La posibilidad de que Gustavo Petro gane las elecciones ha
desatado un miedo irracional que pesa más que la amenaza de un gobierno
populista, como el que propone Rodolfo Hernández.
El próximo presidente de Colombia podría ser el ingeniero Rodolfo Hernández, un ricachón de 77 años que parece sacado de una tira cómica. Su fortuna la hizo vendiendo y comprando tierras en un país donde el acceso a la propiedad ha sido la fuente de las mayores disputas y desigualdades. Es admirador de Hitler y cree que las mujeres no se deben meter en política porque su sitio es la casa. No se sabe los nombres de los departamentos del país que espera gobernar, y dice sin sonrojarse que si llega al poder lo primero que va a hacer es declarar la conmoción interior y a gobernar por decreto. Se parece a Bucaram, a Bukele, a Trump y a Bolsonaro y, aunque parece una caricatura, es real. Tiene todo para ganar porque está amparado por la petrofobia, ese miedo irracional que muchos colombianos tienen por todo lo que huela a izquierda. Poco importa que no tenga un programa de gobierno ni una hoja de ruta ni que sea un demagogo que puede llevar al país a un salto al vacío. Tampoco incide que sea un populista que desprecia las instituciones, que se dé el lujo de desacatar los fallos de la justicia y que crea que el país se puede manejar como si fuera su empresa. Con tal de que pueda frenar a Gustavo Petro, el candidato de la izquierda que sacó la mayor votación en primera vuelta, y salve a Colombia de caer en sus garras, Rodolfo Hernández puede patear la democracia. Hasta eso se le perdona.
Así de profunda y acendrada es la petrofobia que se vive en
Colombia a tan solo tres semanas de la segunda vuelta electoral. La posibilidad
de que Petro gane ha desatado un miedo irracional que pesa más que la amenaza
de un gobierno populista, como el que propone Rodolfo Hernández. Cualquier
cosa, menos Petro. Cualquier cosa, menos ver a un izquierdista llegar al poder.
Esa es su consigna.
La petrofobia le ha dado a Rodolfo Hernández unas alas que no
tenía. Antes del domingo era un candidato que pocos tomaban en serio, con
licencia para decir barbaridades. Uno le preguntaba por el medio ambiente o por
la crisis fiscal, pero él siempre respondía con la misma frase: “Lo que prometo
es parar la robadera”. Era un populista de derechas, tiktokero y anti reformista
que, sin embargo, no suscitaba mayores temores porque no era un candidato
viable.
Todo esto cambió desde el domingo pasado, cuando el ingeniero
sacó casi seis millones de votos y hundió al candidato de la derecha, que era
Federico Gutiérrez. De ser un chiste pasó a ser presidenciable y se convirtió
de repente en el candidato admirado por los petrofóbicos.
El primero en apoyarlo fue el uribismo. En menos de 24 horas,
varios senadores salieron a exaltar sus cualidades y a felicitarlo por haber
pasado a la segunda vuelta. Hoy le hacen venias y lo miran como el mesías que
los puede resucitar. Lo mismo ha sucedido con el Equipo Colombia, la coalición
de gobierno del presidente Iván Duque. A pesar de que su candidato, Federico
Gutiérrez, fue derrotado por Rodolfo Hernández y de que este le quitó su
tiquete para pasar a la segunda vuelta, Gutiérrez anunció su voto por el
ingeniero horas después de su derrota. Para apoyarlo apeló a un argumento de la
petrofobia, aquel que convierte en enemigos de la democracia a todos los que no
piensen como ellos. Gutiérrez dijo que para “salvar la democracia” y evitar que
cayera en manos de Petro, lo correcto, lo democrático, era votar por un
populista de derechas como Rodolfo Hernández.
La petrofobia perturba tanto el entendimiento que ya son
muchos los analistas que hablan de Rodolfo Hernández como si fuera en realidad
el hombre que va a salvar la democracia de la hecatombe de la izquierda.
Quieren hacernos creer que Hernández no es una amenaza para la democracia y que
su despotismo es una virtud que le va a servir a Colombia. Son olímpicos.
Si en este país no hubiera petrofobia, estaría claro que en
esta contienda el déspota es Rodolfo Hernández y que el candidato más
institucional es Gustavo Petro. Si en el país no estuviera activa la petrofobia
lo lógico habría sido que el centro de Sergio Fajardo, que perdió
estruendosamente, se hubiera ido a apoyar a Petro en lugar de estar
coqueteándole a un populista de derechas como Rodolfo Hernández. Sin
petrofobia, sería normal ser progre y se podrían decir las cosas por su nombre
sin temor a ser rotulado ni señalado.
La derecha colombiana siempre se las ha ingeniado para ganar
las elecciones. Tiene mil caras que le sirven para reencaucharse cada tanto y
dar la sensación de que las cosas cambian. Hace cuatro años fue Iván Duque.
Hoy, Rodolfo Hernández es su nuevo rostro y puede volver a ganarle la partida a
Gustavo Petro. Tiene a la derecha uribista, a los empresarios, a una parte de
la intelligentsia del centro y a las clases populares que
creen que si el candidato de izquierda triunfa, se van a quedar sin empleo
porque sus empleadores se tendrían que ir del país.
Petro necesita desactivar la petrofobia si quiere ser
presidente de Colombia y solo cuenta con 15 días para lograr esa proeza. No la
tiene fácil.
Texto tomado de El País.
