Por Omar
Zambrano
“Aquí no se trata de quién estudió y quién no estudió… Ojalá
pudiéramos ganar todos lo mismo, personal administrativo, docentes y obreros”
De todas las afirmaciones hechas por Nicolás Maduro en su
“Memoria y Cuenta 2018”, la más audaz, por falsa, fue esa que pone a Venezuela
como “una de las naciones más igualitarias del mundo”. Esgrimiendo un dato
concreto, Maduro prosiguió: “Venezuela ha alcanzado un Coeficiente
Gini de 0,377 en 2018, su mínimo histórico”, lo cual supuestamente no
puede ser otra cosa que el producto de la aplicación de las políticas
revolucionarias de combate a la pobreza y lucha contra la desigualdad.
Para el lector no especialista, el índice Gini es un
indicador de desigualdad que es igual a cero cuando una sociedad es
completamente igualitaria, es decir todos ganan el mismo ingreso, o igual a 1
cuando la desigualdad es total, es decir una sola persona se lleva todo el ingreso
de la economía.
Lo primero que hay que decir es que no hay forma de verificar
si la cifra mostrada en la alocución presidencial es cierta o no: las
autoridades estadísticas de Venezuela no hacen públicas las encuestas de
hogares, fuente primordial de la información de ingresos de las familias, desde
mediados de 2015. Seguidamente se puede decir que, de ser cierta la cifra,
Venezuela sería de facto el país más “igualitario” de la región, por encima de
Uruguay, país con una robusta y tradicional clase media que tradicionalmente
ocupa el lugar de liderazgo en temas de igualdad en distribución del ingreso.
Y dije “igualitario” entre comillas, porque la anunciada baja
en el índice de desigualdad podría ser como el gato de Schrödinger,
simultáneamente una noticia verdadera, aunque no una buena noticia como dice el
discurso oficial; también una noticia falsa, en el sentido de que no refleja
adecuadamente la realidad.
Dice Branko Milanovic, uno de los economistas líderes
globales en investigación sobre desigualdad, que si bien hay muchas razones
para perseguir objetivos de mayor igualdad en la distribución de los ingresos,
no todas las razones son igual de válidas, y aún más, no todas las
desigualdades son iguales. Hay desigualdades que resultan ética y económicamente
inaceptables, como aquellas que surgen de cualquier tipo de discriminación por
raza, género, religión o condición social. En cambio, hay otras desigualdades,
como aquellas que surgen como producto de los esfuerzos/talentos diferenciados
de las personas, que no solo son naturales, sino deseables para lo sociedad,
pues crean incentivos correctos para estudiar, producir y trabajar. Tales
desigualdades son buenas para el desarrollo de los países.
Volviendo a Venezuela, la noticia de la baja en el Gini es una
muy mala noticia, pues la desigualdad ha bajado no porque los pobres estén
mejor, que no lo están, sino porque se ha profundizado la desaparición de la
porción alta de la escala de salarios producto de la destrucción del aparato
productivo. Dado que las encuestas de hogares miden los ingresos laborales de
la gente, hoy en día somos más iguales no porque los pobres ganen más, sino
porque los salarios correspondientes a trabajos profesionales, técnicos y
gerenciales han ido desapareciendo progresivamente de la muestra.
La desintegración del tejido industrial, el cierre de
empresas grandes, medianas y pequeñas, la salida de trasnacionales y la
destrucción del sector petrolero, ha significado un verdadero holocausto
productivo y la desaparición de cientos de miles de trabajos “bien
remunerados”. Esta, estimado lector, es la forma más brutal y grotesca de
avanzar en los indicadores de igualdad: la equidad alcanzada al achatar a
“mandarriazos” las escalas salariales producto de la demolición de la economía.
Pero decía también que esta cifra es simultáneamente una gran
mentira, en el sentido de que no refleja la realidad del país. He sostenido
desde tiempo que lo que ocurre en Venezuela es, además de todo, una gran
tragedia distributiva, y que Venezuela, por el camino que vamos, está en vías
de convertirse en una sociedad dual de extrema desigualdad al estilo Haití.
La cifra mostrada por Nicolás Maduro no puede mostrar la
realidad actual de la distribución del ingreso en Venezuela, por una simple
razón: las encuestas de hogares del INE no recogen la información de los
ingresos en USD y las remesas de las familias. Esto hace un mundo de
diferencia. Basta con pensar en que el acelerado proceso de dolarización
espontánea que estamos experimentando hace que en Venezuela coexistan dos
países, uno que funciona en USD, con niveles aceptables de abastecimiento y actividad
económica, pero al cual puede acceder solo una ínfima parte de la población. Y
otra Venezuela sin acceso a USD, la Venezuela de los que nada tienen, sumida en
la carencia, el hambre, la enfermedad, la muerte y la emigración.
Lejos del discurso oficial, la realidad de la nación referida
como “una de las naciones más igualitarias del mundo” se ha convertido, por el
contrario, en un infierno de desigualdad extrema, al estilo de algunas naciones
africanas, con una burbuja en divisas para la minoría, y un dantesco infierno
de miseria para la mayoría. El “Patria o Muerte” nunca se sintió tan real y
palpable: patria para unos pocos, muerte para el resto.
Texto tomado de PRODAVINCI