Por Gonzalo Fragui
Una
delegación de escritores y artistas mexicanos, entre los que estaban Juan Rulfo
y Leopoldo Zea, visitó Caracas. Ángel Rama y Elio Gómez Grillo, Director de
Cultura de la Universidad Central de Venezuela, habían organizado una gran
cantidad de actividades, homenajes, conferencias, charlas, encuentro con los
estudiantes, pero, por su timidez, Rulfo prefirió llamar a Domingo Miliani y se
olvidó de los homenajes. Miliani lo recogió en el hotel y se fueron al
boulevard de Sabana Grande a tomar café. Después de un rato de silencios, Rulfo
le pidió a Miliani:
- ¿Por qué no me llevas a conocer a tu amigo escritor, el de “Las dos Chelitas”?
Se
refería a don Julio Garmendia. Miliani llamó a la librería El Gusano de Luz,
donde frecuentaba don Julio, quien efectivamente ese día se encontraba allí. Al
llegar a la librería, Rulfo se quedó en el volkswagen mientras Miliani buscaba
a don Julio y aprovechaba para comprar una edición de “La Tuna de Oro” y otra
de “Pedro Páramo”. Luego los tres se fueron a cenar comida venezolana en un
restaurant de Chacaíto. Aquella noche Rulfo y don Julio conversaron como si se
hubieran conocido de toda la vida. Los dos callados y tímidos escritores
hablaron de todo, de Pavese, Calvino, Chéjov, Valery. Finalmente cambiaron
autógrafos en los libros que Miliani había comprado quien, durante toda la
noche, había permanecido como un testigo mudo del aquel maravilloso encuentro.
A
las dos de la mañana vino el mesonero y, un poco apenado, explicó que iban a
cerrar. Los escritores se tomaron el último vino, se levantaron y, antes de
marcharse, Rulfo dijo a don Julio:
-
Coincido con Ud. en pensar el cuento como un poema en prosa; nomás que los míos
son poemas tristes y los suyos son poemas alegres.
Luego
se abrazaron y no se volvieron a ver nunca más.