Agencia EFE / foto: Martín
Alipaz
Okinawa I
(Bolivia). - Hablan okinawense, juegan gateball y bailan eisa en recuerdo de su
origen, que hace 65 años les llevó del lejano país del sol naciente al corazón
de Suramérica, donde estos días esperan la visita de la princesa Mako de Japón.
A quienes no
conocen Bolivia les resulta difícil imaginar que en el país suramericano se
alza un pequeño enclave japonés, la colonia Okinawa I, así llamada por sus
fundadores en recuerdo a la isla japonesa de sus orígenes.
Muchos de los
pioneros que aún viven hablan solo japonés o el dialecto okinawense, como el
presidente de la Asociación Boliviana Japonesa de Okinawa, Yukifumi Nakamura,
que conversó con Efe gracias a la traducción del secretario general de esa
entidad, Satoshi Higa.
Aunque esta
colonia cumplirá 65 años, las primeras migraciones japonesas a Bolivia datan de
1899, cuando 91 nipones se trasladaron desde Perú, donde habían llegado ante la
necesidad de mano de obra, a Bolivia para dedicarse a la extracción de caucho,
y algunos nunca más volvieron a su país.
La mayor
oleada de inmigración la propició a partir de 1953 un decreto del entonces
presidente boliviano Víctor Paz Estenssoro, a quien se recuerda con una estatua
en la plaza central de Okinawa I como el "padre" de la colonia por
abrirles las puertas en Bolivia.
La travesía
de los okinawenses comenzó en el puerto japonés de Naha, en buques que
atravesaron los océanos Índico y Atlántico hasta el puerto brasileño de Santos
para continuar el viaje en tren hacia Bolivia.
Tras las
penalidades que les obligaron a cambiar varias veces de emplazamiento, como
enfermedades, sequías e inundaciones, fundaron Okinawa I, la principal colonia
japonesa en Bolivia, abriendo camino a sus carretones con hachas entre la
maleza.
Nakamura, que
tenía 22 años en 1963, cuando llegó al país, hoy tiene 78, mientras que Higa,
de 53 años, es nikkei, hijo de japoneses nacido en Bolivia.
La Okinawa I
en la que viven es ahora un ejemplo en Bolivia, reconocida como "capital
triguera" y "máximo exportador de soya" del país, superadas
aquellas dificultades.
Convertida en
un municipio de la región de Santa Cruz, entre sus vecinos ya son más los
venidos de varias partes de Bolivia, pero los japoneses y nikkeis se esmeran
por conservar su cultura y tradiciones.
Aunque se ven
muy pocas casas con estilo asiático y algún letrero por ahí escrito en español
y japonés, en los edificios construidos por la asociación predomina el idioma
nipón.
Los más
jóvenes aprenden japonés en casa y en el colegio, y practican deportes como el
béisbol, muy popular en Japón, y en el Festival de la Buena Cosecha en agosto
hacen demostraciones de bailes tradicionales nipones como el eisa, con
tambores.
Según
Nakamura, en su vida cotidiana los pioneros conservan muchas costumbres
japonesas, sobre todo en cuanto a la comida, aunque es más que nada en casa,
pues en el pueblo predomina la cocina boliviana.
Los ancianos,
muy respetados en la comunidad, se mantienen activos con actividades como el
"gateball", un deporte popular en Japón inspirado en el críquet.
Sakae Atta,
de 71 años, es parte del grupo que se reúne sin falta todas las tardes para
jugar "gateball".
Atta comentó
a Efe en un perfecto español que se siente "como si fuera boliviano",
pues llegó con apenas 7 años y casi no tiene recuerdos de Japón.
Los pioneros
sienten que su tiempo ya está pasando, por lo que esperan que sus descendientes
se encarguen de gestionar nuevos proyectos para mejorar la comunidad, afirmó
Nakamura.
Cuando la
colonia cumplió medio siglo, vieron necesario "dejar algo que marque en la
historia" su llegada a esta tierra, lo que dio lugar a un museo, recordó
Higa.
Las
dificultades de los primeros años se evidencian en centenares de fotografías en
blanco y negro o herramientas de agricultura y carpintería, entre otros
objetos.
También está
una campana, obsequiada por Paz Estenssoro a los primeros colonos, que se usó
inicialmente para convocar a fiestas o reuniones, pero pronto ese sonido
"de alegría se convirtió en su tiempo" en otros "de
tristeza", pues era el aviso de muertes por una epidemia, relató Higa.
Algunos
nikkei han tenido oportunidad de volver a la tierra de sus padres, como Higa,
que al acabar el colegio se fue becado a Japón, mientras que tres de los hijos
de Nakamura viven allí y los otros tres se establecieron en Bolivia.
El legado de
los pioneros llega hoy hasta la sexta generación en la zona amazónica de
Bolivia, mientras que en otras colonias como la cruceña San Juan, siguieron
llegando hasta 1992, según datos de la Embajada de Japón en La Paz.
Actualmente
son más de 10.000 los descendientes, a los que su alteza imperial la princesa
Mako de Akishino visitará del 15 al 20 de julio en Bolivia, en conmemoración
del 120 aniversario, donde recordará con los supervivientes de Okinawa I esta
historia.
Gina Baldivieso