemala. Y en Argentina, estamos asistiendo a los
ataques a la Corte Suprema de Justicia, porque se ve más cercana la posibilidad
de una condena para la vicepresidenta por casos de corrupción. Es el mundo del
revés.
En nuestras sociedades latinoamericanas los consensos
sociales básicos están rotos, vivimos en la cultura del
"cambalache", como dice la letra de ese tango: "Da lo mismo ser
derecho que traidor". Latinoamérica, con excepción de Uruguay y Chile, es
un cambalache: "Todo es igual, nada es mejor, lo mismo un burro que un
gran profesor".
Corrupción es una palabra que, de tan usada, puede
hasta perder su contundencia en el significado, pero ustedes sostienen que va
asociada a un terreno fértil para el crimen organizado y el abuso a los
derechos humanos.
Así es. A la corrupción se le suma, en algunos países, el
crimen organizado, particularmente el narcotráfico. Con lo cual, el índice de
violencia en la región aumenta. Algunos países directamente viven una captura
del Estado. En el caso de Venezuela o de Nicaragua, son estructuras de crimen
organizado que están enquistadas en el Estado.
Y también es un terreno fértil para los ataques a los medios
de comunicación, y particularmente a los periodistas. Pensemos en México, el
país más peligroso para los periodistas. Y eso, porque informan sobre la
colaboración del Estado, la Policía y las Fuerzas Armadas con los grupos del
narcotráfico.
Pero, además, la corrupción no solo implica beneficios
económicos o políticos. Muchas veces en nuestros países tenemos casos de
corrupción en los que la moneda de cambio -y esto afecta particularmente a las
mujeres y a las niñas más jóvenes- es un acto de sexual.
¿Qué hacen bien Uruguay y Chile?
En ambos casos, no es que no haya corrupción, la diferencia
es la reacción, que es aplicar la ley, rápido, y sancionar a quienes tienen que
sancionar. Pero, además, hay algo que está como telón de fondo de esto, que
tiene que ver con cultura. En Chile, en particular, hay un respeto a la norma,
a la ley. En Uruguay, existe una condición de ciudadanía por la que se sienten
obligados a actuar de acuerdo a ciertas reglas, como la honestidad, el respeto
al otro y el diálogo.
¿En este sentido, cuáles son las salidas a la
corrupción?
Las salidas son múltiples. Hay cosas que las puede hacer el
Estado, con buenas leyes, que se apliquen, con organismos de control que sean
independientes. Pero el sector privado también tiene una responsabilidad muy
alta, que es no participar en la corrupción y no incentivarla: la corrupción no
puede ser un mecanismo para hacer negocio. Y la sociedad tiene que dejar de ser
indiferente, y dejar de votar a los corruptos.
¿Cree que existe voluntad de cambio?
Ese es precisamente el problema que tenemos. Pero si nos
quedamos callados, no solo no vamos a poder luchar contra la corrupción, sino
que el terreno que nos da garantías mínimas, también va a seguir
deteriorándose.
El mensaje tiene que ser claro: la corrupción está en la base
de todos nuestros fracasos como sociedad, y de nuestras crisis: desde la
deforestación del Amazonas, hasta la guerra en Ucrania.
(cp) Tomado de D W / Alemania.