Por Diego
Zúñiga / Tomado de PRODAVINCI - Fotografía de Bulent Kilic | AFP
En septiembre de 2018, se viralizó un video
donde una persona limpiaba los baños de una mezquita. Nada extraordinario, si
no fuera porque esa persona era Sadio Mané, uno de los futbolistas mejor
pagados del mundo, estrella fulgurante del Liverpool dirigido por el alemán
Jürgen Klopp e ídolo absoluto en Senegal. Lo que podría ser un simple ejercicio
de relaciones públicas es, en el caso de Mané, algo mucho más profundo. El
futbolista es conocido por ser un paladín de las causas nobles y lo de la
mezquita es apenas un ejemplo más de ello.
Musulmán
practicante, Mané acude habitualmente a orar a la mezquita Al Rahman, ubicada
en la Mulgraver Street de Liverpool. Allí, como un fiel más, participa en todas
las labores propias de la comunidad. Pero no solo eso: desde abril de 2018
colabora con un programa de prevención del VIH en Malawi. «Es una iniciativa
que me llega al corazón, es importante ayudar a la gente, me hace feliz
hacerlo”, dijo en esa ocasión el atacante del Liverpool.
Sin embargo,
el noble corazón de Mané ha dado la vuelta al mundo esta semana gracias a una
frase que dijo en una conversación con el programa «Talents d’Afrique” del
canal senegalés TeleDakar. En una larga entrevista, repasó sus comienzos en el
Metz francés, su exitoso paso por el Red Bull Salzburg de Austria, la escala en
Southampton y la explosión total en Liverpool, equipo con el que ganó la
Champions League (triunfo sobre Tottenham) y la Supercopa de la UEFA (triunfo
sobre Chelsea). En ella también Mané habló de sus orígenes humildes, de su
ambición por superar la pobreza y su admiración por el brasileño Ronaldinho.
Pero lo que
más llamó la atención son las razones que entregó para ayudar a la pequeña
localidad de Bambalí, a orillas del río Casamanza, donde creció. «Para qué
querría diez Ferraris, veinte relojes de diamantes o dos aviones? ¿Qué harán
esas cosas por mí y por el mundo? No necesito autos de lujo, casas de lujo,
viajes ni mucho menos aviones. Prefiero que los míos reciban un poco de lo que
la vida me ha dado”, dijo el atacante, cuyo salario anual bordea los 15
millones de euros.
Mané entregó
300.000 euros para levantar una escuela, proyecta la construcción de un
hospital y entrega mensualmente 70 euros a cada una de las familias de su
barrio para «ayudar a la economía familiar”. Tampoco le gusta jugar
PlayStation, una afición habitual entre los futbolistas, porque dice que le
parece una pérdida de tiempo y no lo ayuda a ser un mejor profesional. Tampoco
asiste a fiestas. «Yo pasé hambre, trabajé en el campo, jugué descalzo y no fui
al colegio. Hoy puedo ayudar a la gente. Prefiero construir escuelas y dar
comida o ropa a la gente pobre”, explicó.
En otra
entrevista con el mismo medio fue consultado el 10 de octubre por el largo
viaje que tuvo que realizar para jugar contra Brasil un partido amistoso
pactado en Singapur. Tras 12 horas de vuelo, lo natural sería escuchar algún
reclamo. Pero Sané no reclama. «Es nuestro trabajo, estoy orgulloso de defender
la camiseta de mi país”, dijo con tranquilidad el futbolista. (ers)