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14 abril, 2020

Lo que temo que pueda venir


Por Humberto Seijas Pittaluga

Parece que la reclusión forzada ha incentivado el intercambio por las redes.  En lo que va de semana he recibido muchas más sugerencias sobre temas que lo que es usual.   Un lector me pide que comente La peste, de Camus, y cómo se compara con la pandemia que se nos vino encima; otro me pide que analice el mismo acontecimiento, pero desde la óptica del reciente artículo que escribió Vargas Llosa.  Al respecto, solo diré que estamos descubriendo que las crisis sanitarias, así como ponen al descubierto lo mejor y lo peor de la raza humana, también dejan de manifiesto las buenas capacidades y las pobres aptitudes de quienes ejercen los cargos públicos: mientras el gobierno colombiano facilitó transportes hasta la frontera y comidas a los venezolanos que querían regresarse, aquí el régimen los encierra, apelotonados, sin proveer ni agua, en recintos no aptos, con lo que aumenta el peligro de contagio.  Un exalumno me sugiere que hable de la parranda de generales del Ejército que han sido descubiertos recientemente como millonarios pícaros; deseché el tema porque eso es noticia vieja: desde que Boves II decidió acabar con la meritocracia, ascendió a gente que no tenía nada que perder y sí mucho que ganar, especialmente en lo económico y por medios ilícitos, por lo que los latrocinios vestidos de verde son de vieja data.  Otro alumno, que toque lo del hundimiento del guardacostas y el video en el cual el alto mando de la Armada trata de justificar algo que es injustificable: que un capitán le corte la proa a otro buque con tan poca separación que, de hecho, origina un rumbo de colisión.  A esto último, lo que quiero señalar es que eso pasa porque en estos últimos veinte años se ha designado para ese cargo a más oficiales de infantería que a verdaderos marinos.  Increíble pero cierto.


En fin, que no es por falta de sugerencias que se me dificulta el atacar un tema hoy; es por exceso de ellos.

Yo, por mi parte, quería escribir del murciélago chupasangre que nos ha tocado en mala hora a los carabobeños.  Decir, por ejemplo, que —aunque en Venezuela, de veinte años para acá, ha habido mucho circo y poco pan— es la primera vez que el dueño del circo es al mismo tiempo el payaso.  Funciones y espectáculos gratis da muy seguido.  Aunque no sé si “gratis” es la palabra adecuada.  Porque sus decisiones acerca de la distribución del gas, el empleo de cisternas para suministro de agua y otras parecidas llevan el mismo sello que la cerveza, la harina de maíz, los food trucks y las dracutecas que preconiza: tajada para el proponente.  Y eso sale del bolsillo de los bobos que les toca bajarse de la mula.

Pero ya llevo la mitad del espacio consumido y no he dicho lo que propuse en el título: lo que veo muy cerca en el horizonte.  Y que ya empieza a manifestarse en todo el orbe: que tanto los autócratas aparentemente de derecha como los populistas supuestamente de izquierda se volverán aún más autoritarios.  Porque las crisis les dan una excusa para sus arbitrariedades.  Y que, por eso mismo, les conviene prolongarlas: compran tiempo.  Pero a un precio muy alto: la vida de muchas personas.  Los chinos retuvieron criminalmente la información de lo que pasaba, después mintieron acerca de los verdaderos números y, cuando quedaron al descubierto, ejercieron un control social brutal; en Turkmenistán llegaron a prohibir la palabra "coronavirus" y el empleo de mascarillas; el primer ministro húngaro reforzó su ya recio control del poder disolviendo al parlamento y otorgándose poderes extraordinarios sin límite de tiempo.  

Si eso es a nivel mundial, en Venezuela no es distinto, solo peor.  El régimen, desde antes de la llegada del bichito chino, le restó importancia a la gravedad del problema.  Empezó a decir que nuestros hospitales eran mejores que cualquiera europeo o gringo.  Y no ha parado de decirlo, cuando, en realidad, en ellos no hay ni agua potable; insumos médicos, menos.  Es bien sabido que si alguien necesita ser atendido, debe procurarse desde la hipodérmica y el alcohol hasta los medicamentos y los equipos especializados que se requieran.  No importa lo que diga el ilegítimo; el país está severamente escaso de kits de prueba, máscaras, ventiladores y otros pertrechos médicos esenciales.  Habló de no-sé-cuantos-miles de camas de terapia intensiva, y la Federación Médica le dijo que en toda Venezuela, sumando sector privado y público, no se llega a cien.  Y que la mayoría de ellas ya están ocupada.

Hasta que llegaron los kits de prueba y las mascarillas enviados de China (vaya usted a saber si funcionan o si son defectuosos como los que debieron devolver a España e Italia), el recurso oficial era arrebatárselos a la brava a las entidades privadas que los habían comprado y tenían en sus inventarios.  Estamos mucho más atrás que cualquier otro país en eso de hacer pruebas, seguir el rastreo y proveer verdaderas medidas de contención.  Lo único a lo que se han limitado es a ordenar cuarentenas, hacerse propaganda por medio de cadenas y mentir en ellas acerca de las verdaderas estadísticas.  Y cómo será de incapaz el ministro del ramo, que lo ignoraron y pusieron al frente a Delsy Eloína. Que tampoco sabe nada de nada en eso de medicina.  Como será que, cuando intentó simular un maltrato, luego de su intento de colarse en una reunión de mandatarios a la cual no estaba invitada, se puso el cabestrillo en el brazo que no era…

Para concluir, porque se me acaba el espacio —y no pude comentar sobre la escasez de combustibles, el dólar pa´rriba, ni las clases no presenciales en un país que no tiene Internet—, valga decir que el enfoque incompetente, torpe, sectario y engreído del régimen no ha sido una sorpresa…