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20 enero, 2019

La equidad de Aristóbulo


Por Omar Zambrano

“Aquí no se trata de quién estudió y quién no estudió… Ojalá pudiéramos ganar todos lo mismo, personal administrativo, docentes y obreros”

De todas las afirmaciones hechas por Nicolás Maduro en su “Memoria y Cuenta 2018”, la más audaz, por falsa, fue esa que pone a Venezuela como “una de las naciones más igualitarias del mundo”. Esgrimiendo un dato concreto, Maduro prosiguió: “Venezuela ha alcanzado un Coeficiente Gini de 0,377 en 2018, su mínimo histórico”, lo cual supuestamente no puede ser otra cosa que el producto de la aplicación de las políticas revolucionarias de combate a la pobreza y lucha contra la desigualdad.
Para el lector no especialista, el índice Gini es un indicador de desigualdad que es igual a cero cuando una sociedad es completamente igualitaria, es decir todos ganan el mismo ingreso, o igual a 1 cuando la desigualdad es total, es decir una sola persona se lleva todo el ingreso de la economía.
Lo primero que hay que decir es que no hay forma de verificar si la cifra mostrada en la alocución presidencial es cierta o no: las autoridades estadísticas de Venezuela no hacen públicas las encuestas de hogares, fuente primordial de la información de ingresos de las familias, desde mediados de 2015. Seguidamente se puede decir que, de ser cierta la cifra, Venezuela sería de facto el país más “igualitario” de la región, por encima de Uruguay, país con una robusta y tradicional clase media que tradicionalmente ocupa el lugar de liderazgo en temas de igualdad en distribución del ingreso.

Y dije “igualitario” entre comillas, porque la anunciada baja en el índice de desigualdad podría ser como el gato de Schrödinger, simultáneamente una noticia verdadera, aunque no una buena noticia como dice el discurso oficial; también una noticia falsa, en el sentido de que no refleja adecuadamente la realidad.
Dice Branko Milanovic, uno de los economistas líderes globales en investigación sobre desigualdad, que si bien hay muchas razones para perseguir objetivos de mayor igualdad en la distribución de los ingresos, no todas las razones son igual de válidas, y aún más, no todas las desigualdades son iguales. Hay desigualdades que resultan ética y económicamente inaceptables, como aquellas que surgen de cualquier tipo de discriminación por raza, género, religión o condición social. En cambio, hay otras desigualdades, como aquellas que surgen como producto de los esfuerzos/talentos diferenciados de las personas, que no solo son naturales, sino deseables para lo sociedad, pues crean incentivos correctos para estudiar, producir y trabajar. Tales desigualdades son buenas para el desarrollo de los países.
Volviendo a Venezuela, la noticia de la baja en el Gini es una muy mala noticia, pues la desigualdad ha bajado no porque los pobres estén mejor, que no lo están, sino porque se ha profundizado la desaparición de la porción alta de la escala de salarios producto de la destrucción del aparato productivo. Dado que las encuestas de hogares miden los ingresos laborales de la gente, hoy en día somos más iguales no porque los pobres ganen más, sino porque los salarios correspondientes a trabajos profesionales, técnicos y gerenciales han ido desapareciendo progresivamente de la muestra.
La desintegración del tejido industrial, el cierre de empresas grandes, medianas y pequeñas, la salida de trasnacionales y la destrucción del sector petrolero, ha significado un verdadero holocausto productivo y la desaparición de cientos de miles de trabajos “bien remunerados”. Esta, estimado lector, es la forma más brutal y grotesca de avanzar en los indicadores de igualdad: la equidad alcanzada al achatar a “mandarriazos” las escalas salariales producto de la demolición de la economía.
Pero decía también que esta cifra es simultáneamente una gran mentira, en el sentido de que no refleja la realidad del país. He sostenido desde tiempo que lo que ocurre en Venezuela es, además de todo, una gran tragedia distributiva, y que Venezuela, por el camino que vamos, está en vías de convertirse en una sociedad dual de extrema desigualdad al estilo Haití.
La cifra mostrada por Nicolás Maduro no puede mostrar la realidad actual de la distribución del ingreso en Venezuela, por una simple razón: las encuestas de hogares del INE no recogen la información de los ingresos en USD y las remesas de las familias. Esto hace un mundo de diferencia. Basta con pensar en que el acelerado proceso de dolarización espontánea que estamos experimentando hace que en Venezuela coexistan dos países, uno que funciona en USD, con niveles aceptables de abastecimiento y actividad económica, pero al cual puede acceder solo una ínfima parte de la población. Y otra Venezuela sin acceso a USD, la Venezuela de los que nada tienen, sumida en la carencia, el hambre, la enfermedad, la muerte y la emigración.
Lejos del discurso oficial, la realidad de la nación referida como “una de las naciones más igualitarias del mundo” se ha convertido, por el contrario, en un infierno de desigualdad extrema, al estilo de algunas naciones africanas, con una burbuja en divisas para la minoría, y un dantesco infierno de miseria para la mayoría. El “Patria o Muerte” nunca se sintió tan real y palpable: patria para unos pocos, muerte para el resto.
Texto tomado de PRODAVINCI