Por Loris Campetti * / opinión.
Algunas veces ellos regresan. El centenario de la marcha
fascista sobre Roma ¿será festejado el 27 de octubre en la sede del gobierno
italiano? Quizá Giorgia Meloni --amiga de los franquistas de Vox y de
Le Pen, de racistas húngaros, de nacionalistas polacos, con simpatías hacia
Trump-- no saldrá al balcón del Palacio Chigi para agitar la bandera fascista
para no asustar demasiado a la Banca Central Europea y a la UE, pero el
champagne, ese sí, ya fue descorchado.
La elección del 25 de septiembre rediseñó Italia cambiando los colores: por primera vez una mujer dirige el gobierno, una buena noticia si no fuera que esa mujer es hija de la tradición fascista. Hermanos de Italia arruinó el país, arrasó las regiones rojas y humilló el Partido Democrático (PD) que cayó al 19 por ciento. La centro-derecha de Hermanos de Italia, la Liga y Forza Italia, de centro tiene muy poco y ese poco se llama Berlusconi, el empresario de la política que fue el primero en legitimar a los fascistas en el lejano 1994. De 105 provincias conquistó 98 y en ninguna región tiene mayoría la centro-izquierda. Ni siquiera en Emilia, ni en Toscana. Giorgia Meloni --desguazado el electorado de la Liga-- con el 26 por ciento tiene más votos que sus socios todos juntos. Salvini se derrumbó al 8,9% y es uno de los dos perdedores; el otro es el PD.
Entre los vencedores, además de Meloni, está Giuseppe
Conte, el mismo que los medios y los políticos opositores daban por
muerto, fue capaz de renunciar al Movimiento 5 Stelle (M5S) y se
convirtió en primer partido en todas las regiones meridionales, arrancando un
15,6% a nivel nacional y acercándose al partido de (Enrico) Letta (N.d.R: líder
de la centro izquierda) gracias a un claro giro a la izquierda.
El primer partido de Italia no es Hermanos de Italia,
sino la abstención, en su nivel histórico más alto, 36%, y 50% entre los
jóvenes. La ruptura entre sociedad civil y política debe hacer reflexionar, en
particular a la izquierda que más sufre el desinterés. Las razones ya fueron
dichas: las crecientes desigualdades que llevan a los ricos a ser cada vez más
ricos y los pobres más pobres; la única ley en contratendencia de los últimos
años es una ayuda social que impidió la explosión de la rabia de los
más vulnerables de la sociedad, que viven en su mayoría en el sur. Y esto
explica la victoria del M5S debajo del Tíber.
El primer objetivo de Meloni es abolir ese subsidio, y Conte
se encontró solo para defenderlo. Lo que ayuda a entender tanto el
abstencionismo como la derrota del PD es la desaparición del trabajo en las
agendas de la política y de la izquierda. La "jobs act" (ley de
empleo), que precariza el trabajo eliminando derechos y futuro, y
desencadenando la guerra entre los pobres, lleva la firma del ex secretario del
PD, Matteo Renzi, demoledor del Estatuto de los trabajadores (dado que el
ataque a la Constitución nacida de la Resistencia al nazi-fascismo no le
salió).
La reforma que llevó a 67 años la edad jubilatoria lleva
la firma, entre otros, del PD, que buscó su consenso en el centro, entre las
clases burguesas. Se llamaba el partido de la ZTL (zona de tránsito limitado),
ahora ya perdió consenso también ahí. En parte lo cedió al M5S que Letta
pretendía devorarse, en parte a la derecha con la llegada a la escena de
Calenda y Renzi, dos tránsfugas y desertores egocéntricos que no llegaron más
allá del 7,7%, pero que contribuyeron a la victoria de la derecha. Letta
anunció que dirigirá el partido solamente hasta el congreso y así será el
octavo secretario desde el nacimiento del PD en 2007 en dejar el cargo.
Se impone la pregunta, ¿todavía se puede refundar el
PD? A izquierda, la pulverización de los pequeños partidos quitó
credibilidad a toda hipótesis de alternativa. La experiencia francesa de
Melénchon no dejó enseñanza alguna. En definitiva, es la ley electoral
liberticida, el "Rosatellum", tal el nombre de su inventor. Una ley
fraudulenta que concede a quien tenga el 44% de los votos la llegada a las dos
cámaras parlamentarias con el 60% de los electos. Rosato, que estaba en el PD
al momento de la puesta en marcha, entró con Renzi.
La ley reserva la elección de los diputados a las secretarías
de los partidos, aboliendo el voto de preferencia. Letta no hizo nada para
cambiarla. El Rosatellum ha tenido un efecto aún más negativo con la reducción
del 40% del número de parlamentarios, quitando todas las posibilidades a las
fuerzas menores. Letta convocó a los votantes a defender Italia del fascismo
que resurge, con un llamado a la unidad anti fascista. Pero entonces ¿cómo se
explica la decisión de cortar todo puente con el M5S, entregando así el país a
quienes decía querer combatir?
La resistencia de Conte, por otro lado, ha impedido que
Meloni metiera manos en dos tercios de los escaños, con los cuales habría
podido cambiar ella sola la Constitución. De esta manera, en el país del
fascismo eterno, por citar a Umberto Eco, siempre en busca del hombre (o la
mujer) fuerte, la derecha ha conquistado el gobierno. Un país que vive un
momento dramático, luego de la pandemia y la guerra en Ucrania que vio al
gobierno de Draghi en primera fila de la ubicación Atlántica y en el envío de
armas a Kiev, mientras las boletas de luz y gas se disparaban hasta las
estrellas.
La derecha está dividida entre los filo OTAN y los
partidarios de Putin, poco europea, nacionalista, militarista, xenófoba,
antiobrera, machista aunque ahora esté propulsada por energía femenina, pero
unida en batalla. ¿Unida hasta cuándo? Ya en la composición del
gobierno se entenderá mejor su ubicación internacional. Meloni es
fascistoide pero no tonta, sabe que el país corre el riesgo del abismo
económico y la explosión social. Tendrá que mantener a raya a los
ultraliberales y los saludos romanos que despliegan en sus frentes.
*Loris Campetti es periodista italiano. Trabajó en el diario Il
Manifesto.
Traducción: Adriana Meyer – Tomado de Página 12 / Argentina.