Poco después de conocerse la muerte
de Ruth Bader Ginsburg comenzó una batalla por su sucesión. Es vergonzoso lo
irrespetuosos que son los republicanos en la lucha por el poder, opina Ines
Pohl.
Ruth Bader Ginsburg fue todo, menos
quisquillosa. En sus sentencias, la jueza de la Suprema Corte de Estados Unidos
era dura y tácticamente hábil. Por décadas, lucho por la igualdad de
género y contra la discriminación de los homosexuales. Por eso fue profundamente
idolatrada y a la vez profundamente odiada. Pocas personas pueden dejar
tan claramente manifiestas las divisiones actuales que vive la sociedad
estadounidense como ella lo hizo.
Tras una larga batalla contra el cáncer, Ginsburg murió a los 87 años. Y la controversia suscitada por quién la reemplazará muestra cuánto se ha hundido la cultura política en Estados Unidos, cuán irrespetuoso es el trato hacia las personas e instituciones cuando se trata de luchar por imponerse en el alto tribunal, una institución cuya influencia no puede ser subestimada. Allí se decide con qué criterios éticos y morales se impondrá la ley en Estados Unidos, si por ejemplo el aborto seguirá siendo legal o si los empleadores todavía tendrán prohibido discriminar a sus trabajadores por su orientación sexual.
Honrar la fallecida
Si, hay mucho en juego. Y dado que
los magistrados son nombrados de por vida, el reemplazo de Ginsburg podría
reforzar la mayoría conservadora actual por décadas y consolidar un claro giro
hacia la derecha en Estados Unidos. Sin embargo, la decencia impone hacer una
pausa por un momento, hacer luto y homenajear los logros de la difunta,
independiente de las opiniones políticas.
Son este tipo de tradiciones las que,
en última instancia, consolidan las democracias y permiten una coexistencia
pacífica a pesar de las legítimas diferencias. Las sociedades requieren normas
para no desmoronarse, y a ellas pertenece el respeto por los difuntos. Existen
razones por las cuales las culturas han desarrollado rituales funerarios
distintivos, pero nada de esto se percibe en Estados Unidos en estos momentos.
Apenas se supo de la muerte de Ginsburg, el líder de los republicanos en el
Senado, Mitch McConnell, abrió un debate por la sucesión. Donald Trump esperó
solo hasta la mañana siguiente para dejar claro que los republicanos harían
todo lo posible para asegurar el escaño vacante en la más alta corte antes de
las presidenciales del 3 de noviembre.
Los votantes deberían decidir
Precisamente porque el nombramiento
de un miembro de la Suprema Corte tiene enormes implicancias políticas, hay
buenos argumentos para esperar hasta que la mayoría de los estadounidenses haya
decidido qué curso desea que tome el país. El mandatario electo debería ser
quien tome la decisión de acuerdo a lo votado por la ciudadanía. Pero los
republicanos no están interesados en considerar estas teorías democráticas
y harán todo lo que puedan para asegurar el puesto. Para que esto no ocurra,
cuatro senadores de sus filas tendrían que oponerse a su propio partido. Y algo
así es muy improbable.
Está todavía por verse que esta
decisión ayude de alguna forma al actual presidente. Puede incluso ocurrir que
aquellos que no pensaban votar terminen yendo a las urnas para entregar su
respaldo al candidato demócrata Joe Biden, incluso en forma de protesta contra
una cultura política que solo sabe de enemigos, y no le interesa una
convivencia respetuosa y constructiva. Y quizás también como una muestra final
de amor por Ruth Bader Ginsburg. (dzc/rrr).
Tomado de D.W / Alemania