Por Simón García
No hemos tenido debates democráticos porque discutir sobre la oposición requiere cumplir una permisología determinada por los dueños de equipo. Ahora se re-quiere un ver y un hacer diferentes: más ideas y menos palabras; más resultados y menos enfrentamientos; más innovación con miras al futuro y menos ortodoxia atada al pasado.
Un amigo, de reconocida inteligencia y pluma ingeniosa, embistió contra la primacía del proyecto de país, el plan anticrisis, la estrategia de cambio y la transición negociada. En su argumentación transpiró la fantasiosa vocación de poder que nos condujo al desastre. Pero ahora defiende con brío la participación electoral que hasta hace poco denunció como colaboracionismo y sugiere condescendientemente que “deberíamos aceptar que se hagan todas las propuestas”. Su aporte es pedir un debate con final, agenda y cronograma.
Los errores de la oposición han limitado su capacidad de
acción y su autonomía de iniciativa. Su extrema debilidad la condujeron a una
indeseable doble dependencia según optara por la protección de factores
geopolíticos encabezados por EEUU o por una política de entendimiento con el
gobierno que, para ser completamente justa, debe eludir el intento
gubernamental de cooptación. La subordinación es un riesgo en ambas posturas.
Hoy Maduro coloca con mayor comodidad sus barajas para
consolidar sus posibilidades en el 2024. Ejecuta variaciones en su política
económica para surfear entre el oleaje de la nueva guerra fría y pasar a ser un
régimen híbrido tolerado. Se adapta para prolongar su poder. No necesita el
guion de Ortega sino aumentar la debilidad y la división de sus oponentes.
En esas circunstancias las primarias son secundarias. Ante un
pueblo atrapado en crisis giratorias, que cuando se sale de una se entra en otra,
no tiene sentido desatar una competencia interpartidista en cada bloque
opositor y luego ir a una pugna de destrucción mutua entre coaliciones que
prefieren poner su cabeza de ratón en la jaula donde el único león es un
autócrata. Apuntar a ese previsible desenlace es una decisión de baja
racionalidad frente a forzar un consenso.
Los opositores ortodoxos se resisten a salir de los cauces
que fracasaron. Prefieren repetir la división que encarar responsablemente el
difícil consenso integrador.
Quieren contarse para no unirse y escoger a un candidato
competidor en vez de un candidato ganador.
Tenemos dirigentes que pueden ser líderes para reconquistar
la democracia y que sienten que es más importante ganarle a Maduro que llegar a
ser un excandidato. Personas que por sus atributos personales pueden ceder ante
quien obtenga los respaldos suficientes, incluído el de instituciones como la
Fuerza Armada.
La preparación para triunfar comienza por rescatar el
vínculo, la credibilidad y la confianza de la gente. Si los partidos son
incapaces de lograr estos méritos, aparecerán otros actores y la opción de un
candidato outsider tomará más cuerpo.
La gravedad de las crisis, el gran fracaso del modelo
autoritario y los errores catastróficos de la oposición ortodoxa hacen
indispensable un acuerdo plural para redefinir un modelo económico junto a
metas de desarrollo social y humano.
Como Ulises, el héroe inventor del embuste y el engaño en la
literatura, los políticos de hoy tienen que decir no a la oferta de Calipes de
asegurar inmortalidad a cambio de ser oposición perpetua.
Publicado originalmente
en Tal Cual / Caracas.
