Barcelona (E). Después de sufrir un ataque al corazón que le dejó al borde de la muerte, Albert Costa, ingeniero jubilado de 83 años, tuvo que plantearse qué hacer con los más de 12.000 libros que fue acumulando a lo largo de su vida "de forma casi enfermiza", así que abrió una librería en Gràcia, su barrio de Barcelona.
"Un día estaba paseando por el barrio y, de repente, caí
fulminado. Lo siguiente que recuerdo es despertarme en el Hospital de Sant Pau.
Desde entonces, decidí que mis libros no podían quedarse en casa", explica
a Efe este peculiar librero, que desde hace más de un año paga cada mes cerca
de 600 euros por el alquiler del nuevo local, de nombre "Espíritus de
Agua".
Su periplo literario nace cuando apenas tenía 10 años y se mudó a la casa que su abuelo tenía en Gràcia y que estaba repleta de libros que, poco a poco, despertaron su interés por las letras.
"Cuando tenía 20 años, devoraba novelas. Recuerdo que
durante un tiempo no podía parar de leer a Somerset Maugham, aunque después
opté por los libros de historia, de antropología y de arte, especialmente el
africano", relata Costa, que este mes ha vendido un ejemplar de arte
gabonés por 1.000 euros.
Su interés por el arte africano lo llevó a viajar por todo el
continente, recopilando miles de libros y experiencias, como la vez que estuvo
en Costa de Marfil y un chamán le hizo degollar a una cabra.
"¡Menudo panorama! Casi en pelotas, asesinando a una
cabra medio obligado por un hechicero. Sin duda, es una de las experiencias más
surrealistas y desagradables que conservo", recuerda el dueño de
"Espíritus de Agua" -mismo nombre que el de una exposición que protagonizó
hace años sobre arte africano-, mientras echa un vistazo en su ordenador a las
fotografías que tomó durante el viaje.
Su colección es tan amplia que ha despertado el interés de
clientes de varias nacionalidades, especialmente de Latinoamérica y de países
vecinos europeos, por lo que ha creado una página web con el mismo nombre que
la librería para llegar a más compradores.
"No tengo ni idea de cuántos libros he leído a lo largo
de mi vida. Soy un gran picoteador de capítulos, no acostumbro a leerme libros
enteros", cuenta Costa, que tras tantas horas de lectura es incapaz de
elegir cuál es su libro favorito.
Entre las obras que llenan los estantes de su librería se
encuentran ejemplares de arte africano, de historia, de antropología y novelas,
entre otros, que vende a un precio que pacta con el cliente, sobre todo si son
jóvenes con una gran inquietud literaria, aunque tiene por bandera dignificar
los libros de segunda mano.
"Si un libro está en mal estado, su precio evidentemente
será inferior al original. Por el contrario, si es bueno y está intacto,
acostumbro a adaptar el precio a la dignidad del libro", subraya este
lector empedernido, que afirma escandalizarse cada vez que encuentra una
montaña de libros en los contenedores.
A Costa le gusta diferenciar entre "trabajar y pasar
tiempo en la librería", a la que considera "una extensión de mi sala
de estar".
"Procuro llegar por la mañana, sobre las 12 horas. Luego
compro algo de comer en el colmado de al lado, vuelvo a la librería, hago mis
cosas y me voy a casa hacia las 21 horas", asegura este sui géneris
librero, que se reserva los domingos para estar con sus hijos y nietos.
Entre sus planes futuros solo se encuentra la voluntad de
continuar vendiendo sus libros, aunque confiesa que si la salud se lo
permitiera, continuaría viajando por el mundo en busca de más libros y más
obras de arte.
"Me llevarán de esta librería directo a la tumba. A lo
mejor por el camino paso por el Hospital de Sant Pau, pero este va a ser el
trayecto. Como no sé si me queda mucho para irme al otro barrio, quiero
quitarme de encima mis libros, sobre todo para ahorrarle trabajo a mi
hijo", concluye el veterano librero, que no tuvo reparos pese a su salud y
a su edad en abrir un peculiar negocio en medio de la pandemia del coronavirus.
Àlex Gutiérrez Páez
Agencia EFE / Tomado de yahoo.es