FOTOGRAFÍA: EFE | ARCHIVO EL ESTÍMULO
Hace poco, en un sintético tuit, mi amigo Raúl Aular resumía el peor escenario de la siguiente forma: el 20 de mayo ni quienes llaman a la abstención logran que está sea contundente (y que ello desacredite del todo al régimen), ni quienes abogan por votar logran un caudal de gente en los centros de votación. Es obviamente un escenario posible, entre otros tantos.
En una presentación a la que acudí hace poco con Félix Seijas, investigador de opinión pública, éste apuntaba que la intención de acudir a votar está ligeramente por encima del 50 por ciento. Es una cifra bastante baja de participación electoral para escoger a un presidente en Venezuela. Pero sí participa el 50 por ciento o más del padrón electoral, difícilmente se pueda entender (dentro y fuera del país) que la estrategia abstencionista fue eficaz.
En 2005, cuando la oposición decidió no participar en las elecciones parlamentarias de aquel año, se registró la mayor abstención en Venezuela hasta entonces: el 72 por ciento dejó de participar. Obviamente la escogencia de presidente de la República y de parlamentarios no es comparable, pero creo que esa cifra nos puede servir de referencia.
A escasas semanas del 20 de mayo, si uno mira al país más allá de las redes sociales, se puede comprender cabalmente que no hay un clima abstencionista del todo en Venezuela.
Tampoco tenemos un entusiasmo fervoroso para ir a votar. Posiblemente el 20 de mayo se registre la menor votación en toda nuestra historia electoral de asistencia a las urnas para escoger a un jefe de Estado.
Sin ser experto en temas electorales, desde mi punto de vista y haciendo mis propios cálculos, Henri Falcón necesitaría que un 60 por ciento o más de venezolanos vaya a votar para poder perfilarse con un triunfo seguro. Si la votación se mantiene en torno al 50 por ciento, el voto duro del chavismo que sí va a votar (25 ó 30 por ciento de todo el país, según encuestas) se encargaría de elegir a Maduro. La gente que dejará de votar en estos comicios será fundamentalmente anti-Maduro.
Por otro lado, si vota al menos el 50 por ciento o algo más (y sin necesidad de que se llegue al 60 por ciento), habrá sido fallida la estrategia de abstención.
El debate previo en las redes sociales, ya bastante caldeado, deja en evidencia que en esta elección se deshuesarán los opositores entre sí. Es previsible que se echen la culpa entre sí cada sector al no lograr el éxito en torno al 20 de mayo. Lo dijimos a fines de año y a inicios de este, sin una estrategia opositora unificada, habrá chavismo y madurismo para rato.
Si todo transcurre como va hasta ahora, tendremos el 21 de mayo, al día siguiente de las elecciones, a un Henri Falcón derrotado diciendo que la culpa fue de los abstencionistas, y a una dirigencia que llamó a no votar echándole la culpa a los votantes por haber legitimado al régimen. No hace falta tener una bola de cristal para pensar que este es un escenario posible en Venezuela.
La política es para muchos hacer visible lo que parecía imposible. Ello tiene sentido en la medida en que son emocionales los factores que rodean al quehacer político y en particular a los eventos electorales. En Venezuela, además, tenemos una larga historia de salidas inesperadas en momentos críticos de la vida nacional.
La otra decisión sería que lo que queda de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), la alianza como tal o los partidos principales, decidan que tácticamente se debe ir el 20 de mayo a las mesas tanto a votar como para hacer control y veeduría ciudadana, con el fin estratégico de denunciar y documentar el fraude.
Sigue siendo un asunto básico. Se participa o no en las elecciones del 20 de mayo. Hacer las dos cosas simultáneamente ya sabemos a quién beneficiará.