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TEXTO: IVÁN ZAMBRANO @IVANZAMBRANO / COMPOSICIÓN GRÁFICA: JUAN ANDRÉS PARRA @JUANCHIPARRA
Vivir en Caracas es como jugar Buscaminas. Nunca sabes dónde te va a estallar el tablero, la ciudad. Ese día fue en la entrada de José Félix Ribas (Petare), uno de los barrios más peligrosos de una de las ciudades más peligrosas del mundo. Un caucho se le espichó al mototaxista que me estaba llevando al 24 de Marzo, el lugar en el que Chino y Nacho grabaron el videoclip de “Me voy enamorando”.
A diferencia de ellos, yo andaba sin escoltas y sin equipo de producción. Libreta en mano, un bolígrafo terco y un estómago refunfuñando por almuerzo, iba dispuesto a escribir una nota para El Nacional acerca de ese punto ciego de la ciudad que dos estrellas del reguetón pusieron en el mapa. Ya el barrio 24 de Marzo no solo aparecería en las páginas de sucesos, sino también en las de espectáculos. Eso, si lograba llegar.
El hambre se me quitó cuando nos accidentamos en la boca del lobo. Como suele pasar en esos casos de riesgo extremo, entré en una calma envidiable para cualquier aprendiz de profesor de yoga de Los Palos Grandes.
Mientras el motorizado remendaba el caucho como podía y yo cuadraba cómo llegar a la pauta, se nos paró una Bera vinotinto al lado. Confié en que tigre no come tigre y que entre colegas motorizados no se iban a malograr.
-¿Para dónde vas, chamo?- me preguntó el tipo cuya mirada no me dejaba adivinar si era héroe o villano.
-Al 24 de Marzo, pana- le contesté metido en personaje.
-¿Qué hora es?- y ahí dije “este quiere el reloj”. Solo a mí se me ocurría sacar el Casio ese día. En lo que me lo estoy quitando me pone cara de confusión.
-No, viejo. Dame la hora para ver si me da chance de llevarte, que tengo que estar a las 2 en Agua Salud.
Yo salí de la hipnosis paranoica.
-Las 12:45, pana.
-Vente, pues.
Preferí que nos devolviéramos a la sede de El Nacional y repautar la cita con los vecinos del barrio a quienes iba a entrevistar. Cuando me bajé de la moto y le iba a pagar al tipo, descubrí que el karma estaba juguetón ese día: se me había caído el efectivo (sí, había efectivo todavía) porque lo cargaba en el bolsillo de atrás.
No había terminado de pasar el susto de quedar como un mala paga, cuando el motorizado me dice:
-Dame el celular.
-¿Cómo?
-Que me des el celular,
Cuando me dispongo a sacar mi S3 Mini del bolsillo, el tipo interrumpe:
-El número de celular, pana. Te paso los datos y me transfieres.
El Buscaminas no reventó de nuevo ese día y registré a “Armando Mototaxi” en el celular. Desde ese día, Armando siempre está a un “epa” de distancia. Se convirtió en mi mototaxista de confianza, el que me acompañaba a Coche, a Altamira, La Candelaria, El Cafetal, Palo Verde, Mariches y todas las vocales de Caracas. El que me pegó el “mano” y el “beta”. El cómplice con el que recorro desde hace tres años una ciudad con costras de asfalto, cicatrices y heridas abiertas e infectadas de chavismo.
Ser el parrillero de la moto te da cierta paz porque el caos se ve borroso a 120 kilómetros por hora. Las colas fuera del mercado se ven más cortas, los basureros no parecen cafetines de la miseria. Todo te pasa por los lados sin tener que moverte.
La semana pasada la moto Bera vinotinto no estaba estacionada en su puesto. En su lugar había un par de palomas picoteando migajas de pan sobre la acera. Ya eran casi las 9:30 de la mañana y yo todavía no había podido salir a la oficina por estar esperando a Armando, el único mototaxista de la zona que entendía el problema de la escasez de efectivo y aceptaba transferencias en bancarias.
“Si es de Banesco a Banesco, yo también la acepto, mano”, me contestó Adonay. ”Pero no te vayas a lacrear. Deposítame antes de las 5 que voy a ver si completo para comprar unos verdes”.
Mototaxistas dolarizados y con poder adquisitivo. Siempre sospeché que se convertirían en los amos de la ciudad. Yo tenía que ir a la oficina, probablemente a ganar en un mes lo que hace Adonay en un día. El título universitario no pasa por el punto de venta.
El moto-santero no había terminado de encender la moto cuando ya yo estaba montado en la parillera. Grave error. Se oyó un frenazo en seco detrás de nosotros y se bajó Armando de la Bera vinotinto. “¿De verdad te vas a ir con él?”, me dijo con dolor y arrechera. La escena parecía de telenovela urbana. Faltaba que dejara caer el casco en cámara lenta y que el sonido del choque contra el asfalto funcionara como la onomatopeya de su corazón roto.
“¿Por qué no me llamaste?”, siguió la pataleta. Los compañeros de la cooperativa estallaron en carcajadas de Radio Rochela con aquel ataque de celos.”Ja weno”, dijeron en coro los motorizados.Lo miré con cara de confusión, más una sonrisa de “¿qué-coño-está-pasando?”. No me quise arriesgar. No quería averiguar cómo podría ser la venganza de un mototaxista que se sintió traicionado porque me fui con otro. Pero él tiene que saber que yo no creo en la “motogamia”. Bajé la guardia.
-¿Ya comiste?
-No, rey.
-Toma.
De la bolsa de plástico finita y azul saqué una arepa con tortilla de salchichón que hizo mi mamá. Los chalequeadores se quedaron mudos mientras le lambuceaban la arepa a Armando.
-Gracias, papi.
-Marico, deja de llamarme de distinta forma cada vez que respondes.
-Papá, es que no recuerdo tu nombre.
-Qué bolas, Armando. Iván.
-Ja Weno. Tú no te debes saber mi apellido.
-Claro que sí me lo sé.
-Seguro me tienes guardado que si “Armando Mototaxi”
-Deja la mariquera. Tú me avisas si vamos a darnos los besos, pa’ cepillarme.
Todo era en broma…
-Pa’ que tu veas que no hay culebra, te acepto la arepa como pago y te dejo frente al Cubo Negro en menos de 5 minutos.
-Armando, no vayas a ir corriendo. Que uno te dice que anda apurado y activas el teletransportador de la moto. Uno llega hediondo a gasolina.
-JAJAJAJA Yo te presto un perfume de “Dolchegavana” que cargo en el koala si te vienes conmigo, pues.
-Plomo.
Estuvo callado todo el camino. El silencio era tan frío como la brisa que te cachetea en plena autopista, lugar favorito para que Armando inicie una conversación y no se le entienda nada.
-Voy an dsdjfsjgdf
-¿Cómo?
-Vferggrhtyh
-No te escucho, hay mucho viento.
Por fin, llegamos…
-¿Te busco a las 5 de la tarde?
-Dale. ¿La carrera de regreso en cuánto sale?
-Pa’ tu casa te sale igual en 250. Pero si vas para Campo Claro a comer arepa frita conmigo, te sale gratis.
-Te digo que sí de una porque estás involucrando comida.
A las 5 me estaba esperando con sus lentes tipo Ray-ban tapa amarilla y mi casco en la mano. Llegamos al local de arepas fritas (recomendadísimo) .Yo pedí una de carne mechada y él una reina pepeada.
-Están burda de buenas esas bichas- le dije.
-No tan buena como la arepa que me hizo la suegra- me soltó.
Quedé con el mordisco a mitad de camino.
-Ay, Armando. ¿Tú eres marico?
-Viste que no te sabes mi apellido. Yo soy Armando Ramírez, “Cara e’ curda” ¿te acuerdas?. Yo estudié bachillerato contigo en el Dulce Nombre de Jesús y te chalequeba porque eras burda de pato.
- Y ahora el que nada en la laguna eres tú. Muchacho marico- le contestè.
-Mano, disculpa los malos ratos. De verdad me ponìa chimbo. No te dije que era yo cuando te hice la primera carrera por eso. Aunque tú me transferiste y ni cuenta de diste.
-Tranquilo, Armando.Yo ni me acordaba de eso. ¿Tu familia está clara?
-Mano, yo vivo en casa de mi tía y mi primo es CICPC.¿Tú sabes el beta que revienta en el rancho si se enteran que me gustan los tipos? A los maricos del barrio los tienen a monte.
-¿Qué difícil, no? Cargar ese peso, esa doble vida. Yo era igual que tú, solo que yo si era burda de mariquito y se me “notaba”. Y fíjate que tú te la has dado de malo conmigo, porque te rechazabas a ti mismo.
-Esta vaina no juega carrito. Yo creía que se me iba a pasar, pero no. ¿No hay tratamiento hormonal o algo para quedarse siendo tipo?
-Armando, los maricos también somos tipos. ¿Tú quieres ser mujer?.
-No. La pinga. Sería burda de fea. Prefiero quedarme con mi pipí que así cojo más.
-¿Y a quién te agarraste tú?
-A Orlandito. ¿Tas claro?
-¿Orlandito también es gay?
-Coño, pero no le digas que lo sapié.
-Qué fuerte jajajajaja
-Pero ahora voy por un flaco al que le gusta comer en Arturo’s.
Le contesté en seco:
-Armando. Te lo digo claro. Yo no te meto a ti ni con güevo prestado. Mosca si me estás echando los perros, porque les escondo la Perrarina.
-Jajajaja, qué becerro. ¿Panas, pues?
-Panas somos.
-Y maricos también.
-Verga. Tú más que yo. Definitivamente.
Nos reímos:
-Solo te diré que te sinceres lo antes posible. La vida es corta y en Caracas aún más.
-Acá literalmente vivimos como perros.
-Y por eso calculamos los años como años de perros.
Durante el viaje se puso intenso.
-Qué loco que en realidad se llama Santiago. Yo creí que era mujer.
-¿Quién?
-Caracas.
-¡Ey!¡Más respeto! Santiago de León de Caracas.
Vivir en Caracas es como jugar Buscaminas. Te explotan realidades en la cara cuando menos te lo esperas. Los huecos sigilosos, el asfalto levantado, los semáforos dañados, los postes ciegos, el viento hediondo a nostalgia, a suspiro de llanero enamorado, la humedad del llanto de una madre en Maiquetía.
Caracas, el reino de la empanada de carne mechada y de la arepa frita con hueco. La ciudad marica-homofóbica. La tarima de tierra en la que nació una historia de amor unidireccional frustrada por mí. La Caracas con cara de mujer bonita. La Caracas con la espalda del Ávila. La ciudad transgénero. La aldea que te termina sacando del closet (de todos), una y otra vez.