Provienen del pasado pero parecen proyectarse con nitidez
hacia el futuro. Incisivos, experimentales, teóricos, adelantados y brillantes:
así son los relatos breves de Declaración: Cuentos reunidos de Susan Sontag,
edición en castellano que contiene todos los textos de Yo, etcétera, de 1978, y
una serie de piezas sueltas –hasta ahora no reunidas en libro– incluyendo
“Descripción (de una descripción)” que aquí se reproduce. Un abordaje a la
potencia intelectual de Susan Sontag cuando estaba en su apogeo, pero también
un feliz reencuentro con un eslabón perdido de la mejor narrativa
norteamericana.
Resulta apropiado que la versión local de estos cuentos
reunidos de Susan Sontag (Nueva York 1933-2004) haya optado por reproducir la
portada de la edición inglesa y no la de la norteamericana. La inglesa –colores
mustios, abstracción pura– se oculta tras el detalle de un cuadro de Howard
Hodkin titulado “Artificial Flowers”. La norteamericana –tanto más atractiva y
seductora– ofrece en cambio una fotografía en blanco y negro perfectamente
definida de esa mujer, en el momento más deslumbrante de su vida y carrera,
sonriendo tan satisfecha de ser quien es y con toda una biblioteca cuidándole
las espaldas. Pero, claro, el lector mira esa foto y ya todo está perdido. O
encontrado. Y se dice: “Ah, estos son los relatos de la Sontag” cuando lo
cierto es que esta es la Sontag de los relatos. Que no es otra que la misma
Sontag de siempre. Es decir: la Sontag de las ideas, de las buenas ideas.
Y el título original de Declaración –Debriefing– suele ser el
término utilizado por las agencias de inteligencia cuando uno de sus miembros,
de regreso de una misión fallida o no, es encerrado en un cuarto hermético para
informar de lo que ha sucedido o de lo que nunca pasó. Y algo parecido hace
Sontag aquí con el género cuento: rinde cuentas, propone su versión del asunto,
ofrece diferentes hipótesis alrededor de un modelo. Y lo hace con ojo clínico y
fría mirada. En realidad más C.S.I. que C.I.A.: Susan Sontag, forense agente de
inteligencia, con ese aire de que les conviene escuchar/leer lo que tengo para
contarles.
Así Declaración –que da refugio al I, etcetera de 1978 en su
totalidad añadiendo piezas sueltas incluyendo cuatro que no figuran en el
modelo USA/UK, a destacar entre ellas “Descripción (de una descripción)”– es
una especie de formidable informe a una academia que, por momentos, parece
buscar con desesperación de alumna estrella la mejor calificación por lograr un
gran cuento dentro de una gran tradición. Un cuento, digamos, clásicamente
vanguardista como “Babilonia revisitada” de Fitzgerald, o “Colinas como
elefantes blancos” de Hemingway, o “Para Esmé, con amor y sordidez” de Salinger
o “El marido rural” de Cheever. Pero no apelando al sentimiento puro de hombres
sensibles sino a una dicción precisa y cerebral que bien podría ser la de HAL
9000 en 2001: Odisea del espacio justo antes de ya saben qué.
Como el film de Kubrick, Declaración (artificio florido que
no se marchita) disfruta hoy de la paradoja de seguir siendo futurista e
innovador sin haber envejecido por más que se sitúe en el cada vez más lejano y
clásico de los pasados. Si Declaración se publicase hoy como debut de una
desconocida, sus métodos y virtudes no distarían demasiado de los utilizados
por jóvenes celebradas como Jamie Quatro o Samantha Hunt o Clare Vaye Watkins.
Y se consideraría a Sontag discípula aventajada de ya consagrados como Lydia
Davis o Stephen Dixon o Amy Hempel o Ben Marcus o Lorrie Moore o incluso del
Denis Johnson del final.
Así, Declaración –con sus varias formas alrededor de un
estilo que funciona como eslabón perdido entre sus ensayos y journals– vale
también como una rara retrospectiva de lo que vendrá pero como ofrecido por una
inteligencia de alien. Los fríos y precisos materiales con los que los
terrestres descubrirán el milagro del fuego casi impuesto aquí como ecuaciones
previas de la más exacta de las ciencias. Hay un perfecto relato de iniciación
(“Peregrinación”, en la que una adolescente Sontag, para la que “leer era
clavar un puñal” en su familia y así acceder al “triunfo de no ser yo misma”,
visita al maestro idolatrado Thomas Mann, y descubre, entre desencantada e
indigna, que “el hombre que había escrito los libros de Thomas Mann” y que ella
“quería que hablara como un libro” en realidad “hablaba como una reseña”). Hay
uno de los mejores cuentos de Donald Barthelme jamás escrito por Donald
Barthelme moviéndose, inasible, entre la parodia y el homenaje titulado
“Proyecto para un viaje a China”. Está “El nene”, experimental pero experimento
que sale bien. Y, cerca del final, está el antológico “Así vivimos ahora”, de
1986, cuento de ideas y puesta en práctica de sus teorías acerca de la cuestión
enfermiza, en el que Sontag retrata y testimonia los estragos del (des)amor en
los tiempos del sida.
Y hay muchas cosas más en un libro escrito como si al mismo
tiempo se lo apuñalase leyéndolo y que, seguro, ya es uno de los más
interesantes de este año, de años pasados, de años por venir. Libro en el que
Susan Sontag –aquí nota al pie que pisa fuerte, piedra fundacional en curtidos
zapatos que parecen a estrenar– caminó y camina y caminará anunciando que tiene
mucho para declarar y que más les vale escucharla con los ojos bien abiertos.