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19 junio, 2018

El rescate que se convirtió en amistad

Diez meses después de sacar del agua a Francesca en la operación Sophia, mantiene el vínculo con ella


FERROL / LA VOZ 
Estar en la Armada española desde que cumplió la mayoría de edad le ha permitido a Pablo Perales Pérez (Ferrol, 30 años) conocer a «multitud de magníficas personas» y confirmar aquello con lo que «no siempre somos consecuentes». «Todas las personas somos iguales, no importa de dónde procedamos. Las pequeñas diferencias que pueda haber no son nada comparables con nuestras enormes similitudes», expresa. Pablo es, en la actualidad, miembro de la Unidad de Buceo de Ferrol y, hace unos meses, estuvo inmerso a bordo del buque Cantabria en la operación Sophia, que lucha en el mar Mediterráneo contra las redes de tráfico de personas.

«La suerte de haber nacido con todas las comodidades que disfrutamos nos hace a la vez responsables de ayudar a las personas que no han tenido esa suerte», continúa el ferrolano, que en septiembre del 2017 vivió la primera intervención de la misión, en la costa de Libia. «Sentí que la operación Sophia era el lugar donde debía estar alguien con mis capacidades -es nadador de rescate- y mi sensibilidad hacia este tema», subraya.
Al llegar a la primera embarcación de inmigrantes que rescataron, les facilitaron los chalecos salvavidas y empezaron a trasvasarlos a su lancha. Sin embargo, la presencia de una gran cantidad de niños y otras complicaciones ralentizaron la actuación. Por el nerviosismo, los inmigrantes empezaron a abalanzarse sobre su bote y empujaron a una chica nigeriana, Francesca, que cayó al agua. «Evidentemente, no sabía nadar y entró en pánico al caer, pero pude sacarla rápido», rememora Pablo. Después de esto, continuó recogiendo personas y se olvidó de ella.
Sin embargo, unos días más tarde, y mientras Pablo ayudaba a repartir comida en el Cantabria de camino a Tarento, en la costa italiana, Francesca se le acercó. «Me dijo que era aquella chica que había caído y si podía hacerme una foto con ella. La sacamos al momento», relata. Es la imagen que acompaña esta información. «Minutos más tarde, sintiendo ese vínculo que nos unía, escribí mi número de móvil en un papel con la intención de dárselo, explicándole que participaba con varias oenegés y que mi casa era un hogar de acogida. Al dirigirme a ella a entregárselo, me dio las gracias, muy contenta, pero me dijo que prefería que le diera mi Facebook, que así sería mucho más fácil seguir en contacto», cuenta el ferrolano.
Y ese gesto no se quedó en una intención, sino que se convirtió en una realidad en los meses siguientes, hasta el día de hoy. Desde entonces han hablado en varias ocasiones y Pablo también aprovechó para enviarle la foto. «Le suelo preguntar cómo está, por dónde anda y si necesita algo. Además, en enero nos felicitamos el año y sube fotos bastante a menudo. Siempre me llevo una alegría al verlas», añade. No es la única persona rescatada que tiene agregada, pero sí con la que mantiene más vínculo. Ahora Francesca tiene 22 años y está en Milán acompañada de su familia. Tanto a uno como a otro les gustaría volver a encontrarse.
Un rescate heroico
Más allá de este capítulo, Pablo vivió otro, también en la operación Sophia, muy impactante en el apartado emocional. Fue en la intervención de un naufragio en el que al llegar a la zona vieron una escena «caótica», con muchos cuerpos sin vida. Cuando ya habían subido a más de una veintena de personas a su lancha, el ferrolano atisbó un hombre agotado que apenas podía mantenerse a flote. «Me tiré al agua a por él, pero al llegar al lugar ya se había hundido», recuerda. Sin pensarlo, se sumergió, lo sujetó y logró devolverlo a la superficie.
«Aquellos días conocí a gente magnífica que se escapaba de situaciones terribles»
«Al salir ya no respiraba y, al hacerle la maniobra de Heimlich, solo echaba espuma blanca por su boca. Después de unos minutos, lo intenté con la maniobra de reanimación cardiopulmonar y lo trasladamos al Cantabria, donde lo atendió el equipo médico», narra Pablo. Después de 55 minutos de angustia, el rescatado se estabilizó y acabó recuperándose. «Para mí fue un golpe moral saber que había sobrevivido», asegura. Recibió numerosas felicitaciones de sus compañeros.
Por todo lo vivido, ahora, cuando ve por la televisión las imágenes del Aquarius, Pablo se acuerda de aquellos días. «Conocí a gente magnifica que escapaba de situaciones terribles. Traían grandes esperanzas y siempre estaré dispuesto a ayudarlas en todo cuanto pueda», concluye.