Para
desmemoriados: la primera gran corrida durante la
presidencia de Mauricio Macri se concretó en abril del año pasado cuando el
oficialismo era amplísimo favorito para ser reelecto, tras haber refrendado en
las parlamentarias de 2017 su victoria de 2015. Funcionarios nacionales,
formadores de opinión y grandes consultores se divertían mirando y empujando la
fragmentación del peronismo. Académicos chantas o no tanto hablaban de un
tremendo cambio cultural en la Argentina: el ethos aspiracional prevalecía
sobre los derechos, “la gente” compraba promesas aunque le empezara a faltar
laburo y plata para llenar el changuito. En ese momento glorioso para la
derecha los mercados se hicieron un picnic. Aprovecharon el programa bici-
friendly del gobierno. Libre movilidad absoluta de capitales como no hay en
ningún país relevante del “mundo”. Minga de regulaciones o topes para comprar
en un día. Ni plazos para que los exportadores liquiden divisas.
No fue el
kirchnerismo, como alucina Macri. Ni “la incertidumbre” como dibujó ayer la tapa
de Clarín. Fue el programa económico que incentiva la especulación financiera y
desalienta la productiva.
Hace cosa de
un año se repitió el escenario, todavía Macri era favorito.
Conductas
repetidas: La coyuntura induce reiteraciones de conductas.
Los más poderosos formadores de precios retienen mercaderías o las remarcan. En
este último caso tienden a preservar los márgenes de ganancia. En la era M
cambió la lógica clásica de la elasticidad del consumo: ahora baja el de
alimentos básicos, los medicamentos, electricidad, gas, últimos reductos de la
supervivencia. Pero los márgenes de los grandes jugadores se preservan o se
elevan.
Los pequeños
comerciantes asediados (sin plata en Panamá ni acceso al crédito o al descuento
de cheques) no compran porque ignoran el valor de reposición. Defensa propia.
Este cronista
ha presenciado momentos de derrota de distintos ocupantes de la Casa Rosada.
Hay desaliento, las rencillas internas estallan, las miserabilidades arden al
rojo vivo. Ahora se combina con una estanflación que lleva más de un año
causando una caída vertical de indicadores económicos y sociales. Para colmo de
males, Macri, el niño rico que odia y culpa a los argentinos que no lo votaron
(dos tercios de la sociedad), es el más alterado. Houston, mejor ni le cuento.
No todos
pierden: Los salarios reales vuelven a licuarse en
dólares. Se trata un objetivo fundacional del macrismo que sus economistas o
académicos orgánicos camuflan bajo el mantra “ordenar los precios relativos”.
Los precios relativos enfocados son tan poquitos como sintomáticos: sueldos,
tarifas, divisas. “Reacomodamiento” para el dialecto neocon es el apodo de la
redistribución regresiva del ingreso.
No todos los
argentinos son más pobres desde ayer. En la Casa Rosada y zonas de influencia
la pasan mejor. Colegas dignos calculan cuánto viene mejorando su patrimonio el
ministro Nicolás Dujovne por la suba del dólar. Hay varios integrantes del
equipazo en condiciones similares.
Los grandes
exportadores agropecuarios son tradicionales beneficiarios de las
devaluaciones. Variante de lo que se escribió líneas arriba: no porque exportan
más cantidad sino porque mejoran su ganancia… Entre ellos revista el ministro
de Agricultura, Ganadería y Pesca, Luis Miguel Etchevehere. El decano de la
Facultad de Sociales de Estocolmo se pregunta por qué se llama republicano un
gobierno que reparte carteras entre representantes corporativos y por qué no se
habla de corrupción frente a tantos galopantes conflictos de intereses. La
respuesta cae de madura: es el poder, gil.
Memorias del
pasado, fantasías del presente: La memoria retrocede a
cuando el presidente Raúl Alfonsín pactó el adelantamiento de la entrega de
poder a Carlos Menem. Media una diferencia insalvable: el riojano era
presidente electo, tenía legitimidad de origen conferida por el pueblo
soberano. Alberto Fernández goleó en las Primarias Abiertas (PASO), es casi
imposible que pierda en las generales cuya realización es imprescindible. Es
referente y esperanza de los argentinos pero faltan dos meses y medio para la
primera vuelta y casi cuatro para la asunción. Equivalen a siglos mientras la
actividad se retrae, los contratos se rescinden o se dejan en suspenso, las
pizarras de la City se mueven como un reloj de taxi con doping. Mete miedo
imaginar cuánto crecerán las plagas instaladas del macrismo: despidos, cierres
de establecimientos, aumentos siderales de precios.
Adelantar las
elecciones, se especula. Requeriría, cuanto menos, una ley nacional y un
elevado consenso social. Dejaría descangayado el cronograma de las provincias que
aún no votaron nuevo gobernador: Buenos Aires, Ciudad Autónoma, Mendoza, La
Rioja, Salta, Catamarca. Luce dificilísimo, atado con alambre, sin precedentes.
De cualquier manera, menos demencial que encarecerle a Macri que se retire de
la competencia y pida que sus votantes acompañen a Roberto Lavagna.
Las
remembranzas de 1989 y 2001 son imperfectas, a veces malintencionadas. Ahora
hay reservas en el Banco Central que restringen la posibilidad de
hiperinflación. Nadie quiere que se acorte el mandato de Macri, la célebre
maldición de los presidentes no peronistas. Todo el sistema político sustenta
al presidente, defiende la gobernabilidad… salvo él mismo y sus acólitos más
obsecuentes.
El gobierno
demora medidas. Macri “da el ejemplo” pasando por la Rosada siete horas,
dándose tiempo para ir a ver a Boca. Si fuera un político de nivel pensaría
cómo defender a sus listas de diputados y senadores nacionales, los aspirantes
a gobernador “del palo” especialísimamente el porteño Horacio Rodríguez Larreta
que llegó puntero pero no tiene la vaca atada. Y defender el bienestar (o como
pueda rebautizárselo ahora) de los argentinos, su mesa, su paz cotidiana.
Pero
“Mauricio” no acostumbra perder. Nació en cuna de oro, se recibió sin estudiar.
Solo cayó en una elección a manos de Aníbal Ibarra hace más de quince años. Con
Boca se cansó de salir campeón. Claro, contaba con Carlos Bianchi, Martín
Palermo, Riquelme... Ahora está rodeado de una caterva de funcionarios en su
mayoría incapaces, frívolos, cínicos. Algunos violentos como la ministra de
Seguridad Patricia Bullrich.
Muchos de los
daños causados por la enésima crisis son irreparables. Impedir que se agraven
depende del peor presidente de la recuperación democrática y posiblemente la
peor persona entre ellos que en estas horas parece creer que la terrible
acentuación de la larga catástrofe económica financiera puede favorecerlo. Tomado de Página 12 / Argentina.
mwainfeld@pagina12.com.ar