Por JOSEF
MARTÍNEZ
Miguel
Almirón es el mejor jugador de la MLS en la actualidad, sin lugar para debates.
De verdad,
piensa en tu jugador favorito del momento… ¿Qué hace bien? Miguel probablemente
lo haga mejor. Lo sé porque juego al lado de él. Lo he visto cada día a lo
largo de dos años. Si siento que no estoy lo suficientemente enfocado, o que me
hace falta calibrar algo, entonces me quedo después del entrenamiento, porque
sé que Miguel estará allí. Lo veré pateando unos tiros libres, practicando
jugadas… todas esas cosas. Y lo miraré con cara de: “Hombre, ¿cómo es
que le sale hacer eso?”
Miguelito, el
mago.
La gente,
especialmente en este año, me ha preguntado un montón acerca de romper el
récord goleador de la MLS y de cómo he llegado a lograr este nivel. Algunas
veces les doy la respuesta larga: “Ha sido un viaje bastante loco desde
Valencia, en Venezuela, hasta llegar a Atlanta, realmente lo fue. No tengo el
tiempo suficiente para contarte toda la historia…”.
Y algunas
veces, quizás cuando estoy cansado por el entrenamiento. Les doy la respuesta
corta: echo un vistazo para buscar dónde anda Miguel, lo señalo y entonces me
voy: “¿Ves a ese tipo? Bueno, él es el motivo por el que soy tan bueno”.
Miguel es más
que un compañero. Somos familia.
Y como somos
tan cercanos, él tuvo que conocer al resto de mi familia, claro.
El primero
fue mi abuelo José, que es la estrella de nuestra familia. Y para entenderlo,
tienes que entender de dónde viene.
Él y mi
abuela nos criaron a mi hermana, a mi primo y a mí, en Venezuela. Mis padres
estaban ocupados en el trabajo, por lo que los tres pasamos nuestros días entre
yendo a la escuela y molestando a mis abuelos. Ellos eran simplemente… los
mejores. ¡Nos querían tanto!
Mi abuela
trabajaba en su bodega, abajo de nuestra casa.
La bodega de
la señora Andrea.
Era un
negocio pequeño y muy bonito. Nuestra casa estaba en la esquina de una calle
bastante transitada. Por eso muchas familias pasaban por nuestra casa para
llevar fruta, bocadillos u otras cosas que necesitaban. Mi abuela estaría todo
el día allí, conversando con la gente, con la música de la radio siempre de
fondo… Es el día de hoy que puedo recordarlo perfectamente, con todos los
detalles, como si estuviera allí.
Valencia, nuestra ciudad, es el lugar más maravilloso del
mundo — lo juro. Si puedes visitarla, deberías ir. No está lejos del
Mar Caribe, y está justo en el Lago de Valencia, un gran lago para estar en el
verano. Mis abuelos en verdad son colombianos, pero hicieron
de Venezuela su hogar, hace mucho tiempo.
Entonces, volviendo
a mi abuelo… él era albañil. Trabajaba en casas, negocios y todo tipo de
edificios en la zona de Valencia. Eran horas largas y difíciles. Y cuando
llegaba a casa, siempre quería ver fútbol. Nada de béisbol. Fútbol. En
Venezuela, el béisbol es un gigante. Pero cuando era joven mi abuelo quería ser
futbolista, por eso mirábamos fútbol. Y recuerdo que tenía un televisor muy
viejo y era difícil saber qué estaba pasando. Igualmente, la calidad de imagen
no era un problema para mi abuelo. Él miraba de cerca y comentaba el partido.
“¡DEBERÍA
HABER PATEADO!”
“¿QUÉ ESTÁ
HACIENDO? ¡SON INCREÍBLES ESTOS TIPOS”
No paraba de
hablar. Era demasiado. Yo tenía que irme de la habitación. No podía soportarlo.
¿Sabes qué es
lo más loco? Que todavía lo hace. Tiene una opinión para todo. Cada partido,
cada jugador. Es una máquina de hacer comentarios. Es de no creer.
Por eso es
que Miguel y él se llevan bien. Verás, Miguel ama el fútbol. Es un gran
fanático del Barcelona y ve casi todos los partidos. Esto es algo muy típico de
los jugadores sudamericanos. Yo soy hincha del Real Madrid. En gran parte por
Iker Casillas y por el brasileño Ronaldo. Pero no miro todos los partidos como
Miguel. Y como somos compañeros de habitación en los viajes, viene todo el
tiempo a decir algo como “¡Josef! ¡Josef! ¿Viste el gol de Messi de ayer?’
…Y yo miro para arriba y le digo que vaya a ver a mi abuelo, que se queda conmigo en Atlanta bastante seguido. Y después los escucho en la otra habitación, cotorreando sobre cualquier cosa. Después de un rato, como por una hora, Miguel vuelve con algún consejo que mi abuelo le ha dado sobre su propio juego.
…Y yo miro para arriba y le digo que vaya a ver a mi abuelo, que se queda conmigo en Atlanta bastante seguido. Y después los escucho en la otra habitación, cotorreando sobre cualquier cosa. Después de un rato, como por una hora, Miguel vuelve con algún consejo que mi abuelo le ha dado sobre su propio juego.
“Josef,
¿sabés que tu abuelo me dijo que corro como un avestruz?”
Sí, mi abuelo
le dijo al mejor jugador de la MLS que corre demasiado con la cabeza abajo,
como un avestruz.
Le tuve que
decir, “Abuelo, no tienes que decirle nada a Miguel, en serio. Déjalo ser él,
déjalo que juegue con su estilo”.
Él puede ser
demasiado… pero se preocupa, y eso es lo que cuenta. Eso es lo que más recuerdo
de haber crecido con él y con mi abuela: a ellos realmente les importaba
cualquier cosa que hiciéramos. Mis padres me tuvieron a mí y a mi hermana a
temprana edad, por eso mi infancia simplemente fue diferente. Mis
abuelos vieron la oscuridad del mundo –el crimen y la lucha en Colombia– antes
de mudarse a Venezuela. Eso me hizo ver el mundo como un lugar donde tienes que
trabajar duro para conseguir cualquier cosa. Para todo. Te tienes que
preocupar. De otra forma estarás en problemas.
Cuando tenía nueve
años, me uní a un programa de fútbol llamado Centro Ítalo. El club estaba lejos
de casa, entonces a veces me llevaban o me subía al autobús. Pero había días
-cuando hacía frío en invierno, y la gente no venía a la bodega y el
dinero no sobraba-, donde tenía que tomar una decisión después del
entrenamiento: comprar comida y agua, o comprar un boleto de autobús. Si no
comía, me iba a dormir con hambre porque todos en mi casa ya se habían ido a la
cama; pero si no compraba el boleto, tenía que caminar tres o cuatro horas sólo
para llegar a la casa.
Esta historia
no es distinta a la de muchos jugadores venezolanos. Esa es la parte triste. La
vida en nuestro país no es fácil, todos lo sabemos. Pero este ambiente cría
luchadores. Guerreros. Realmente creo eso.
Y es por eso
que, en 2012, cuando tenía 18 y escuché que Young Boys, un club de Suiza, me
quería, no tuve miedo ni dudas. Ninguna. Porque me importaba más mi carrera que
el miedo a un vuelo largo hacia lo desconocido. Sabía que aquella era mi chance
para convertirme en un jugador de fútbol profesional, para ayudar a mi familia.
El Young Boys me contrató a mí y a mi amigo cercano Alexander González, justo
después de Navidad. Así que dejamos Venezuela en 2012, sin saber en qué momento
volveríamos.
Creo que
probablemente hayas escuchado sobre los viajes de muchos jugadores
sudamericanos a Europa. No es fácil. Hace frío. No hablamos el idioma. El
fútbol es distinto. La comida tiene un gusto raro. Todo eso es cierto. Y, creo,
que algunas veces los jugadores no se dan cuenta ni aprovechan la oportunidad
que tienen por delante.
Algunas veces
el viaje es el destino.
En Suiza,
aprendí algo de alemán y me acostumbré al estilo de juego europeo. Después fui
a Italia en 2014 y pasé tres grandiosos años en el Torino, un club fantástico.
Conocí tipos como Gastón Silva, Matteo Darmian y Bruno Peres. Tremendos
jugadores que serán mis amigos para toda la vida. Aprendí italiano, hice goles
en la Europa League y me quedé en una casa en la base de los Alpes. Viví.
Volviendo a
cuando estaba en el autobús pensando en el hambre que tenía mientras iba y
volvía de los entrenamientos, no me imaginaba esas experiencias como mis metas.
Pero en la vida, te tienes que adaptar. Ahora lo he aprendido.
En Turín,
amaba al club. Realmente lo amaba. Pero las cosas cambiaron rápidamente, y el
amor que sentía por ellos como que se fue yendo en mis últimos meses allá. Sólo
diré esto: la misma flexibilidad que los clubes les dan a los brasileños y
argentinos, bueno, eso no existe para los venezolanos. Lo sé desde los días que
me probé en clubes en la Argentina. No me gusta hablar de ello muy seguido,
porque es injusto y doloroso. Pero es real y sucede.
La misma
flexibilidad que los clubes les dan a los brasileños y argentinos, bueno, eso
no existe para los venezolanos.
Por eso
cuando a mí y a mi amigo y representante, Sebastián, nos acercaron la
oportunidad en Estados Unidos, yo estaba dispuesto a escuchar. Porque no sabía
mucho sobre el país, pero conocía gente de todas partes que había tenido una
oportunidad justa. Nos dijeron que un nuevo club, un club especial, se estaba
formando en Atlanta.
¿Atlanta?
Nunca había
escuchado sobre esta ciudad. Pero, ¿habías escuchado sobre mi ciudad de origen
cuando apenas leíste sobre ella?
Y después
dijeron que el Tata Martino iba a ser el entrenador.
¿El Tata?
Es un gigante, un nombre de máximo prestigio en Sudamérica y en el fútbol mundial.
Es un gigante, un nombre de máximo prestigio en Sudamérica y en el fútbol mundial.
Jugar bajo
sus órdenes sería un honor.
“Cuéntame un
poco más sobre Atlanta”.
Un par de
meses más tarde, hablé con el Tata. Me contó un poco más sobre el
proyecto. El club se estaba preparando para su primer año, le estaba yendo
bien, y había fichado grandes jugadores jóvenes.
Pero la cosa
que me quedó grabada fue su orgullo sobre el proyecto, la emoción que tenía por
estar creando algo nuevo. Y que el club me quería a mí, un
delantero que había perdido un poco el rumbo en Torino, para ayudar a difundir
el fútbol en esta parte del país, en esta parte del mundo.
Entonces no
tuve que pensarlo mucho. Quería estar en Atlanta.
Y ahora que
he estado aquí por dos temporadas, sé que ese entusiasmo que el Tata tenía
conmigo, para armar el equipo que imaginaba, era auténtico. Toda la gente del
club lo tiene.
Cuando conocí
al dueño del Atlanta United, Arthur Blank, pude ver el mismo entusiasmo también
en él. Él se preocupaba por mí. De dónde era, qué quería ser, como jugador y
como persona… Realmente te trata como si fueras su hijo. Me siento tan
agradecido con él y todos los que han hecho posible este equipo.
Una gran
familia. Eso es lo que somos.
En uno de mis
primeros entrenamientos del año pasado, Miguel y yo nos sentimos bastante bien
juntos y charlamos después de la práctica. Le dije que sabía que podíamos ser
uno de los mejores dúos de la liga. Sabía de su calidad como persona y como
jugador, y me aseguré que supiera que quería sacar lo mejor de él.
“Tenemos que
trabajar duro —le dije—, por mí y por ti”.
Y así es más o menos cómo veo a nuestro equipo.
Y así es más o menos cómo veo a nuestro equipo.
Yo para ti y
tú para mí.
Gracias al
equipo talentoso que tenemos, y por lo bien que mis compañeros me hacen quedar,
a mí me hacen todas las preguntas. “¿Qué significa el récord? ¿Puede este
equipo ganarlo todo? ¿Qué es lo que los hace tan fuertes?”
Generalmente
las puedo responder. Pero la que a veces me costaba es: “¿Qué significa Atlanta
para ti?”
Hace un año,
antes de nuestra derrota en los playoffs de la primera ronda, quizás no sabía
la respuesta. Pero ahora sí: Atlanta es sus hinchas, que hacen el Estadio
Mercedes-Benz el mejor lugar donde jamás he jugado al fútbol. Atlanta es mis
compañeros, el cuerpo técnico y los amigos que hice en este equipo.
Atlanta es
familia.
Atlanta significa familia.
Tomado de The
Tribune.