Por Damián Alifa.
En octubre se cumplen 38 años del
fallecimiento de Alfredo Maneiro, militante de izquierda,
guerrillero y fundador del partido Causa Radical. En una encrucijada
tan difícil como la que atraviesa el país en estos momentos y a las puertas de
unas elecciones parlamentarias, nos parece pertinente volver sobre algunas de
sus ideas en torno al centro político y la revisión del pensamiento de
izquierda.
Durante los años setenta la
izquierda venezolana no solo tuvo que lidiar con el episodio traumático que
representó el fin de la lucha armada. También tuvo que afrontar su retorno a un
escenario electoral en el que había perdido mucho terreno. Las elecciones
presidenciales de 1973 permitieron constatar la situación precaria en la que se
encontraba la izquierda venezolana, luego que AD y Copei sumaran 85,4% de los
votos válidos, mientras que los candidatos de izquierda a duras penas
alcanzaron el 10% del electorado.
Aunado a esto, se inicia un
proceso de revisión crítica de las experiencias del socialismo real. El
Mayo del 68, el Tlatelolco mexicano o el autonomismo italiano son parte de la
llamada “Nueva Izquierda”, que cuestiona con igual vehemencia y rebeldía los
Estados de bienestar occidentales y los socialismos burocráticos de Europa del
Este. Este espíritu general que se encarnó en diversos movimientos y que
buscaba un “rearme” del proyecto de izquierda bajo nuevos paradigmas, dejo
cierta influencia en algunos reductos de la izquierda venezolana, entre ellos,
en la figura de Alfredo Maneiro.
El imaginario de la izquierda mundial
enfrentaba una crisis que ponía en cuestión sus principales referentes,
consensos e ideas y la izquierda venezolana vivía un reflujo y descomposición en términos militares,
electorales, políticos y organizativos. En este contexto, el
pensamiento de Maneiro sufre transformaciones y se va macerando al calor del
activismo, buscando incesantemente la manera de reconstruir una propuesta
de izquierda, teniendo como telón de fondo el complejo panorama descrito.
En el ámbito del pensamiento
revisionista venezolano es más recordado Teodoro Petkoff, debido, en buena
medida, a su famosa obra Checoslovaquia: El socialismo como problema y
su activa vida pública. No obstante, Alfredo Maneiro, que no fue un
escritor sistemático que dejara extensas obras, si dejó un conjunto de
reflexiones sueltas, en artículos de prensa, declaraciones y entrevistas,
con autocríticas muy agudas y palabras muy agrias sobre la izquierda
venezolana, sus límites y desafíos.
En este sentido, es recordada
aquella entrevista que concedió Maneiro al Diario Caracas, en la que dejo caer
sin tapujos que “Venezuela sigue siendo un país mediocre, con una izquierda a
la altura del país”. En esa misma intervención hace una doble crítica,
tanto a la democracia representativa del Pacto de Punto Fijo, como al
socialismo burocrático de la URSS señalando que “en Venezuela hay solo
dos minutos al año de democracia real, el tiempo que se toma cada venezolano en
sellar su tarjeta electoral (…) en el socialismo real no hay ni siquiera esos
dos minutos de democracia”. De tal manera, cuestionaba al status quo de la
democracia representativa venezolana, mientras interpelaba los socialismos
burocráticos.
Con su habitual estilo irónico,
iconoclasta y con un gran sentido práctico recordaba que “la izquierda elogia
mucho en las conversaciones de café al Tren blindado de Lenin, pero cuando se
habla de pactar con Jóvito Villalba se reacciona con gazmoñería… la
izquierda está estancada, ha llegado a su tope de crecimiento”. Este
descarnado análisis con respecto a la izquierda venezolana lo llevó a la
conclusión de que “más allá de la izquierda está la solución”. Esto no
significó un “salto de talanquera” ideológico como pasó con muchos
izquierdistas en ese momento. Por el contrario, se trataba de repensar un
proyecto político desde la izquierda que fuera lo suficientemente
amplio como para incorporar al centro político.
Para entonces exclamaba que el
problema ya no era la “unificación de la izquierda”. No se trataba de llevar al
electorado hacia la izquierda, sino de construir una izquierda abierta,
capaz de salir al encuentro con otras fuerzas vivas de la sociedad, para romper
la inercia del juego político estancado en el bipartidismo. El
planteamiento consistía en alejarse de “una izquierda que usurpa el derecho a
monopolizar las posibilidades de cambio social y que al monopolizarlo, lo
debilita y pervierte” y proponer una izquierda capaz de reconocer a otros
sectores como agentes de cambio.
Insistía en que había un “centro” que
se encontraba en una gran “orfandad política” y que muchas veces por inercia
terminaba inclinándose por las fórmulas adeco-copeyanas del momento, a falta de
una propuesta amplia desde la izquierda. Maneiro cuestionaba a una
izquierda que hacia discursos, comunicados y propuestas políticas para
convencerse a sí misma y no para sumar al electorado.
Recordar estas palabras de Maneiro
nos retrotrae, salvando las distancias, a nuestra realidad. Hoy en día
las encuestadoras más importantes del país coinciden en que alrededor del 45%
de la población no se identifica ni con el chavismo, ni con la oposición.
Por su parte, sigue habiendo una derecha carente de proyecto y sin capacidad de
presentar una alternativa al país y nuevamente la izquierda –ahora en
el gobierno– se encuentra extraviada, hablándose a sí misma y
repitiendo fórmulas burocráticas que no han funcionado en ninguna parte.
Desde hace aproximadamente tres años
vivimos un proceso paulatino de despolarización, luego de veinte años de
confrontación política. Por ello, a pesar de los llamados a la “unidad”, ninguno de los
polos ha podido evitar el deslave de sus bases sociales hacia un centro cada
día más grande. Sin embargo, ese centro carece de liderazgos, narrativas,
propuestas y vive una gran orfandad electoral, inercia y desilusión política.
Maneiro intuyó que la hegemonía de la
que hablaba Gramsci suponía hacer del centro un polo de agregación política y
que esto pasaba por construir voluntades colectivas, movilizar demandas y generar
propuestas “más allá de la izquierda”. El pensamiento político de Maneiero
está, en este sentido, más vigente que nunca, renovar a la izquierda y rearmar
un proyecto crítico supone pensar más allá de ella.
Las polaridades políticas del
gobierno-oposición han dejado de pensar en términos de “acumulación de fuerzas”. Es decir, generar propuestas
amplias, para persuadir electores, construir voluntades colectivas, agregar
demandas de nuevos sectores sociales. Por el contrario, han centrado
sus estrategias en ralentizar la “desacumulación de sus fuerzas”. En esta
“carrera” quien logre decrecer más lento y cohesionar se impondrá
momentáneamente sobre el otro.
No obstante, la hegemonía de
la próxima década en Venezuela girará en la disputa por los imaginarios,
afectos y demandas del centro político. La fuerza que dentro o fuera de
alguno de los polos, sea capaz de redefinir su estrategia y ampliar su
identidad política en torno al centro, obtendrá la ventaja en el futuro
próximo. Si no lo hace una izquierda renovada, fresca, heterodoxa y abierta a
nuevas realidades, lo terminarán haciendo los sectores políticos más
conservadores de la sociedad.
*Damian Alifa es sociólogo egresado
de la UCV, analista político y pertenece al equipo promotor de Unión por
Venezuela.
Fuente: Hinterlaces
