Por Nicmer
Evans*
CARACAS —
Hugo Chávez es la génesis de lo que sucede hoy en Venezuela. Lo digo como
alguien que creyó en él y en sus promesas de una Venezuela mejor, más justa,
menos corrupta. Pero la historia, veinte años después de que Chávez llegara al
poder, demuestra lo equivocados que estábamos yo y muchos venezolanos que nos
considerábamos chavistas, muchos de los que lo asesoraron, de los que lo
defendimos y justificamos en privado y en público, de los que votamos por él.
Hoy, con
Venezuela en ruinas, admito que fue un error pensar que con Chávez había
llegado una izquierda democrática, con arrastre popular y sin taras a Venezuela.
No llegó. En cambio, se instauraron los cimientos de un régimen autoritario,
diseñado para beneficiar a unos cuantos y económicamente fallido. Esta dolorosa
equivocación de tantos de nosotros es inobjetable; es palpable en el hambre de
la gente, la represión contra los civiles que protestan, los registros de
tortura a militares disidentes, las ejecuciones extrajudiciales, la
malnutrición infantil y la prohibición de cualquier tipo de crítica u
oposición.
Estos son los
saldos del chavismo en el que una vez creí. Así que es hora de hacer algo que
todos los chavistas podrían hacer, una decisión muy personal e increíblemente
difícil pero quizás necesaria para poder sanar y avanzar: reconocer su error y
entender el enorme daño que el proyecto de Chávez le ha hecho a Venezuela.
Creo que con
una especie de redención colectiva podremos empezar a salir de la hecatombe que
vivimos, recoger las piezas rotas para empezar de nuevo y reinstitucionalizar
el país.
A inicios del
siglo, muchos intelectuales, activistas y ciudadanos estábamos deseosos de
encontrar alternativas al modelo neoliberal. Cuando llegó Chávez a la
presidencia, democráticamente electo en 1999, algunos vimos en su Revolución
bolivariana esa vía.
Como sabemos,
no lo logró. Ya en 2009, era evidente que su estilo de liderazgo era nocivo
porque generaba una dependencia estatal en su persona. Ningún presidente
autodenominado de izquierda debe sustentar la institucionalidad del gobierno en
el personalismo y el mesianismo. En ese año lo critiqué públicamente y comenzó
mi gradual deslindamiento del chavismo.
Para 2013,
cuando Chávez murió, buena parte de las instituciones —que en una democracia
deben ser autónomas e independientes— dependían de él y sus designios. Fue
Chávez quien eligió a su sucesor, Nicolás Maduro, quien ha terminado de dejar a
Venezuela en una situación de crisis humanitaria.
El chavismo y
su éxito se originaron de la indignación popular y de la necesidad de superar
la corrupción de los gobiernos de los partidos que se habían alternado el poder
por cuarenta años sin atender la profunda desigualdad del país. Pero ya en los
últimos años de Chávez, la complicidad con la corrupción y la fuga de capitales
—calculada en más de 400.000 millones de dólares entre los años 1999 y 2013—
dejaron claro que su revolución había sido aún más corrupta que los cuarenta
años anteriores a Chávez, del que se fugaron 70.000 millones de dólares.
Siempre
existirá la duda de si la situación con Chávez hubiese sido mejor o peor que
con Maduro; de si el artífice del proyecto del socialismo del siglo XXI habría
podido evitar el desastre venezolano. No pretendo hacer una defensa de Hugo
Chávez, pero estoy seguro de que hubiese sido diferente y quizás no tan
precaria como ahora.
Las políticas
sociales de Chávez giraban en torno a la educación, la salud y la
productividad. Aunque se puede argumentar que la intención final era el control
social o el rédito electoral, lo cierto es que muchos venezolanos recibieron
beneficios tangibles que mejoraron su vida mientras preservaban la libertad de
criterio. Las primeras fases del programa social Misión Barrio Adentro llevaba
servicios médicos a los barrios más pobres del país y se crearon centenares de
dispensarios populares. Con el tiempo, y especialmente con Maduro en poder, los
beneficios sociales se han condicionado a la sumisión política. Antes de las
elecciones presidenciales de 2018, Maduro prometió premios a quienes votaran
con el Carnet de la Patria, el documento de identificación que sirve para
transferir bonos —comida o pagos— a los ciudadanos. El régimen de Maduro se ha
aprovechado de la dependencia alimentaria de los venezolanos que, para algunos
analistas, los ha convertido en “rehenes del hambre”.
Para
preservar el poder, Maduro ha recurrido a estrategias contraproducentes para el
país: ha comprometido parte de la producción petrolera y mineral de Venezuela a
actores extranjeros —como Cuba, China y Rusia— y ha optado por la represión y
violación sistemática de los derechos humanos de los civiles.
Según el
informe sobre Venezuela de la Comisión de las Naciones Unidas para los Derechos
Humanos, el gobierno de Maduro ha echado a andar una estrategia para aniquilar
el periodismo independiente y limitar la libertad de expresión; ha
criminalizado a la oposición y ha reprimido violentamente el descontento
social. El informe de la ONU le adjudica al Estado venezolano 6800 ejecuciones
extrajudiciales y revela que ha sometido a prisioneros a la tortura, entre
ellos, al capitán Rafael Acosta, quien mostró señales de tortura durante su
juicio en el tribunal militar y murió esa misma noche. Al día de hoy, hay 217
oficiales, entre activos y retirados, que se encuentran detenidos en las
cárceles venezolanas.
Para pasar
página de estos veinte años de destrucción del régimen que inició Chávez
podríamos asumir una dura tarea, más a los que alguna vez fuimos chavistas:
refundar, con paciencia, las instituciones democráticas que Chávez socavó,
empezando por el Consejo Nacional Electoral. Asegurar su funcionamiento
independiente y transparente, con monitoreo de observadores electorales
internacionales, es vital para empezar la reconstrucción de un sistema
democrático Venezuela.
Tanto las
fuerzas armadas y el sector del chavismo que aún respalda a Maduro deben dar el
paso que yo y tantos venezolanos que alguna vez creímos en Chávez hemos dado:
sentir empatía por el sufrimiento de los venezolanos de a pie, 4 millones de
los cuales han tenido que salir del país junto a aquellos que se han exiliado
por oponerse al chavismo y a la dictadura de Maduro. Es un proceso complejo,
exige mucho de nosotros reconocer una equivocación, pero debemos intentarlo. Es
hora de romper con Chávez y su heredero, Maduro.
El chavismo
tiene posibilidad de sobrevivencia si admite sus tropiezos y redefine su
proyecto político. Solo así, ese sector, aún poderoso pero leal al dictador, podrá
sumarse a la reconstrucción de Venezuela cuando vuelva la democracia. / Artículo
publicado por The New York Times.
*Nicmer
Evans, politólogo y psicólogo social, es el líder del Movimiento Democracia e
Inclusión y miembro de la coordinación nacional de la Plataforma Nacional de
Conflicto