Por Enrique Bayo y Javier Fariñas Martín
Acostumbrados al silencio y al anonimato, los misioneros
pocas veces son noticia. Ese era el entorno de trabajo y de vida del P.
Pierluigi Maccalli, un misionero italiano que trabajaba en una misión de
puertas –literalmente– abiertas, alejada de cualquier escenario mínimamente
interesante para una prensa acostumbrada al brillo de los poderosos. Todo
discurría al trantrán de lo sencillo hasta que llegó el 17 de septiembre de
2018, cuando fue secuestrado en Bomoanga (Níger). Su liberación se produjo dos
años más tarde.
De paso por España, ha querido compartir con los lectores de
MUNDO NEGRO su experiencia y, sobre todo, su camino vocacional, que arrancó en
su localidad natal, Crema, y en el seminario de su diócesis.
En la actualidad está destinado en la ciudad de Padova, donde
espera la liberación de la Hna. Gloria Cecilia Narváez, misionera colombiana
secuestrada en Malí en 2017 y de la que no hay noticias.
¿Quién es el P. Maccalli?
Nací en la ciudad italiana de Crema. Ingresé en el seminario
de mi diócesis y cuando me ordené, en 1985, ya estaba orientado hacia la
Misión. En 1986, tras un año de aprendizaje del francés y de convivencia con
una comunidad de la Sociedad de Misiones Africanas (SMA) en Italia, me fui a Costa
de Marfil, donde trabajé diez años. En 2007, después de un tiempo en Italia en
la animación misionera y de trabajo en el consejo provincial, salí para Níger,
donde permanecí 11 años, hasta el 17 de septiembre de 2018, cuando fui
secuestrado.
¿De dónde viene esa orientación hacia la Misión?
Desde mis primeras conversaciones con mi director espiritual,
este me orientaba a una elección diferente a la vida diocesana. Hablé con
misioneros, mi hermano mayor tuvo contacto con la SMA en medio de su itinerario
vocacional… Conocí a la comunidad provincial y me gustó el ambiente, el clima
familiar y la Misión en África. Todo esto orientó mi elección. Desde el
principio he sentido que este era mi camino.
¿Qué hizo en Costa de Marfil?
Estuve en el noroeste, en la misión de Bondoukou, donde
trabajé en una parroquia muy extensa. Como era el más joven de la comunidad, me
ocupaba de los poblados más alejados. Era un trabajo de primera evangelización,
de primer anuncio en medio de la realidad rural de la parroquia.
Su segundo destino africano fue Níger. ¿Cómo fue su llegada
allí?
Según el
Índice de Desarrollo Humano, Níger ocupa el último puesto en el continente,
pero nuestra opción siempre pasa por estar con los más abandonados y
necesitados de África. Desde una perspectiva eclesial, también es una realidad
muy pobre. Por eso me mostré disponible para ir allí después de que el obispo
de Niamey pidiera misioneros para su diócesis. Me enviaron a la misión de
Bomoanga, en el suroeste, en la frontera con Burkina Faso. Mi elección siempre
ha conjugado evangelización y promoción humana, y este contexto era el ideal
para ello.
¿Por dónde empezó?
Por escuchar las necesidades de la gente, y la principal era
la del agua. Las mujeres se tenían que levantar a las 4 de la mañana para ir a
buscarla. Unos años después, pudimos hacer un pozo en Bomoanga, y luego
seguimos en otras poblaciones de la zona. Después continuamos con la salud. La
malnutrición es muy alta, igual que la mortalidad infantil, la escolarización
es casi inexistente… Si tuviera que resumir cuál ha sido mi compromiso allí,
diré que ha sido una pastoral social conjugada con las tres «s», en
italiano: salute (salud), scuola (escuela)
y sviluppo (desarrollo).
¿Cómo es la comunidad cristiana?
Pequeñísima. Somos una minoría, pero muy apreciada. El 98 %
de las personas en Níger son musulmanas, pero estas pequeñas comunidades
cristianas, unos 15 en la parroquia, formadas por personas muy jóvenes, han
puesto su corazón en el Evangelio y se encuentran a gusto.
¿Qué aprendió en los dos años de cautiverio?
El desierto me ha hecho tres regalos. El primero es la
comunión con muchísimas víctimas inocentes. El segundo, un gran silencio que te
excava y te obliga a entrar en lo más profundo de ti mismo. El tercero,
aprender a ir a lo esencial, que no son las cosas, que no son las situaciones…
En lo que se refiere a lo exterior, he dormido en el suelo, he comido lo que
había, pero lo esencial es la relación (con el otro), es la comunión… Lo
esencial es la paz, no la guerra… Todos estos valores han sido un regalo de
esta experiencia. Además ha cambiado mi modo de vivir la fe, mi modo de pensar
la Misión y pienso que también ha cambiado la misma -imagen que -tenía de Dios.
Le he gritado: «¿Por qué me has abandonado?». He pasado por la noche oscura del
silencio de Dios. Pero ahora creo que ese es un pasaje obligado para abrirse a
otro horizonte, al de un Dios que no está hecho a la medida de nuestras
demandas, pero que está presente de un modo que no tiene que ver con nuestra
manera humana y particular de ver las cosas. La misma Misión ha cambiado para
mí. Después del cautiverio, he visto cosas que no podía imaginar: campañas de
sensibilización, marchas y plegarias que se han organizado, y me doy cuenta de
que la Misión es de Dios, es la missio Dei. Después de 21 años de
vida africana, de hacer proyectos… Si comparo ese tiempo con estos dos años,
puedo decir que han sido dos años robados a la Misión, pero tal vez han sido
los dos años más fecundos de la Misión.
¿Cómo fue su vida sacerdotal durante ese tiempo?
No pude comulgar durante 752 días, pero siempre he celebrado
la misa, sobre todo los domingos. Me alejaba y celebraba sobre el altar del
desierto. Pensaba en un fragmento del Evangelio, alargando la oración universal,
haciendo presente en ella a todas las periferias del mundo, a las personas que
amo. Después la consagración, sin pan y sin vino, consistía en repetir las
siguientes palabras: «Este es mi cuerpo ofrecido, esta es mi sangre derramada.
No tengo otra cosa que ofrecerte, Señor», y terminaba con el Padrenuestro y la
bendición sobre África, para que sea una África de paz.
Entre Costa de Marfil y Níger hizo animación misionera. ¿Cómo
animar hoy a la gente, vocacionada o no, a optar por la Misión?
No tengo que dar lecciones a nadie, pero hay una cosa cierta
que quiero destacar: debemos dar mucho espacio a la escucha, a la acogida, al
encuentro, porque no es el desencuentro, sino el encuentro, el que nos hace
comunicar, vivir como seres humanos; debemos insistir en la dimensión humana,
porque la Misión es humanización. Mi maestro François Varillon dice que «lo que
el hombre humaniza, Dios lo diviniza». No tenemos que hacer grandes cosas, ni
milagros, lo que tenemos que hacer es humanizar nuestra vida. Cuanto más
humanos somos, más entramos en esa dimensión de un Dios que se hace hombre.
Pienso que esta humanización puede ser el camino que abra al espacio de Dios.
Después, debemos mantenernos en silencio.
¿Por qué los jóvenes no responden?
Hay mucho ruido en el ambiente, y además hay mucha violencia
en las palabras. Cuando he vuelto, me he percatado de la violencia del lenguaje
en el mundo de la política, del deporte… ¡Cuántas palabras violentas salen de
nuestras bocas! Debemos desarmar el lenguaje porque, si no, no podremos
desarmar el corazón. Después de una palabra violenta viene siempre la reacción
de una palabra o acción violenta. Si desarmamos las palabras, también nuestras
acciones cotidianas quedarán desarmadas.
En algún momento ha dicho que Dios hizo fecundo su
cautiverio.
Mucho más de lo que yo pensaba. Por los ecos y las atenciones
que he tenido, por las personas que se han interesado por la Misión, veo que el
Señor ha abierto puertas y caminos con la pequeña misión de Bomoanga, que no
aparece en Google Maps, y con un misionero desconocido como yo… Todo esto ha
sido la oportunidad para algo muy grande.
Por último, ¿sabe algo de la Hna. Cecilia Narváez?
Sigue secuestrada después de cuatro años y medio, es mujer,
religiosa y está sola… Es demasiado tiempo. He tenido noticias de que su salud
se deteriora, por lo que pido que sea liberada lo antes posible porque su
situación es cada vez peor.
Tomado de Mundo Negro / España - Fotografía: Javier Fariñas Martín.