FABIOLA SÁNCHEZ
CARACAS (AP) — Carmen Borges convirtió desde hace tres
semanas su pequeño apartamento, donde vive junto a su esposo y dos de sus tres
hijas, en un refugio para una cría de ardillas que le trajo una vecina que
rescató a los animalitos en la calle en medio del largo confinamiento por el
coronavirus.
El encierro de millones de personas en su casas desde hace más de seis meses le ha permitido a muchos animales silvestres recuperar parte de los espacios que les habían invadido los humanos, pero también los ha expuesto a chocar con postes eléctricos, enredarse en cables de alta tensión o extraviarse en los sectores urbanos, afirman ambientalistas y rescatistas a The Associated Press.
Ello está impulsando a que muchos venezolanos desafíen la
pandemia para rescatar animales silvestres heridos como búhos, lechuzas,
halcones, osos hormigueros y ardillas y darles cobijo en casa o llevarlos a
lugares donde se les brinda ayuda a pesar de las profundas limitaciones
económicas en la nación sudamericana.
Venezuela goza del privilegio de ser uno de los países con la
mayor diversidad biológica del planeta gracias a distintos ecosistemas que le
permiten tener una gran variedad de plantas y animales, algunos de los cuales
como el manatí, el cardenalito, el oso hormiguero, el perico multicolor y el
oso andino, entre otros, están amenazados por la caza indiscriminada y el
tráfico ilegal que no ha cesado pese a la cuarentena, denunciaron
ambientalistas.
Algunos de los animales que han sufrido accidentes en Caracas
y zonas aledañas en medio de la pandemia han logrado salvarse gracias a la
ayuda de transeúntes y conductores que los han auxiliado y llevado a las
instalaciones del programa estatal de atención a los animales Misión Nevado o a
la fundación privada Plumas y Colas en Libertad, que es la única que se dedica
en la capital al rescate de fauna silvestre.
La veterinaria y ambientalista Grecia Marquís, quien dirige
la fundación, afirmó que el rescate de los animales silvestres en la capital
“ha sido impresionante” este año.
Actualmente se recuperan en su fundación un halcón golondrina
que resultó herido tras enredarse en unos cables de alta tensión, una lechuza
listada que fue operada en su ala izquierda tras sufrir un accidente en una vía
y un pichón de lechuzón de anteojos.
Marquís relató que ante la gran cantidad de llamadas de
personas que se comunicaban para reportar casos de animales heridos decidió
reabrir en mayo el centro, que opera en el este de Caracas, luego de cerrarlo
entre marzo y abril por la cuarentena.
Desde junio hasta la fecha, al centro de rescate han llegado
unos 20 animales entre los que se incluyen tres perezosos, dos lechuzas, cuatro
búhos pequeños, tres guacamayas, dos halcones y un oso hormiguero, superando el
registro de otros años, detalló la veterinaria. En Venezuela no existen
registros oficiales sobre el rescate de animales.
Para atender a los animales heridos los activistas deben
batallar en medio de la peor crisis económica que azota el país para conseguir
los costosos y escasos medicamentos y los alimentos. Sin embargo, personas como
Borges, una terapista de reiki de 50 años, recurre a sus limitados ingresos que
obtiene de su actividad y a su ingenio para prestarles auxilio.
Borges instaló en un pequeño balcón, rodeado de plantas, una
improvisada madriguera con la ayuda de una almohada blanca que transformó en un
acogedor cilindro para el roedor, de color pardo y unos ocho centímetros de
largo, que en sus primeras semanas alimentó con la leche materna que le
proporcionaba una de las hijas que estaba en el período de lactancia de su
bebé.
Mientras la cría de ardilla corretea entre los muebles de la
sala y el piso del comedor, la terapista afirmó que esperará que el roedor
crezca y aprenda a alimentarse para regresarlo a su hábitat en los árboles, tal
como hizo hace unos meses con un pequeño búho que rescató una vecina y que ella
cuidó en su apartamento por un par de semanas hasta que el ave se recuperó.
Durante la cuarentena Borges no sólo utiliza parte de su tiempo
para cuidar a la ardilla sino también para alimentar cada mañana, al despuntar
el alba, a una veintena de aves que llegan a la azotea de su edificio de 12
pisos, entre los que se incluyen guacamayas con plumajes azules y amarillos, un
viejo buitre, que se conoce en Venezuela como zamuro, y un caricare sabanero al
que le falta la pata izquierda.
Associated
Press / Foto/Ariana Cubillos
Tomado de yahoo.es