El difícil panorama político que dejaron las elecciones
municipales brasileñas
Por Eric Nepomuceno
Al principio de la noche del domingo se conocieron los
resultados de la segunda vuelta para la elección de alcaldes en 57 municipios
brasileños, entre capitales provinciales y ciudades con más de 200 mil
electores. No hubo sorpresas significativas entre los ganadores, pero lo que
llamó la atención de observadores y analistas, además de los dirigentes
partidarios, fue la diferencia de votos entre electos y derrotados, que en casi
todos los casos superó lo que preveían los sondeos de opinión realizados dos días
antes. También se confirmó, con una única y aislada excepción, que los
candidatos defendidos por el ultraderechista presidente Jair Bolsonaro tuvieron
un desempeño más bien descepcionante en las urnas.
Ese dato refuerza el aislamiento del mandatario, cuya imagen negativa creció de manera exponencial en algunas de las capitales más importantes del país, en especial San Pablo y Salvador de Bahía. Otro aspecto que llamó la atención ha sido el surgimiento de al menos dos liderazgos jóvenes que en estas elecciones vieron sus imágenes extenderse mucho más allá de los límites de sus respectivas ciudades o provincias, para insertarse en el escenario nacional.
Un tercer dato se refiere al volumen inédito de abstenciones
y ausentismo por todo el país, que en Rio de Janeiro rozó el 36 por ciento del
electorado. Con eso, si se considera el total de electores aptos para votar,
1.614.343 optaron por abstenerse, un volumen de votos que supera el total de
los que optaron por el ex alcalde derechista Eduardo Paes, que
alcanzó 1.600.000 votos válidos (o sea, exceptuándose los nulos, en blanco y
abstenciones).
Y el actual alcalde, Marcelo Crivella, un
autonombrado obispo de una de las sectas evangélicas dedicadas a recaudar
fondos explotando la fe ajena, tuvo 913.000 votos. Entre los sufragios válidos,
casi un 36 por ciento, muy por encima de lo que indicaban los sondeos que
le daban menos del treinta en promedio. Crivella contó con el respaldo de Jair
Bolsonaro que, acorde a lo previsto, sufrió dos espectaculares derrotas en San
Pablo (su candidato ni siquiera pasó a la segunda vuelta) y Rio, las dos principales
ciudades del país.
El mismo ausentismo se hizo sentir por todos lados, pero el
argumento de que se trató de precaverse contra los peligros de la segunda ola
del coronavirus (negada, pese a su obviedad, tanto por Bolsonaro como por su
gobierno) cae por tierra cuando se observa cómo las playas de Río y los parques
de todas las ciudades brasileñas estaban copadas por multitudes en búsqueda de
los placeres de un domingo de sol.
El balance de la izquierda
Las dos nuevas figuras que lograron extender sus imágenes a
nivel nacional son Guilherme Boulos, que en San Pablo (ciudad en que el índice
de abstenciones también superó la casa de los 33 puntos) perdió ante el actual
alcalde, el derechista Bruno Covas, y de Manuela D’Ávila, que llegó a la
segunda vuelta y perdió con el también derechista Sebastião Melo la alcaldía de
Porto Alegre. Ninguno de los dos ganó la alcaldía, pero ganaron proyección
nacional.
Boulos disputó por el PSOL, nacido de una divergencia interna
del PT, y Manuela por el Partido Comunista do Brasil. Ambas agrupaciones tienen
un peso muy pequeño tanto en San Pablo como en Porto Alegre, por no mencionar
al resto del país. El ascenso de los dos, pero especialmente de Boulos, deja
clara la perspectiva de la apertura de una renovación en las corrientes
progresivas en Brasil.
En términos comparativos, de la misma forma que Lula es una
figura cuya proyección excede la de su partido, el PT (aun considerándose que
se trata de la mayor agrupación de izquierda de todo el continente
latino-americano), tanto Boulos como Manuela superan, con creces, el peso de
sus respectivas siglas.
Hay varios aspectos a considerar con relación al campo
progresista, bajo la turbulencia incesante provocada por los desvaríos de
Bolsonaro y su gobierno tan inerte frente a los gravísimos problemas enfrentados
por Brasil como absolutamente devastador.
Desde el encarcelamiento de Lula da Silva luego de un juicio
plagado de manipulaciones e irregularidades comandadas por el ex juez Sergio
Moro (quien luego fue “compensado” por Bolsonaro con el cargo de ministro de
Justicia, hasta ser defenestrado), la izquierda brasileña parece haber perdido
el rumbo. Lula fue impedido de disputar las elecciones presidenciales en 2018,
y luego de recobrar la libertad no asumió, como esperaban sus seguidores, el
liderazgo natural de la oposición.
La falta de propuestas concretas y de acciones efectivas para
formar un frente amplio de izquierda y centro-izquierda tuvo efectos
contundentes. Buen ejemplo de esa situación es verificar que por primera vez
desde la redemocratización, o sea, los últimos 35 años, el PT no logró elegir
ni un alcalde de capital provincial en Brasil. La derecha y el centro-derecha,
mientras tanto, trataron de rechazar con vehemencia el desequilibrio y el
radicalismo de Bolsonaro y sus seguidores más fieles y fanáticos, presentándose
como un factor de moderación en un país que asiste perplejo al crecimiento
desenfrenado del extremismo.
Habrá que ver qué vendrá en el conturbado escenario político
luego de elecciones en que perdió la izquierda, pero mucho más perdió la
ultraderecha encarnada por el presidente Bolsonaro.
Tomado de Página 12 / Argentina. Imagen: AFP