"Francisco ha hecho evolucionar a la Iglesia, no podemos volver
atrás" afirma el jesuita Thomas
H. Smolich, director internacional del Servicio Jesuita a Refugiados, en entrevista con José M. Vidal para Religión Digital.
El
padre Thomas H. Smolich es jesuita y director internacional
del Servicio Jesuita a Refugiados desde hace tres años. Se
considera partícipe de la misión de la orden, que no es otra que la paz, la
justicia y, especialmente, la reconciliación. Como buen jesuita piensa y cree
que la educación es la manera de cambiar el mundo. Se siente contento con el servicio
que prestan a las personas refugiadas y preocupado por la cantidad que
representan. Comenta que los propios refugiados suponen una gran ayuda, porque
“siempre hay personas con talento y experiencia entre ellos”.
Orgulloso de
la imagen que dan, nos traslada la mejor frase que ha escuchado sobre el
servicio que ofrecen: “Las otras organizaciones conducen por el campo; ustedes
caminan por el campo”.
De las
personas desplazas, que son de todas las espiritualidades, dice que siempre
aprende porque tienen algo en común: la fe.
Poner en
práctica los cuatro verbos fundamentales en los que Francisco hace
hincapié es su labor primordial: “acoger, proteger, promover e integrar”,
cuatro verbos que, apunta, 'aunque los gobiernos no quieran cumplir, la gente
sí'. Y a pesar de que a nivel político no ve un horizonte amable, afirma que
hay chispas de esperanza en todos lados.
Vea la
entrevista aquí.
Es usted el
padre Smolich, jesuita y director del Servicio Jesuita a Refugiados.
Sí, soy el
director internacional desde hace tres años.
Ya ha tenido
tiempo suficiente para tomarle el pulso a la organización: ¿cómo está de salud?
(Risas)
Nosotros somos un ministerio de la Compañía de Jesús. Actualmente
compartimos en la misión de la Compañía de Jesús, que es la paz, la
justicia y, especialmente, la reconciliación. Ahora estamos en 53 países en
todo el mundo. He visitado 37. Siempre estoy muy contento con el trabajo que
hacemos, y comprobando la cantidad de refugiados, de personas desplazadas que
hay en todo el mundo.
¿Cuánta gente
trabaja para ustedes?
Tenemos más o
menos 2.000 empleados. 1.300 que son refugiados, y aunque legalmente no pueden
trabajar, son personas a las que podemos dar un incentivo. Y más o menos 1.000
voluntarios y 140 religiosos.
O sea, que
los propios refugiados ayudan.
Sí, porque
siempre, dentro de la comunidad refugiada hay personas con
talentos, con educación; hay maestros, personas con experiencia de organizar a
las comunidades, enfermeras, etc. Y donde podemos, les damos la posibilidad de
ser parte de nuestro equipo.
¿A cuántas
personas están ayudando?
El año pasado
ayudamos a 640.000 de personas. Primero en servicios de educación, servicios
psicosociales y, especialmente en Siria, servicios de emergencia.
¿En Siria, en
el interior del país o fuera?
En el
interior y fuera. Nosotros estamos en las ciudades de Homs, Damasco y Alepo desde
el comienzo de la guerra. Estuvimos antes de la guerra mucho tiempo, trabajando
con la comunidad iraquí. Cuando la situación cambió, nos quedamos bajo el
paraguas de la Compañía de Jesús. En Alepo hicimos
muchos servicios de emergencia. El mes pasado cerramos nuestra cocina de
emergencia, que tuvimos durante seis años.
¿En Alepo?
En Alepo,
sí.
¿Y la
cerraron porque ya no hace falta?
Porque ahora
la gente tiene posibilidad de conseguir su propia comida, y no hay necesidad de
una cocina de emergencia.
¿De dónde
sacan el dinero para ayudar a tantísima gente?
Tenemos más o
menos cinco fuentes de ingresos. ACNUR y otros grupos gubernamentales,
la Iglesia católica, la red de la Compañía de Jesús,
algunas ONG's, como entreculturas, y también donaciones privadas de personas
individuales o de fundaciones. ACNUR y otros grupos
gubernamentales suman aproximadamente el 30% de los fondos. Donaciones
privadas, personales y de fundaciones suponen un 20-22%, y el resto tienen más
o menos el 16%.
¿De qué
presupuesto global estamos hablando?
El año pasado
recibimos más o menos 55 millones de dólares, y gastamos 54 millones. Somos un
grupo de tamaño medio de entre los que hacemos servicios en las comunidades de
refugiados y desplazados.
El hecho de
que les haya fundado el padre Arrupe, me imagino que es un honor, un timbre de
gloria y una responsabilidad.
Sí, también.
El padre Arrupe, del que ya estamos en el proceso de su
beatificación, y ojalá la Iglesia lo reconozca también como santo. Como
nosotros ya hacemos. Él dijo que quería un servicio que fuera humano, con una
dimensión espiritual. Y eso es lo que tenemos que tratar de hacer siempre. El
acompañamiento es la cosa más importante para nosotros.
Alguien me ha
dicho: 'Las otras organizaciones conducen por el campo; ustedes caminan por el
campo'. Me gusta mucho esta imagen... Somos jesuitas: un grupo de
educación, pensamos y creemos que la educación es la manera de cambiar el mundo
ahora y en el futuro.
A veces
trabajamos con cristianos católicos, y la mayoría de las personas a las que
servimos ahora son musulmanas. Pero todos tienen una espiritualidad, una fe en
Dios, y para nosotros es muy importante trabajar con nuevas experiencias
de Dios, este intercambio con otras experiencias. Porque una
persona refugiada, o desplazada, siempre es una persona de fe: cree que Dios está
presente en su vida y nosotros podemos comunicarnos a este nivel.
En esas situaciones
límite, ¿se percibe más la presencia de Dios o se está más cerca de descubrir
esa presencia?
Es una
pregunta interesante; estuve en Uganda hace cuatro o cinco
meses y conversé con una mujer congoleña. Francamente, la situación en el Congo siempre
es difícil; el nivel de violencia institucional es tremendo. Ella nos contó su
historia personal. Una historia horrible, y todos lloramos con su testimonio.
Al final de nuestro encuentro ella nos dijo: “Pero estoy segura de Dios está
conmigo: si no fuera así, no hubiera sobrevivido a esta situación”. De hecho,
yo veo que la presencia de Dios a veces es difícil de apreciar. El padre Jon
Sobrino, que es un jesuita originario del País vasco, y que ahora está en
la UCA, siempre dice que la gente refugiada, ahora, son el cuerpo
de Jesús en el mundo.
Los pobres
siempre son los vicarios de Cristo.
Sí, y
nosotros tenemos la responsabilidad de bajarlos de la cruz. Porque ahora están
crucificados como Cristo. Es nuestra llamada. Algunas veces no podemos hacer
más que acompañarlos, porque no hay posibilidad de cambiar la situación. Pero
nuestra misión es ayudarles a bajarse de la cruz. Porque son la presencia de
cristo en este mundo, sean católicos, sean cristianos, sean musulmanes.
Tiene que ser
duro, cuando no se puede hacer nada. Cuando no se puede descrucificar a los
crucificados. ¿Cómo lo vive?
Sí. es
difícil.
El problema
del mal... Interpelar a Dios, preguntarle: “¿qué haces?”
Yo digo dos
que podemos hacer dos cosas: en las situaciones en las que no hay remedio
aparente, nosotros podemos hacer los servicios de emergencia y los servicios
espirituales: el acompañamiento. Estar con los enfermos de sida, con los
tuberculosos, con los enfermos mentales, los marginados... El acompañamiento en
este momento es como el acompañamiento de Cristo porque, a veces, dice el
Evangelio: Él no podía hacer un milagro.
Ustedes están
experimentado en carne propia eso que dice el papa Francisco, muchas veces, de
que se está desarrollando una guerra a pedazos: ustedes están en todos esos
focos de guerra.
Bueno, en
muchos países hay guerra, tensiones por narcotráfico, por el coltán de las
minas, etc. El papa Francisco, hace un año y medio, ha dicho que hay
cuatro verbos, cuatro palabras a poner en práctica yo, él y nosotros://acoger,
proteger, promover e integrar//. Poner en práctica estas cuatro palabras es
nuestra misión ahora.
Cuatro verbos
que ni Europa, ni EEUU están cumpliendo.
Yo digo que,
aunque los gobiernos no quieran cumplir esto, la gente sí. La gente tiene más
humanidad que los líderes, que se aprovechan de la situación de los inmigrantes
por sus propios intereses. Por ejemplo, yo vivo en Roma y el
señor Salvini dice muchas palabras en contra de los
inmigrantes, pero no he visto un cambio en la actitud de la población italiana.
Estas personas casi siempre tienen las manos abiertas. Y hay muchas ciudades
pequeñas y muchos pueblos que sin la presencia de los inmigrantes estarían
muertos. Y la gente lo sabe; saben que la presencia de los inmigrantes es un
don de Dios.
Tienen
suerte, en este sentido, de tener un papa como Francisco, que tiene una
obsesión por los inmigrantes y por los refugiados, para evitar que sean
descartados.
Es un momento
maravilloso para nosotros porque él, fundamentalmente, es un párroco, es un
pastor. No piensa mucho (creo yo) en la teología, en la filosofía, en la
eclesiología. Él, en el encuentro contigo dice: “Dime”. En este momento de
encuentro, él y la persona, juntos, pueden pensar en cuál es el próximo paso.
Él no empieza con la teología; empieza con el encuentro como hizo Jesús.
¿Por qué
algunos altos jerarcas no le quieren?
He leído un
artículo muy interesante de un obispo de los EEUU: McElroy,
obispo de San Diego (California). Dice que el reto que el papa Francisco lanza
a la Iglesia es que la teología pastoral tiene el mismo nivel
de importancia que las otras ramas de las ciencias morales. Que “el encuentro”
vale lo mismo. Y algunas personas, que tienen otras perspectivas más fuertes o
quizá más cerradas, no están cómodas con eso, porque con el encuentro con las
personas esas perspectivas pueden cambiar. El corazón puede cambiar las
enseñanzas y algunas personas, por su personalidad o por sus estudios, tienen
una idea más fija de la libertad de Jesús.
¿El camino
que está marcando Francisco, cree usted que es irreversible?
Ojalá que que
sea irreversible. No se puede regresar al pasado. Algunas personas creen que
hubo una época dorada, que en realidad no existió nunca. Pienso que el papa
Francisco, por su experiencia como pastor y por su entendimiento por análisis
de los documentos del Vaticano II, se da cuenta de que estamos en
un momento en el que tenemos que enfrentarnos con la realidad del mundo. Una
realidad que es pobre y marginal, que alerta sobre las necesidades: no podemos
regresar a un pasado sin reconocer estas realidades. Pienso que estamos
evolucionando. Que hacemos cambios hacia adelante.
¿Cree que el
próximo sínodo puede tener en cuenta el problema de los refugiados y de los
inmigrantes, tratándose de jóvenes?
Yo no soy un
experto en sínodos ni en teología, y no quiero
meter la pata en esto. Pero digo que casi el 50% de la comunidad de
refugiados y desplazados está compuesto por jóvenes. Y que ojalá que
las voces y las perspectivas de los jóvenes refugiados y desplazados, de los
marginados, puedan tener una opción en este sínodo. Y creo que el Papa quiere
lo mismo.
¿Hay santos
refugiados?
Sí, hay
santos por todos lados. He conocido algunas mujeres y algunos hombres que han
hecho un servicio increíble. Que han sufrido mucho por tomar decisiones muy
difíciles. Y la gracia del papa Francisco dice que sí, que los
hay.
Pero todavía
no ha empezado a beatificar esos santos que él dice que lo son. Ha abierto un
camino que no ha utilizado aún.
El proceso de
la canonización es un proceso largo. Me alegra mucho que monseñor
Romero sea canonizado, al fin.
A Romero le
consideran, un poco, también santo suyo, ¿no?
Sí. Porque es
santo de los pobres y los marginados. Además, para mí es interesante su proceso
de conversión: él comenzó como arzobispo de San Salvador de
una manera muy tradicional. Con una exposición teológica muy pre-Vaticano
II. Pero por experiencia del sufrimiento de su gente, y también por conocer
más a la comunidad jesuita, especialmente al padre Rutilio Grande,
poco a poco cambia su perspectiva. Él se dio cuenta de que el sufrimiento de
los pobres no era justo y de que el Señor estaba gritando, estaba llamando a
enfrentar esta situación.
¿Es optimista
a pesar de los focos de violencia en África, en Sudán, en Centro África, en
todo Oriente Medio?
Soy una
persona optimista: a nivel global, a nivel político, a nivel de los portavoces
de los gobiernos de los países ricos, francamente, no hay mucha esperanza. Es
un desastre. Pero por las visitas a los proyectos de JRS, por el
conocimiento de la gente dentro del equipo y, especialmente, las personas a las
que nosotros acompañamos, puedo afirmar que hay chispas de esperanza en todos
lados, que hay posibilidades: bajo esta capa de en contra-en contra-en contra,
hay muchas personas que están construyendo un mundo mejor, paso a paso. Hay
personas que, a pesar de estar en situaciones gravísimas, encuentran esperanza
tal vez por JRS, por otros grupos, o por su experiencia de Dios...
No sé, pero
hay posibilidades: yo veo un futuro.
Es difícil,
porque es una lucha a largo plazo. Pero seguimos adelante.
Gracias
padre.
A usted.
Tomado de ADITAL.