Publicaron una crónica de Fernando Duclos,
"Periodistán"
Un viaje a la India de carne y hueso se llama el libro, que
reúne las experiencias vividas por el periodista a lo largo de cinco meses.
"Fui a ver la humanidad sin filtro", dice Duclos, quien volvió tan
deslumbrado como abrumado por la diversidad y la intensidad del país
asiático.
Es tan inabarcable y compleja la India que haber logrado
plasmar en poco más de 300 páginas una riquísima experiencia personal, más una
síntesis del devenir histórico del país, sumado a sus contradicciones
culturales, políticas y religiosas, puede ser catalogado como un milagro. Sin
embargo, nada más terrenal que Un viaje a la India de carne y hueso,
una fascinante crónica del periodista Fernando Duclos sobre su
viaje a la India, publicada recientemente por Ediciones Futurock.
Lo del "milagro" se desprende de la capacidad para ordenar el caos o, mejor dicho, para transmitirlo de un modo coherente; cómo "contar" la India en un relato que contemple, a la vez, la pobreza extrema y la emergencia de un país tecnológicamente moderno y emprendedor; que muestre a la India como un todo y, al mismo tiempo, que se interne en sus diversidades étnicas, lingüísticas, políticas, religiosas y geográficas.
Duclós, también conocido en el mundo de las redes sociales
como "Periodistán" (a partir de sus posteos en su anterior viaje por
Oriente, plasmados en el también recomendable libro Un argentino en la
ruta de la seda) elige una estructura narrativa que termina siendo amable e
instructiva para el lector: crónicas, aguafuertes, anécdotas y sensaciones vividas
sobre el terreno se ven complementadas (a veces sucede al revés) con reseñas
contextuales, que ubican al no iniciado en la historia y la actualidad de cada
región de la India.
La imagen estereotipada del país estalla de ese modo en mil
pedazos: uno se ve arrastrado hacia el trópico comunista de Kerala,
pero antes se encuentra con el fenómeno Bollywood y unas
páginas más adelante descubrirá la disputa milenaria entre el norte de origen
indoario y el sur dravídico, para después tocar las aguas sagradas del
Ganges y luego tratar de entender, a través de una notable crónica en
la frontera entre India y Pakistán, el conflicto permanente entre hindúes y
musulmanes.
Está también, en los libros de Duclos, el intento de
escaparle al "orientalismo": la histórica mistificación de las
culturales orientales ejercida por la mirada occidental. Se trata de una
interpretación eurocéntrica en la que suelen caer, muchas veces
involuntariamente, periodistas y escritores latinoamericanos. En la entrevista
concedida a PáginaI12, Duclos admite que es muy difícil salir de la
matriz cultural impuesta por el sistema. Pero lo intenta. "Lo que trato
de hacer siempre es ponerme en abogado del diablo de mí mismo, incluso de lo
que pienso, para entender al menos por qué suceden las cosas- señala el
autor-. En India, para el 80 por ciento de la población, la hinduísta, existe la
vida después de la muerte como una verdad aceptada, es decir, vos reencarnás,
depende del karma que tenés será la vida que te toca, etc. Para alguien que
cree que después de la muerte sigue otra vida y que morirse en algún punto es
volver a nacer, ya no se trata simplemente de que comen comida más o menos
picante, de que rezan tantas veces por día o no, de que usan ropa distinta a la
mía. Se trata de entender el tiempo de una manera diferente. Cuando vos
entendés el tiempo de una manera diferente también cambia tu visión del
trabajo, el amor, la amistad. Trato, dentro de lo que puedo, de meterme
en esas cabezas. A veces lo logro ínfimamente, otras veces no",
señala.
Duclos realizó parte del viaje con Raúl, su padre. Apenas
llegados al país les quisieron hacer el cuento del tío y los detuvo la policía.
En otros tramos del periplo el autor volvió a quedar expuesto frente
estafadores, vivillos y -fundamentalmente- caza-clientes. También vivió
momentos místicos, se reventó el estómago con el curry picante y le salió mal
(relativamente mal, en rigor, porque las dificultades vividas hoy ya son
anécdota) un viaje a dedo a la región del Himalaya.
-A diferencia de tus libros de crónicas anteriores, este
libro parece ofrecer una imagen menos "romantizada" de las culturas
lejanas a nuestra idiosincrasia. Está el deslumbramiento, sí, pero también la
bronca frente a pequeñas "avivadas" que sufriste en carne propia.
-Estoy de acuerdo, sí. Una imagen menos romantizada porque ya
era mi segunda vez en Asia; algunas cosas quizás ya no me deslumbraban tanto. Y
también puede ser por el choque, por lo que implica para el cuerpo. Es difícil
sentir que todo está bien. Uno se acostumbra al estímulo, a la desmesura, a la
exageración, y termina siendo adictivo, pero esa misma palabra habla de algo
que no es del todo bueno, en esa no perfección radica parte del encanto.
Tampoco yo antes decía que los otros países que eran perfectos. Lo que pasa es
que focalizaba en lo bueno, y más cuando uno está acostumbrado a recibir solo
lo malo de esos lugares. Pero en India es imposible ir y sentirse que
estás en un viaje "de placer", vacaciones, descanso, disfrute y
relax. Uno va a otra cosa, a ver la humanidad sin filtro, a chocarse
con el mundo, a ver cómo es realmente el ser humano. Sin la idealización, tiene
igual el encanto de ver el mundo sin anteojeras.
Postales indias: en Varkala, una playa al sureste del país,
Duclos conoce a unos jóvenes, todos ellos pertenecientes a la casta de los
brahmanes. Todo muy relajado. Una de las chicas, Yashaswini, se muestra
liberal, inclusive la primera noche se las ingenia para conseguir marihuana.
Cuando el periodista le pregunta si se casaría con una persona que no
perteneciera a su casta contesta: "Ni pensarlo, no puedo. Sería algo
terrible para mi familia".
En los "ghats" de Varanasi, a la orilla del Ganges,
donde se realiza la cremación ritual de los hinduístas, Duclos descubre otra
dimensión del universo indio. De los altoparlantes sale, como una letanía, el
mantra más importante de los dedicados al dios Shiva: "Om namah Shivaya,
Om namah Shivaya, Om namah Shivaya...". Una mujer moribunda se arrastra
entre los escalones. Una pareja de recién casados, rodeada de una multitud, va
en procesión rumbo al templo, en medio de la música. Los rodean ascetas y vendedores
que ofrecen sus productos a los gritos. Hay olor a flores, a mierda, a curry.
Todo en el mismo lugar y al mismo tiempo. Puede ser, según Duclos, la más
desagradable y la más extraordinaria de las experiencias.
-Más allá del torbellino de sensaciones que te dejó el
encuentro con las múltiples culturas que cohabitan en la India, ¿qué
preconcepto lograste desmontar? O mejor dicho, ¿qué encontraste que no
esperabas?
-Muchas cosas. Pero si tuviera que destacar algo, sería esta
idea de que existe una sola India. Son muchas Indias. Si vas al estado de Tamil
Nadu, en el sur, con 80 millones de personas, te vas a encontrar con un tipo de
India, con gente que habla su propio idioma tamil, y si vas al Punyab, cerca de
la frontera con Pakistán, es otra India completamente diferente, hablan
punyabí, etc. ¿Que los iguala? ¿Qué es lo que hace a la "indianidad"?
Nadie tiene la respuesta. Tiene que ver con un entramado de relaciones
sociales, expectativas respecto a la vida y a la relación con la vida de los
otros; con religión, también, con castas, con una forma de vivir, pero es muy
laxo el concepto y se está reelaborando continuamente.
-El título del libro alude a la India "de carne y
hueso". Como si hubieras querido inmunizarte de la carga espiritual que
emana de esa civilización. Sin embargo, muchos de los textos transmiten la
sensación de que finalmente te viste envuelto, conmovido y hasta abrumado por
ese maremagnum de dioses y rituales. ¿Fue así?
-Yo elegí ese título porque antes de viajar empecé a buscar
en librerías textos sobre la historia, sobre la gente de la India y casi lo
único que encontré fueron libros sobre la India espiritual: los gurúes, el
yoga, el ayurveda, Osho, Sai Baba, etc. Como si fuera un país donde la gente se
levanta, medita durante 18 horas y se va a dormir. Una vez que uno está en la
India se da cuenta de que no es así. Obviamente, la espiritualidad es una
dimensión muy importante, pero es un país muy humano, en contraposición a lo
"divino" que uno tal vez espera y que es la dimensión que más cuaja.
Por eso le puse el título "de carne y hueso", como para decir
"este no es un libro espiritual". Pero en el transcurso del
viaje fui entrando en una suerte de introspección, de viaje interior, al que
quizás no llegué a través del camino de lo espiritual; no es que me encerré
en un ashram, no es que hice yoga todas las mañanas. Pero llegué a eso porque
India es un país que muestra una realidad tan diferente a la que se está
acostumbrado, que inevitablemente uno se empieza a pensar a sí mismo. Cuando
ves cómo funcionan allá los matrimonios arreglados, te ponés a pensar por qué
funcionan en una sociedad como la india y no funcionan en una sociedad como la
nuestra, y hasta qué punto las castas en realidad existen en todo el mundo pero
tienen otro nombre.
-En un momento del viaje escribiste: "Nos vas
ganando, India, pero esta batalla sigue". ¿Cómo salió el partido?
-India me fue ganando y me ganó por goleada, porque sí o sí,
siempre te termina sumergiendo en su propia corriente, no hay forma de huirle.
Sos vos y tus creencias y tu cuerpo y tu cabeza y tu vida tratando de
mantenerse incólumes en un país de 1.400 millones de personas, que más que un
país es una civilización. No hay modo de que no te toque. A algunos les llega
más por el plano espiritual, a otros por el corporal, otros por el lado
psíquico, no importa, India te lleva. La señal más fácil para ver que India me
ganó es que me fui de ahi en agosto, pensando en que nunca más querría volver,
porque es un país que te cansa muchísimo físicamente y mentalmente, y si me
preguntás hoy te diría que volvería mañana mismo. El cuerpo se acostumbra a los
estímulos, a la intensidad y a la desmesura del 24/7 en India, donde todo puede
pasar.
-¿Tus crónicas -pienso en los textos sobre Irán o Afganistán
de tu anterior libro, por ejemplo-, son también un intento de
"desdemonizar" determinadas culturas?
-No sé si fue lo que busqué yo. Lo que busqué en el comienzo
fue contar, nada más, contar lo que veía. Pero sería necio decirte que no pasó
eso. Tiene que ver también con el relato que nos llega de las otras culturas.
Pareciera a veces que ni siquiera hay gente allí, que son demonios, que el 99
por ciento de los musulmanes son Osama Bin Laden...cuando se podría decir que
el 99 por ciento son Benzema o Salah, qué se yo. Me gustó ese papel de
"desdemonizar", pero también cuando a vos te llegan mil cosas malas
de algo, de repente alguien te cuenta algo diferente, el efecto es ese. Y
después, sí, ese efecto se fue consolidando y yo me agarré de eso, me di cuenta
de que podía ser por ahi. Pero sería mentira si te dijera que todos los indios
son buenos, que todos los iraníes son buenos. Lo único que digo es "son
gente", hay buenos, hay malos, como en cualquier lugar. Con la India
también me pasó algo así. Creo que el prejuicio que hay respecto a la India es
que todo es pobre, que llegás y ves la pobreza absoluta. Y sí, no te voy a
negar que hay muchísima, gente pobre y que es una pobreza que uno no ve en otros
lugares, pero también es un país riquísimo. Vos te subís a un subte en
cualquier ciudad india y es una locura lo bien que funcionan, 'la
infraestructura que hay, el desarrollo que existe.
Periodistán, de Twitter al papel
Fernando Duclos es "Periodistán", el personaje que
creó en 2019 para dar cuenta, vía redes sociales, de sus experiencias en el
continente asiático. Muy pronto sus posteos se viralizaron y miles de personas
empezaron a seguir sus peripecias en Afganistán, Omán o Irán. "Cuando
empezaron los primeros viajes era una locura lo que me estaba pasando -recuerda
hoy Duclos-. Yo pasé de cero seguidores a 80 mil en tres meses. Como todo
poder, porque la verdad es que es un poder, conlleva una gran responsabilidad.
Es un cambio difícil, porque además aparece el amor pero también el odio en las
redes. El tema es que lo que empezó siendo un hobbie se convirtió en un
trabajo. Una vez me invitaron a un camping que estaba en lo alto de una montaña
en Georgia, un lugar donde no había ni internet ni nada, y yo dudaba: iba a
estar cinco días 'afuera', no iba a poder conectarme ni escribir. Y después,
cuando lo pensé seriamente me dije: '¿cómo no voy a ir? ¿Me están invitando a
un lugar espectacular y yo me voy a quedar acá escribiendo en una computadora?'.
Además, si dejaba de vivir cosas porque tenía que trabajar en un momento no iba
a tener más nada que contar. Entonces, no quería que esto se convirtiera en
algo burocrático, si tengo que estar largos períodos sin escribir en redes lo
hago".
Tomado de Página 12 / Argentina.