- LUCAS DE LA CAL / El Mundo – España
No todos los días arriba a nuestras costas un navío que ha
salvado a más de 27.0000 personas en los últimos dos años. Hay una España que
mira al Aquariuscon
acogimiento. Otra España que lo hace con recelo, definiendo la operación de
"márketing político". Una tercera que susurra aquello de "efecto
llamada". Una cuarta que pone la vista más abajo de Valencia y
habla de hipocresía y de los olvidados que se juegan la vida a diario en el
cementerio de agua que separa las costas andaluzas de Marruecos. Y,
la última, es la España que recuerda. La que echa un vistazo 69 años atrás. La
que no se olvida que un día los inmigrantes éramos nosotros.
Noche del 12
de octubre de 1949. Un grupo de 99 hombres camina a oscuras entre las piedras,
en silencio, tristes. Les acompañan niños y algunas mujeres. Ellas lloran. El
velero espera en la playa. Tiene nombre: Saturnino. Es muy pequeño -20
metros de eslora por seis de manga- y apenas caben todos apretados. Cada uno ha
pagado 4.000 pesetas por la plaza para convertirse en emigrantes. Se jugarán la
vida rumbo a América. No les importa. Huyen de la pobreza y sueñan con un
futuro lejos de su tierra.
Esto no
ocurrió en ninguna playa del norte de Marruecos. Ni los tripulantes se parecen
físicamente a los 629 migrantes del Aquarius. Fueron españoles que
salieron de la playa de la Bonanza, en la isla de El Hierro, rumbo
a Venezuela, la nueva nación emergente, el maná de oportunidades en
aquella época. Entonces, en la isla canaria no había luz eléctrica ni escuelas.
Apenas quedaba algún médico y la mitad de los bebés se morían antes de cumplir
el año.
Ese velero, que tardó ocho días en llegar a Venezuela, fue el primero de los más de 120 que salieron buscando el sueldo de 20 bolívares diarios, casi 400 pesetas de la época. Entonces tenía una cotización casi paritaria con el dólar estadounidense. Cerca de 12.000 emigrantes españoles sin papeles partieron entre 1948 y 1950. Se subían a lo que se bautizó como "veleros fantasmas", porque desaparecían al salir de las islas y semanas después aparecían en Venezuela. Este tipo de embarcaciones son el antecedente a las pateras que hoy llegan a nuestras costas.
Por suerte, ninguno de estos barcos naufragó. Hace 12 años,
uno de los tripulantes del Saturnino, Ramón Barbusano, concedió una
entrevista a este periódico. "Salí por primera vez de la isla reclutado a
la fuerza por el Ejército de Franco y me llevaron a combatir
a Teruel. Al acabar el conflicto ya tenía un hijo y no fue fácil
recuperar mi vida anterior. Por eso, cuando empezaron a correr rumores por mi
pueblo -Frontera- de la posibilidad de ese viaje a América me interesó
mucho. Fui a reuniones clandestinas donde se nos informaba de todo. Los
organizadores eran gente de la isla, que lo hacían por dinero porque era un
buen negocio. Entre toda mi familia juntaron las 4.000 pesetas del pasaje
empeñando algunas tierras y vendiendo nuestra única vaca. Antes de dos años
tenía que devolver el doble, si no, se las quedaban", explicaba Ramón.
"Nuestro viaje duró casi dos meses. Primero fuimos hasta Dákar a aprovisionarnos. Luego seguimos para América. Tras un montón de problemas llegamos a Carupano, en la costa venezolana. Parecíamos náufragos, barbudos y esqueléticos. Los pescadores huían de nosotros pensando que teníamos la peste. Cuando llegamos comprobamos que en vez de 20, se ganaban apenas cinco bolívares diarios trabajando muy duro. Vivíamos en cañaverales llenos de mosquitos y no todo el mundo era de fiar. La primera remesa de dinero que envié, unos 1.000 bolívares, fruto de casi un año de trabajo, nunca llegó a su destino".
El Gobierno venezolano sacó partida a la nueva mano de obra barata española, que estaba dispuesta a ocupar los oficios en el campo que rechazaban los campesinos autóctonos. La Venezuela del presidente Germán Suárez Flamerich firmó un acuerdo con Franco para permitir la inmigración legal a partir de 1952. Hasta ese año, miles de canarios se lanzaron al mar clandestinamente, jugándose la vida, como hoy lo hacen los africanos que llegan a nuestras costas.
"Nuestro viaje duró casi dos meses. Primero fuimos hasta Dákar a aprovisionarnos. Luego seguimos para América. Tras un montón de problemas llegamos a Carupano, en la costa venezolana. Parecíamos náufragos, barbudos y esqueléticos. Los pescadores huían de nosotros pensando que teníamos la peste. Cuando llegamos comprobamos que en vez de 20, se ganaban apenas cinco bolívares diarios trabajando muy duro. Vivíamos en cañaverales llenos de mosquitos y no todo el mundo era de fiar. La primera remesa de dinero que envié, unos 1.000 bolívares, fruto de casi un año de trabajo, nunca llegó a su destino".
El Gobierno venezolano sacó partida a la nueva mano de obra barata española, que estaba dispuesta a ocupar los oficios en el campo que rechazaban los campesinos autóctonos. La Venezuela del presidente Germán Suárez Flamerich firmó un acuerdo con Franco para permitir la inmigración legal a partir de 1952. Hasta ese año, miles de canarios se lanzaron al mar clandestinamente, jugándose la vida, como hoy lo hacen los africanos que llegan a nuestras costas.
Según el
diario de La Gomera, El Tambor.es, el viaje más corto
lo realizó el Benahorte, que salió con 151 emigrantes a bordo y
tardó 21 días. El que llevo mayor número de tripulantes fue El nuevo
Teide, con 286 personas a bordo.
El 25 de mayo de 1949, un suceso abría la primera página del diario venezolano Agencia Comercial. "Apresados en Venezuela 160 inmigrantes ilegales canarios", rezaba el titular. Llegaron en un velero de 19 metros llamado El Elvira, que salió de Las Palmas. La mayoría de los tripulantes eran hombres campesinos, exceptuando 10 mujeres y una niña de siete años. Aquella portada la utilizó en 2001 el Gobierno de Canarias para una campaña de conciencia sobre la inmigración, bajo el lema: "Nosotros también fuimos extranjeros".
De nuevo, ese mensaje volvió a caer durante la crisis de los cayucos en 2006, cuando arribaron a Canarias más de 32.000 subsaharianos. La respuesta del Gobierno de Zapatero fue enviar a un contingente de la Guardia Civil a Mauritania y Senegal para frenar la salida masiva de migrantes desde las playas de esos países. Consiguieron cerrar aquella ruta.
Hoy estamos viviendo la mayor crisis migratoria desde la de los cayucos de Canarias. De las pateras que llagan por el Estrecho y el Mar de Alborán al mediático Aquarius. Sólo este fin de semana, Salvamento Marítimo ha rescatado a 986 personas que viajan en 69 pateras. En Cádiz, hasta el 31 de mayo, han llegado por mar más de 1.900 personas. Un 95% más que en el mismo periodo del año pasado. Volvemos a los centros de acogida colapsados. Los de menores triplicando su capacidad. Y el polideportivo de Tarifa lleno de migrantes durmiendo en sacos en el suelo. Unas imágenes que no se repetían desde 2014.
En lo que llevamos de año, más de 13.000 migrantes han llegado irregularmente a España. Principalmente cruzando el Mediterráneo. Con embarcaciones como lo hicieron hace casi 70 años los campesinos canarios que fueron hasta Venezuela. Ellos sólo querían una vida mejor. Al igual que los hombres, mujeres y niños que han llegado a bordo del Aquarius.
El 25 de mayo de 1949, un suceso abría la primera página del diario venezolano Agencia Comercial. "Apresados en Venezuela 160 inmigrantes ilegales canarios", rezaba el titular. Llegaron en un velero de 19 metros llamado El Elvira, que salió de Las Palmas. La mayoría de los tripulantes eran hombres campesinos, exceptuando 10 mujeres y una niña de siete años. Aquella portada la utilizó en 2001 el Gobierno de Canarias para una campaña de conciencia sobre la inmigración, bajo el lema: "Nosotros también fuimos extranjeros".
De nuevo, ese mensaje volvió a caer durante la crisis de los cayucos en 2006, cuando arribaron a Canarias más de 32.000 subsaharianos. La respuesta del Gobierno de Zapatero fue enviar a un contingente de la Guardia Civil a Mauritania y Senegal para frenar la salida masiva de migrantes desde las playas de esos países. Consiguieron cerrar aquella ruta.
Hoy estamos viviendo la mayor crisis migratoria desde la de los cayucos de Canarias. De las pateras que llagan por el Estrecho y el Mar de Alborán al mediático Aquarius. Sólo este fin de semana, Salvamento Marítimo ha rescatado a 986 personas que viajan en 69 pateras. En Cádiz, hasta el 31 de mayo, han llegado por mar más de 1.900 personas. Un 95% más que en el mismo periodo del año pasado. Volvemos a los centros de acogida colapsados. Los de menores triplicando su capacidad. Y el polideportivo de Tarifa lleno de migrantes durmiendo en sacos en el suelo. Unas imágenes que no se repetían desde 2014.
En lo que llevamos de año, más de 13.000 migrantes han llegado irregularmente a España. Principalmente cruzando el Mediterráneo. Con embarcaciones como lo hicieron hace casi 70 años los campesinos canarios que fueron hasta Venezuela. Ellos sólo querían una vida mejor. Al igual que los hombres, mujeres y niños que han llegado a bordo del Aquarius.