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01 diciembre, 2021

El asesinato de Antonio José de Sucre

A su regreso de Bolivia, Sucre sopesa la idea de dar término a sus funciones públicas. Una vez en Quito, inicia su vida conyugal con su esposa, la quiteña Mariana Carcelén y Larrea, la marquesa de Solanda. Esto dejaba atrás el mal recuerdo de su renuncia a la presidencia de Bolivia, tras haber enfrentado el motín de Chuquisaca el 18 de abril de 1828, cuando los conspiradores quisieron matarlo. En Quito, sin embargo, se entera del atentado contra Bolívar en Bogotá el 25 de septiembre de 1828. Un poco antes, el 3 de junio de 1828, había estallado la corta guerra entre el Perú y Colombia por cuestiones limítrofes y disputa de territorios. Una contienda que se extendió hasta febrero de 1829, en la que Sucre, junto a Juan José Flores, vencieron a las tropas peruanas conducidas por José de La Mar, en la batalla de Tarquí en Ecuador (27.02.1829). El 10 de junio de 1829 nacía Teresita, la única hija del matrimonio.

Por Orlando Arciniegas*



En noviembre de 1829 partió Sucre de Quito con rumbo a Bogotá. Esta vez debía hacer parte del llamado Congreso Admirable, convocado por Bolívar en diciembre de 1828, pero que solo se pudo reunir entre el 20 de enero y el 11 de mayo de 1830. Se trataba de un Congreso Constituyente. Pero el creciente desacuerdo entre las élites políticas y militares de caraqueños, bogotanos y quiteños, puesto de manifiesto desde 1826, dejó pronto ver que sería una reunión crucial sobre el destino de Colombia. Bolívar, en su sesión inaugural, anuncia su definitiva renuncia a la presidencia de la República. “Disponed de la presidencia que respetuosamente abdico en vuestras manos”. Sucre es elegido presidente del Congreso. Bolívar lo felicita y suelta: “Sucre es el más digno de los generales de Colombia”. Frase quizá imprudente para ese momento crítico. Los que entonces conspiraban en contra de la unión de Colombia parecen haberla entendido como una declaración sucesoral del entonces presidente de Colombia.

La renuncia, sin embargo, no fue aceptada de momento y solo lo sería el día 4 de mayo de 1830. Un poco antes de la designación del nuevo Gobierno. En paralelo con las sesiones del Congreso se iban conociendo las disrupciones de la gran República. Las peores noticias vienen de Caracas, donde se habla de un desprendimiento. Bolívar pide poderes especiales para afrontar la ruptura. El Congreso niega la petición. Sucre en su condición de presidente del Congreso, dio cabida a una gestión mediadora. Pero cada quien estaba en su guion. A Sucre no se le dieron ni siquiera las consideraciones de héroe de la República y cabeza entonces del Congreso. Era evidente que el pacto político de Colombia estaba roto y con él la cultura de la negociación, cuya mejor prueba había sido la creación de Colombia en 1819. Pero, como bien lo expresara Luis Castro Leiva, la República de Colombia pasó en una década de ser una unión efectiva a ser un principio ilusorio.

Mientras muchos hacían los cálculos para la separación, el joven mariscal sostenía la propuesta de mantener la unión colombiana bajo la forma de un Estado federal. Bolívar mismo, centralista acérrimo, pero ante el riesgo de la división, decía a José María Castillo Rada, su ministro principal, que se podían hacer algunas concesiones federales y partir la República en tres estados federales. Pero no se estaba para componer las opiniones. A lo largo de 1829 se advierte que, en su ánimo, se van asentando las ideas de la división de Colombia y su apartamiento definitivo del poder, en medio de la decepción. El 11 de mayo de 1830 concluye el Congreso. La Constitución se promulgó el 29 de abril y el 4 de mayo se designa como presidente al jurista Joaquín Mosquera y Arboleda y como vicepresidente al general Domingo Caicedo. La Constitución sancionada exigía que, para ser presidente de la República, se debía haber cumplido 40 años (Art. 82.2). Sucre, el héroe de Ayacucho, podía presidir el Congreso, pero no podía ser presidente. Solo tenía 35 años. 

Como fuere, Colombia estaba rota: la falta de soporte institucional y la pugna caudillista apurarían su final. Al proyecto de gran República, a la fecha, no lo acompañaba una firme convicción ciudadana. Al contrario, la separación entre lo que alguien llamó los “liberales y los serviles”, estos los seguidores de Bolívar, había convertido la vida civil (la vida de la ciudadanía) en un confuso mundo de facciones, conspiraciones, intrigas e intereses mal avenidos. El mismo Bolívar parece haber encontrado una fuerte razón en todo aquello, cuando en carta al general Urdaneta, desde Barranquilla, poco antes de morir, le expresara: “El no habernos compuesto con Santander nos ha perdido a todos”. Sucre apesadumbrado se decide a regresar. Tenía la opción de viajar por mar desde Buenaventura a Guayaquil o hacerlo por tierra a través de la vía de Popayán a Pasto. De todos modos, sus heredados enemigos lo aguardaban en cualquiera de las partes.

A Sucre lo afanaba la idea de estar en Quito antes del 23 de junio, el día de San Antonio de Padua. Su onomástico. En Quito esperaban su esposa, la marquesa de Solanda y su niña Teresa. Ahora más que nunca estaba convencido de que debía apartarse de la vida pública, decisión que había aplazado por su gran compromiso moral con el Libertador. Cumplida su tarea, se sentía deseoso de la grata compañía y la paz del hogar que no había tenido. Esta vez la conspiración en su contra podía olerse en el ambiente. Los enemigos de Bolívar, grandes en su odio, habían decidido vengarse cargándose a su mejor general. Buscaban apartar al que, según sus cálculos, podía ser su heredero político. Pero Sucre, a diferencia de Bolívar, no hacía del poder y la gloria sus mayores afanes. Solo que al ser el predilecto del héroe, llegó a ser tan amado y detestado como este. Algo que le resultaba inevitable. A Sucre, por su parte, no le faltó quien le advirtiera el complot.

El 13 de mayo sale de Bogotá. Va prácticamente sin protección. Lo acompañaban solo seis personas. De la reducida comitiva hacían parte, el diputado por Cuenca, Andrés García Téllez, los sargentos Colmenares y Caicedo, su criado Francisco y dos arrieros. La lenta marcha hace que llegue a la ciudad de Popayán a fines de del mes de mayo. Allí se le da a conocer que el 13 de mayo se había declarado la separación de Colombia del Distrito del Sur –hoy Ecuador–, liderada por el general Juan José Flores. Entonces, se dirige a un amigo por carta y le dice: "Yo llegaré pronto y les diré todo lo que sé y lo que el Libertador me dijo a su despedida para que de cualquier modo conserve esta Colombia, sus glorias, y su brillo, y su nombre".

La vía de Pasto, que él conocía, era de mucho riesgo. Los complotados contaban con el general José María Obando, jefe militar del Cauca, acérrimo enemigo de Bolívar, y muy dado a la articulación de conspiraciones. En las acciones conspirativas se mencionan también al general José Hilario López y al comandante Mariano Antonio Alvárez. Sucre, aunque había sufrido atentados, no se mostraba aprensivo con su seguridad. El coronel Apolinar Morillo, venezolano, haría parte del grupo facineroso. Según contara este, en el proceso que se le siguió diez años después del magnicidio, Obando le dijo: “La patria se halla en el mayor peligro de ser sucumbida por tiranos y el único medio para salvarla es quitar al general Sucre, quien viene de Bogotá a levantar al Ecuador para apoyar el proyecto de coronarse el Libertador”.

Y envió a Morillo con instrucciones a José Eraso en Salto de Mayo, una parada en la vía a Popayán, en la que este era jefe de milicias y eventual salteador. En la nota que se le remitiera se le decía:  “Usted dirija el golpe”. Eraso procede a reclutar tres soldados desmovilizados que estaban en Salto de Mayo: Andrés Rodríguez y Juan Cuzco, peruanos, y Juan Gregorio Rodríguez, granadino; todos ellos conformarían la cuadrilla de ejecución y cuya paga sería de 40 pesos. Junto con Morillo iría también el coronel neogranadino Juan Gregorio Sarria con las armas y municiones empleadas en el atentado.  Morillo, curtido soldado, había acompañado a Bolívar en la larga Campaña del Sur y permanecido en Ecuador desde 1823. Estuvo a las órdenes del general Flores y luego del general Obando. De Flores, en esta confabulación, se puede afirmar que estuvo al tanto de ella y, en el menor de los pecados, la silenció. A un zorro viejo como él, no se le escapaba su condición de beneficiario del crimen. Y quizá muy poco contaba para él que Sucre fuera su compadre.

El estadista, militar e historiador Tomás Cipriano Mosquera, escribe en sus memorias que la orden de asesinar a Sucre provino del bogotano clan “septembrista”, involucrados en el atentado contra Bolívar de 25 de septiembre 1828; como rabiosos separatistas consideraban a Sucre como un obstáculo para el logro de sus propósitos. El 1 de junio de 1830, “El Demócrata”, órgano de los “septembrinos”, publicó un artículo premonitorio, que al tiempo que usaba la intriga contra Sucre al difundir que propiciaba la separación del sur, instaba a detenerlo sugiriendo con descaro la opción del magnicidio: “Puede ser que Obando haga con Sucre lo que no hicimos con Bolívar.”

Sucre, por lo demás, parecía tener urgencia de llegar a su destino, quizá con la esperanza de llevar a cabo alguna acción política favorable a Colombia. Correspondió a Eraso y al coronel Sarria alistar el lugar de la emboscada, acomodando a Morillo y los otros tiradores por parejas a ambos lados de un estrechamiento del camino donde nadie podía fallar. El magnicidio que conmovió a la América hispana se cumplió la mañana del 4 de junio de 1830. Fue en el sitio La Jacoba, en la montaña de Berruecos, en el camino de Popayán a Pasto, a 80 km de esta ciudad. Fueron cuatro disparos de fuego cruzado. La muerte fue instantánea. Se dice que, desde la espesura alguien llamó: “¡General Sucre!”, y el héroe apenas pudo decir: “¡Ay, balazo”. Pero de esto último se pudiera dudar, pues los diestros tiradores que fueron sus asesinos le dieron justo en la cabeza y el pecho. El cuerpo del Abel de Colombia permaneció más de 24 horas en abandono e insepulto, por la estampida que, en resguardo de sus vidas, practicaron sus acompañantes. 

Mariana Carcelén, marquesa de Solanda, al requerir a Obando la entrega del cuerpo de su marido, no dudó en acusarlo: “Solo pido que me des las cenizas de tu víctima. Sí, deja que ellas se alejen de estas hórridas montañas, lúgubre guarida del crimen y de la muerte y del pestífero influjo de tu presencia, más terrífica todavía que la muerte y el crimen”. El cuerpo fue rescatado por el mayordomo Isidro Arauz y el sargento negro Lorenzo Caicedo y enterrados sus despojos con la máxima discreción. Los restos serían luego trasladados de Berruecos a Quito.

Al final solo el coronel Morillo fue fusilado en la Plaza Mayor de Bogotá (hoy Plaza de Bolívar) el 30 de noviembre de 1842, una vez que el presidente de Nueva Granada, general Pedro Alcántara Herrán (1841-1845) se negó a conmutar la pena. Los otros tres soldados murieron a los pocos días del asesinato: uno en accidente simulado y dos envenenados. Eraso, al caer preso en 1839, por otra causa, terminó revelando los macabros detalles del crimen de Sucre; murió en la cárcel. El testimonio de Eraso condujo a la detención del coronel Morillo. José María Obando murió emboscado y lanceado el 29 de abril de 1861, en una de sus tantas aventuras militares.

Tras una larga búsqueda, por parte del gobierno venezolano y de la familia del mariscal Sucre, sus restos fueron finalmente hallados en 1900, en el Convento Carmen Bajo de Quito, frente al altar mayor de la iglesia, donde habían permanecido por setenta años. El descubrimiento se hizo posible gracias a la revelación que hizo poco antes de morir la quiteña Rosario Rivadeneira. El 4 de junio de 1900, fecha que coincidía con la de su sacrificio. El féretro fue conducido, con las formalidades de su condición, desde el convento hasta la iglesia catedral de Quito donde aún reposan.

*Doctor en historia