El futuro de
Brasil y de América latina a partir del avance de la derecha neoliberal. La
victoria de los medios en identificar exclusivamente la corrupción con la
izquierda.
Desde el ala
izquierda del PT, Tarso Genro siempre fue autocrítico con temas como la
corrupción y la alianza política con el PMDB del desprestigiado presidente
Michel Temer. A los 71 años, el ex ministro de Educación de Lula trabaja en el
Instituto Nuevos Paradigmas con el sociólogo portugués Boaventura de Sousa
Santos y el ex juez español Baltasar Garzón, entre otros. La victoria del
ultraderechista Jair Bolsonaro y sus consecuencias fueron el tema casi
excluyente de un diálogo que se prolongó por casi una hora en el living de su
departamento.
–¿Qué
intereses representa Bolsonaro?
–En las
sociedades de clases tradicionales, uno mira al fascismo como una estructura
política que va hacia el lumpen, la desesperación de las masas, capta la
revuelta y hace de ella un proyecto político. En una sociedad fragmentada como
la actual, la organización de este ideario fascista se da de formas nuevas. Con
la articulación del sexismo, la misoginia, del odio al diferente, a los
homosexuales, hay un imaginario donde el enemigo no son sólo los comunistas.
Estas diversidades amenazan la visión idealizada de la familia burguesa. Por
eso digo que Bolsonaro no es Mussolini, es peor. Porque condensa esta
fragmentación sin intermediarios y proporciona un espíritu de control sobre las
clases medias tradicionales, que fueron captadas para ese ideario. La violencia
en la calle no es una violencia policial, es de las clases privilegiadas y
medias contra los diferentes.
–Bolsonaro va
contra las mujeres, los negros, los originarios, los sin tierra, los
homosexuales y, por supuesto, los militantes del PT.
–Él dio un
discurso que fue proyectado en la avenida Paulista donde decía: “Voy a llegar
al gobierno y a los rojos los voy a meter presos o los voy a expulsar del
país”. En esa simbología habla de todos los que caben en “el otro”, o sea, las
minorías.
–¿Cómo se
explica que lo hayan votado los que serán afectados por sus políticas?
–La unidad
que hoy consiguió, Bolsonaro la está resonviendo en las clases de ingresos muy
bajos con el uso de la inseguridad. Dijo: “Yo voy a matarlos. No tendremos
policías. Vamos a matarlos”. ¿Esto lleva confort a quiénes? A los más afectados
por la violencia criminal en las grandes ciudades, que son los pobres. Y que no
tienen quién los proteja, ni mediadores en su relación con el Estado. Sin esta
mediación estatal entra el justiciero, el líder, y ese líder quiere resolver
las cuestiones concretas de la vida, rápidamente.
–¿Pese a las
barbaridades que dijo en la campaña electoral?
–Este es el
imaginario que ha constituido. Si hubiéramos tenido diez días de campaña más,
no ganaba. Hay un gran sentimiento de la cultura cívica, nacional, popular, en
Brasil, que se movilizó muy fuerte contra Bolsonaro. Pero los medios
oligopólicos naturalizaron que Bolsonaro fue un candidato legítimo, con las
mismas credenciales de Haddad para ser presidente. Y esto es una manipulación
perversa, hipnótica, del fascismo social.
–¿Cuál cree
que es el proyecto político de Bolsonaro?
–No es el
Estado que organiza íntegramente a la sociedad. Bolsonaro carece de un proyecto
de poder, y en todo caso el suyo consiste en el encuentro de este fascismo
social basado en una fragmentación social.
–¿Fue
decisivo el rol del partido militar?
–No creo que
haya sido un proyecto de las fuerzas armadas. Son residuos originarios de un
golpismo histórico, pero no creo que reconozcan a Bolsonaro como su
representante.
–¿Puede ser
un instrumento?
–Puede serlo
de esos sectores, pero no de la institución. Hoy la representación más orgánica
del espíritu de las fuerzas armada, es el general Sergio Etchegoyen, un
intelectual de la vieja Sorbona militar brasileña, que diseña a partir del
Estado una visión de la sociedad con marcos autoritarios pero no fascista.
–¿La embajada
de EE.UU. tuvo un papel importante?
–Yo creo que
no, aunque es posible identificar su influencia en los movimientos de julio. El
proyecto petista fue sobrestimado por los americanos. Porque el del PT no es un
proyecto de izquierda, es democrático progresista, con una integración de
izquierda. No creo que Bolsonaro sea el tipo ideal para ellos. Hubieran
preferido a Fernando Henrique o Geraldo Alckmin, que pudieran conversar de la
política, que tuvieran algo más de legitimidad.
–¿Cuánto
influyó el pacto con las iglesias evangélicas?
–Esas son
iglesias de la plata, que transfieren para sí los recursos de sus creyentes.
Tienen un papel político relevante acá porque son parte de los partidos
tradicionales, un factor de gobernabilidad comprada. Esto es producto de un
presidencialismo de coalición. Hacen esta transferencia de votos, como la
hicieron desde el PT a Bolsonaro, en función de sus intereses concretos.
–¿De quién
fue el éxito por haber vinculado exclusivamente al PT con la corrupción y el
Lava Jato?
–No fue
responsabilidad de Bolsonaro. Se trató de una oportunidad política
extraordinaria que tuvieron la derecha, el oligopolio de los medios y la
magistratura derechista en Brasil de sacarse de encima al PT y darle
prácticamente la exclusividad del Lava Jato. Fue para desgastarlo, pero el PT
tuvo una responsabilidad extraordinaria para que esto ocurriera. Igual, está en
el cuarto lugar del ranking de grandes políticos procesados por corrupción en
Brasil.
–¿Bolsonaro
reactiva la dicotomía democracia o dictadura de 1985?
–Yo creo que
son nuevas formas de dominación de la parte estatal, de la creación de un
Estado autoritario de nuevo tipo y que no se sabe excatamente hacia dónde va.
–¿Puede haber
efecto dominó en la región?
–Estuve hace
quince días en Uruguay e hicimos debates y conversaciones con los compañeros de
la dirección del Frente Amplio. Les dije que esto iba para allá. En Uruguay
están muy preocupados. Y hacen bien, porque comenzaron las denuncias de
corrupción contra el Frente Amplio, y en particular contra una persona que tiene
historia en la izquierda, que puede haber cometido errores, que es el hijo de
Raúl Sendic, el vicepresidente que tuvo que renunciar.
–¿La
Argentina puede “contagiarse” de Brasil, como pasó con las dictaduras?
–Sí, claro,
aplica. Son formas nuevas de dominación integral colonial. Este es un
neofascismo emergente aliado con el neoliberalismo. Es la experiencia que se
está haciendo ahora en Brasil y será negativa para toda América latina, porque
es una visión atrasada y reaccionaria.
–¿Cuándo fue
la última vez que estuvo con Lula?
–En este
período yo tuve relaciones indirectas con Lula a través de sus hijos, de
compañeros que lo visitan, pero no mantuve contacto directos con él desde que
está detenido. Las visitas que podría haber hecho no se realizaron por voluntades
ajenas a mí y al ex presidente. Lula condujo todo este proceso desde la cárcel
con personas que lo representaron en cada tema. Es decir, mi contacto más
permanente ha sido con Fernando Haddad, con quien tengo una relación más
personal, Lula tiene una visión muy clara de lo que ocurre y le preocupa menos
su libertad que reinstaurar la vía democrática.